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18 de julio, democracia y ley

Franco asiste en Las Palmas al entierro del general Balmes. LP/DLP

La verdad es que, a veces, Pablo Casado tiene el mérito de decir la verdad de lo que piensa su partido o una parte de él, o que se hace eco del sentir general mayoritario de sus correligionarios: la República era una democracia sin ley, y la dictadura de Franco era la ley sin democracia, o algo así. Toma ya la frase. Suelta eso y se queda tan pancho. Claro, después se queda a esperar las reacciones, como un niño chico inseguro de las palabras pronunciadas, a ver si alguna instancia europea le lee la cartilla, o si alguno de los partidos conservadores o liberales europeos, de inequívoco pedigrí antifascista -ámbito al que creen pertenecer, a veces con muy poco éxito-, pone el grito en el cielo.

Y es que desde que se hizo la primera Ley de la Memoria Histórica, allá en el 2007, la derecha ha expresado su indignación, como diciendo: “¿Esas tenemos?, pues hasta ahora me he callado, pero si ustedes empiezan a sacar el asunto yo continuaré”. Es el dicho ese de que si quieres caldo tendrás dos tazas. Bueno, vale, ¿y ahora qué hacemos? Pues sobre todo mucha pedagogía y racionalidad. Cuando a alguien de derechas le explicas que la Ley de Memoria Histórica es necesaria porque ayuda a la verdad y, por ende, a la reconciliación, y que identificar a los asesinados republicanos y darles una sepultura digna es una labor humanitaria, no se atreven a desmentirlo. “Ah, sí, eso sí”!, dicen. Pero cuando empiezas a escarbar y salen los miles de cadáveres en las cunetas y pozos, cráneos con agujeros de bala en la nuca o la sien, entonces se incomodan. “Eso es revancha”, dicen. Entonces aparecen algunos para recordarnos: “¿Y de las monjitas qué?”. Les cuento esto último porque una vez me lo dijeron, no me lo invento. Y así, por los siglos de los siglos.

Pues eso ha pasado. Toda una ofensiva mediática con libros, artículos, discursos, estudios y todo lo que fuera difundir las distorsiones consabidas durante todo el franquismo, mitos fundacionales de la Dictadura de Franco: que los rojos querían la revolución comunista en 1936, que la insurrección obrera y nacionalista en Asturias y Cataluña de 1934 eran un adelanto de lo que iba a venir después, que los militares impidieron la llegada del Satán comunista y ateo, que la victoria del Frente Popular en 1936 fue un fraude electoral, etc., etc. Y encima reivindican la figura de Manuel Azaña, por cierto, represaliado en 1934. Hasta hemos tenido que aguantar al Sr. Abascal meterse con el último presidente del gobierno de la IIª República Juan Negrín a propósito de su vida privada nada menos que en la sede de la soberanía nacional. En todo este tiempo, además, al PP le ha costado condenar la Dictadura, y cuando la ha hecho ha sido con la boca muy chica, como de pitiminí, o con algún verso suelto como el presidente gallego Feijoo. Y ahora el Sr. Casado dice que la Dictadura era ...Ley.

No es mi intención en este artículo sobre el 18 de julio diseccionar esos argumentos y rebatirlos, quizá corresponda a otros ámbitos y a otros momentos, pero hay que decir algo sobre lo que dice nada menos que el líder de la oposición.

La República constituida en 1931 era un sistema democrático de amplísimas libertades, como nunca habían existido en la historia de nuestro país, y la Constitución de 1931 fue aprobada por la inmensa mayoría de las Cortes Constituyentes, elegidas por sufragio universal. Esa era la Ley de leyes del sistema, una Carta Magna que supeditó todo el cuerpo legislativo histórico e hizo que los españoles y españolas (sí, españolas, porque dio el voto a las mujeres) tuvieran unas normas comúnmente aceptadas, libremente asumidas. Durante la breve duración del sistema, hasta el golpe militar del 18 de julio de 1936 y la guerra incivil que le sucedió, las cosas no transcurrieron por un camino de rosas. Muchos acontecimientos cruciales se produjeron en un breve espacio del tiempo, apenas cinco años. Resumo muy brevemente. Ruido de sables, desde el día uno del nuevo marco político, protagonizado por algunos generales que no simpatizaban con el modelo republicano y que querían de nuevo a un rey que les diera todo el protagonismo, como había pasado durante la Dictadura de Primo de Rivera. Una crisis económica mundial, que golpeó de lleno a la joven democracia española, incrementando el paro entre amplias capas de la población. La extensión del modelo político autoritario y/o fascista por una Europa en crisis, primero en Italia (1922), luego en España (1923) y más tarde en Alemania (1933) y la proliferación de partidos de corte fascista. Una conflictividad social, muy acusada en determinadas zonas de España, que perseguía un mejor reparto de la riqueza, acompañada de una afiliación social y política creciente, que afectaba tanto a las capas más humildes como a los sectores patronales. Una polarización política y social, por lo tanto, que ocasionó graves incidentes, sangrientos incluso (acuérdense de la matanza de obreros por parte de la guardia civil en Casas Viejas). Una insurrección obrera en Asturias y nacionalista en Cataluña en 1934, justo cuando la CEDA llega al gobierno de Lerroux, que surgió como un movimiento defensivo republicano ante el temor de que fuera la antesala de la llegada del fascismo, como había ocurrido recientemente en Alemania. No olvidemos que Gil Robles hacía aspavientos autoritarios, como el canciller Dollfuss en Austria, quien disolvió el Parlamento y gobernó por decreto. Insurrección asturiana sofocada a sangre y fuego, cuya represión fue dirigida por Franco desde el estado mayor militar, con el propio Gil Robles al frente del Ministerio de la Guerra. Un anticlericalismo en auge, que dio lugar a quema de iglesias y conventos, que el estado republicano intentó neutralizar, con mayor o menor éxito, mediante las fuerzas de seguridad. Un terrorismo político auspiciado, sobre todo, por sectores anarquistas radicales que cometieron atentados contra las fuerzas del orden y funcionarios, y fascistas españoles que cada vez escondían menos sus intenciones de acabar con el estado liberal.

