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El origen del topónimo de la Playa de las Burras

A finales del siglo XVI, vecinos de Agüimes y Telde organizaban carreras de acémilas en las proximidades de la charca de Maspalomas, lo que dio origen al topónimo

El origen del topónimo de la Playa de las Burras LP/DLP

La consulta de antiguos protocolos notariales en el Archivo Histórico Provincial de Las Palmas a veces nos sorprende con noticias sugestivas, como las corridas de burras en una playa del Sur de Gran Canaria. En octubre de 1599, apenas tres meses después de la invasión de la Isla por parte de la armada holandesa, las proximidades de la charca de Maspalomas eran una especie de hipódromo de arena para celebrar una «corrida de las burras», lo que podría explicar el topónimo que da nombre a la playa. Se trata del testamento realizado por Pedro Estévez de Burgos, vecino de la Villa de Agüimes, soltero, que realiza ante Rodrigo de Cubas, escribano de Telde, y manifiesta en una de sus mandas: «Item declaro… que llevé a el charco de Maspalomas seis o siete hombres a la corrida de las burras, como fueron dos hijos de Artiles, y otro, yerno de Diego Catela, y Luis Martín, y Juan de la Fuente, y Gaspar González, y Ojeda, el cual llevó dos bestias, con la bebida y comida, y el dicho Ojeda por llevar la comida ha de ser tres reales».

Sorprende el entendimiento y la complicidad que llegan a establecerse entre aquellos hombres, y el deseo del testador de pagarle al tal Ojeda los tres reales antes de irse de este mundo por haberse encargado del comistraje para pasar la jornada. Debemos recordar que en aquellos años finales del siglo XVI la zona de la gran charca formada en la desembocadura del barranco representaba un solitario y pequeño desierto, enriquecido por extensas dunas y palmerales, al que se llegaba después de cabalgar agotadoramente a lomos de bestias por caminos de tierras y arenales desde sus lugares de origen. Pero una vez allí disponían de agua potable y leña para regresar con las mulas cargadas. No olvidemos que este enclave tuvo una gran importancia en la historia y la conquista del Nuevo Mundo, pues allí, el 24 de mayo de 1502, las naves de Cristóbal Colón se aprovisionarían del agua y la leña necesarias en el cuarto y último viaje a América, según describe con detalle en un pasaje de su diario su hijo Hernando, quien, con 13 años, acompañaba a su padre en aquel viaje. Y fue allí también donde la formidable escuadra holandesa se vio obligada a desembarcar en la dilatada playa para hacer aguada y enterrar allí algunos de los soldados heridos que habían fallecido a bordo de los galeones tras los encarnizados combates en la Batalla del Batán en aquel verano de 1599.

El testador señala los nombres de la mayoría de ellos, o al menos los más eminentes, cuyos nombres asoman por doquier en los protocolos notariales de aquel tiempo, como Diego Catela de Cubas, vecino de Telde; los hijos del célebre mercader flamenco Artiles (Art Tiles), también avecindado y casado en Telde; Luis Martín, el cojo; el sastre Juan de la Fuente, casado con Melchora de los Reyes, hermana del testador, ambos vecinos de Agüimes, y Gaspar González, vecino de Telde, quien, en torno a 1620, terminará por establecerse en Agüimes. Probablemente son ellos, personas con relevancia y distinción social, vinculados con negocios y propiedades en el Señorío Episcopal de Agüimes (actuales municipios de Ingenio y Agüimes), los que dedicaron un esfuerzo más sostenido para llevar a cabo aquella práctica social y deportiva, lo que parece indicar que ese tipo de espectáculo solía realizarse de forma tradicional y tenía lugar cuando los animales estaban libres de trabajo. Así, eran conducidos en manada hasta la orilla de la playa, cuyo espacio de acción, aquel hábitat natural de juegos, no tenía límites, como su imaginación. Estas corridas de burras de las que apenas teníamos referencias, salvo esta primera prueba documental, entrañaban un cierto carácter festivo y servían a las familias de los criadores y ganaderos de la Isla para el jolgorio, esparcimiento y gozo, y en ellas no faltaba la comida y bebida y, por supuesto, la rivalidad sana y las apuestas.

El coso se alzaba, como hemos reseñado, alrededor o en las proximidades de la charca de Maspalomas. Y así, muchas veces debió repetirse a lo largo de los años hasta que esta relevancia de los nobles animales no podía menos que influir, dejar huellas y desentrañar la razón del nombre de la Playa de Las Burras, quizás inspirado en aquellas carreras informales, un tanto improvisadas. Sin embargo, la etimología popular resuelve fácilmente el origen del topónimo diciendo que por la zona, ya en el siglo XX, había un desembarcadero para las pescadoras, donde los productos del mar eran transportados hacia el interior a lomos de estos animales. Pero esta consideración popular podría haber nominado al barranco de los Burros, de forma genérica, también en la zona.

Resistencia

No poseemos más datos veraces que este documento original, y el único, hasta el momento, que testimonia de manera directa la estadía de las burras, en femenino, en el lugar desde tiempo bien remoto, y parece fundamentado que el zootopónimo bien pudiera tener relación con lo que se expone en el mencionado protocolo, describiendo una realidad existente. Por la fecha en la que Pedro Estévez dictó sus últimas voluntades, esa carrera se celebró en pleno otoño en la espléndida playa sureña, pues la época de lluvias y los calores del verano eran poco propicios para la farándula y el galope junto al mar. Eran estos espectáculos un buen lugar para contemplar la resistencia de la familia de los equinos asnales que llegaron desde África junto con los camellos tras la conquista de la Isla. De modo que los dueños de ganado de fines del siglo XVI contaban con un entretenimiento en plena playa, a imagen y semejanza de la costumbre en la Península de correr animales como gallos o toros y que se remonta a la Edad Media y que en las centurias posteriores formarán parte de los espectáculos de la ciudad, en las fiestas de San Pedro Mártir, sobre todo en el siglo XIX para entretenimiento de los vecinos. Los burros canarios y la comida campestre en la playa solían ir juntos, y su duración abarcaba una jornada para regresar a las tareas campesinas: arar, recoger y transportar la cosecha. Sería un remoto antecedente de las carreras de burros que todavía hoy se celebran en las fiestas de algunos pueblos de la Isla, como parte de su cultura y patrimonio inmaterial, cuyo trote lento y parsimonioso desata las risas del público.

Manuscrito de protocolos notariales sobre la Playa de Las Burras del Archivo Histórico Provincial.

Los animales han dejado su impronta en distintas partes del territorio de la Isla, cuyo catálogo nos ofrece un Arca de Noé, aunque no siempre el topónimo lo merece por las mismas razones. El pacífico solípedo, que Juan Ramón Jiménez inmortalizó en el Platero y yo se prodiga por la Playa del Burrero, en Ingenio; El Burrero (Agaete y Gáldar), Playa del Asno y Cañada de los Burros, ambos topónimos de Tasartico (La Aldea), pero también en Agüimes; Andén de los Burros (Agaete). También en la década de 1780 sabemos que la madera para la construcción del retablo barroco de la ermita de Nuestra Señora del Buen Suceso del Carrizal fue transportada en barquillos desde el embarcadero de las Burras, y desde allí fue traída a Carrizal en burros.

Esta pequeña ensenada, situada entre la playa de San Agustín y la de Maspalomas, que fue en su día un pequeño caserío de pescadores, convertido en la actualidad en un cosmopolita enclave turístico, tuvo resonancia internacional al quedar embarrancado en su playa en 1914 el mercante inglés Emma después de haber chocado contra la ‘Baja de Gando’ y ser abandonado y arrastrado por la corriente, aunque logró salvarse al ser remolcado posteriormente. Más recientemente, tuvo lugar el hundimiento en sus aguas del submarino alemán U-167 en 1943, en plena II Guerra Mundial, siendo su tripulación acogida por vecinos del lugar después de haber sido rescatados en barquillas por pecadores de la zona.

Seis siglos después, la eficaz labor en el transporte y las labores agrícolas que prestaban estos animales ha dejado de tener utilidad, y las pacíficas acémilas se encuentran hoy día en peligro de extinción. Tierra adentro, varias asociaciones trabajan para su conservación tanto en Fuerteventura como en Gran Canaria; en esta última isla, en el pueblo de Tejeda, cuenta incluso con el Centro de Recuperación del Burro y la asociación Feria Equina de La Culata que fundara en 2002 el buen amigo Fernando Alba. «Las burras siempre han sido más mansas y dóciles; el burro suele tener más nervio, y quizás por ello las usaban para correr», cree Alba sobre aquella práctica insólita que ahora nos envuelve en un viaje en el tiempo, pero que acredita que las burras, la comida y el disfrute de las tardes de otoño junto a la playa en este rincón de Gran Canaria vienen de tiempos muy antiguos, muchos antes de la llegada de las suecas.

Bañistas en la playa de Las Burras, situada entre San Agustín y Playa del Inglés.

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