Los liberticidas no tienen cabida en nuestro marco de convivencia. Solo entonces comenzaremos a entendernos y reconciliarnos.

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Pero, a pesar de todo, la República funcionaba como estado de derecho, con sus leyes, con sus normas e instituciones, con sus servidores públicos, con elecciones y con alternancia política. Había libertades políticas, se podía opinar, manifestar, publicar, reunir, asociar. Ningún país europeo, con mayor o menor intensidad, dejó de sufrir estas sacudidas. Por ejemplo, en la Francia de la época hubo muchas más huelgas que en España y la derecha francesa era tanto o más beligerante que la española, y las fuerzas obreras galas promovían un cambio económico y social de amplio calado. Pero el modelo político liberal funcionaba, con muchas dificultades sí, pero caminaba.

Y en España ¿caos?, ¿desgobierno?, ¿amenaza bolchevique?, ¿ruptura de la patria? Eso decían algunos, y otros alertaban contra el fascismo. Los falangistas y los milicianos amenazaban con los puños y las pistolas. Pero habían leyes, se encarcelaban a unos, se sancionaban a otros, los jueces aplicaban las leyes.

Y el tiempo se detuvo aquel 18 de julio. Es que habían ganado las izquierdas unos meses antes, formando un gobierno del Frente Popular con los ministros más moderados que pudiera haber en el mercado político, precisamente para no asustar a las derechas, para propiciar un cierto clima de calma y sosiego. Y había ganado el bloque de izquierdas porque las derechas fueron desunidas, de lo contrario hubieran vencido de nuevo, como en 1933. Pero no se entendieron y fueron a la contienda divididos. ¿Que la izquierda hizo fraude electoral masivo? No es verdad, es otra manipulación de los nuevos cruzados, el gobierno que las había convocado y controlado provenía de la mayoría parlamentaria de derechas, imposible un fraude de esas dimensiones.

En aquel verano de 1936 un sector muy importante de jefes y oficiales militares se levantaron en armas contra el sistema democrático y anularon la Ley de leyes, la Constitución, propiciando el caos y la mayor matanza de españoles y españolas en toda su historia. ¿Salvada la patria? La patria de los privilegios, de las castas y de los censores. Pues sí, salvaron esa patria. Pero la patria democrática, diversa, contradictoria, plural, esa fue aplastada por decenios. ¿Leyes? ¿Cuáles? ¿Las que condenaban a muerte a decenas de miles de compatriotas? ¿Las que aplicaban la la monstruosidad jurídica de la retroactividad, sancionando a los que habían profesado ideas de izquierdas unos años antes? ¿Esas son las leyes a las que se refiere el Sr. Casado? Ese era el imperio de sus leyes, para la eliminación física o neutralización de los reales o supuestos enemigos, que hundieron este país económicamente, la desarticularon socialmente, la anularon políticamente y la empobrecieron espiritualmente, con exilio de la flor y nata de la intelectualidad española. ¿Leyes sin democracia fue la dictadura de Franco? ¿Ese es el análisis que nos propone una derecha que quiere homologarse en Europa? Pero entonces estamos quitándonos la careta. Gran parte de la derecha española abrazó el franquismo, unos a regañadientes, otros con gran entusiasmo, pero se inmolaron en aras del poder unipersonal, despótico y genocida. ¿Qué les vamos a decir a las nuevas generaciones? Que un golpe de estado contra la democracia está justificado porque peligran las esencias de dios, patria y rey? O vamos a decir de una vez por todas que nada justifica acabar con la democracia, que los liberticidas no tienen cabida en nuestro marco de convivencia. Entonces, y solo entonces, comenzaremos a entendernos y a reconciliarnos verdaderamente como seres humanos y como colectividad que vive en un mismo suelo, que respira el mismo aire y que cohabita o coexiste en un marco normativo común.

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