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Con mucho geito (12) | Lucía Santana Bolaños

Reina del salitre

Lucía Santana Bolaños se convirtió por méritos propios en la primera patrona de pesca de Telde | De un chinchorro hizo un buque

Lucía Santana Bolaños, patrona de pesca. José Carlos Guerra

La vida de Lucía Santana Bolaños, que cumplirá el próximo diciembre 89 años, es la de llevar el marisco en la sangre, embarcándose desde chica de polizón en el barco de su padre, escondida entre salvavidas, para terminar armando su propio buque de 14 metros que aún sigue navegando su hijo.

Lucía Santana Bolaños, nacida el 13 de diciembre de 1932, lleva el salitre en las venas y por ese motivo, ya de chica, se embarcaba de polizón en la barquilla de su padre. Cuándo éste la dejaba en tierra, «yo pegaba a llorar», y era tanta la magüa «que me escondía debajo de los salvavidas y de una tapa para que me llevara a la mar».

Y tanto, tanto, fue a la mar que se convirtió en la primera pescadora de Telde, con barco propio, patrona de sus navíos, desde la pequeña Lucía hasta el muy poderoso 14 metros de eslora, La Carmita, que hoy capitanea su hijo Carlos por los mares del sur.

Lucía Santana es un océano de aceite que ríe, cuenta y relata, pero también tiene del Atlántico el genio que emerge en marejada allí donde la contradigan, con un punto algo pirata. «A mí lo que más me gusta del pescado es la cabeza, que es donde está el alimento, en la parte de atrás, en los sesos», explica con fuerza.

Recuerda vivir de pequeña primero en Melenara, «que fue donde nací yo y de donde mis padres son». Y luego irse a La Garita, con domicilio en una de las casetas que se encuentra aún enfrente del Bufadero. «Sola y aparte».

Lucía Santana Bolaños

Lucía Santana Bolaños José Carlos Guerra

Su rumbo en la mar comienza cuando no levantaba un palmo, remendando redes y trasmanos, hasta que se hizo con «un barquito pequeño que se llamaba La Lucía», que ella mandó hacer a un carpintero, maestro Juan, por más señas. Un tres metros y pico, con sus artes, «y era la única mujer que se dedicaba a eso en La Garita», cercando los peces con chinchorros hacia la arena y con el tiempo, pescando a nasas.

Al poco iba creciendo en esloras. «Yo me iba a pescar a todos lados pero estaba de deportista, hasta que me agarró uno que pagaba el seguro y me advirtió que no podía estar cogiendo aquellas cantidades de pescado sin ser profesional, así que me fui a otro hombre que sacaba papeles por la Marina para que me legalizara».

La hoy patrona, no sabe leer ni escribir, así que le hicieron un examen oral, en el que le dio tiempo de demostrar sus destrezas y a explicar que su zaga ya era de pescadores, y se hizo con el título. Que no es el único que ostenta. «Luego me saqué el de Salvamento y Socorrismo, y salvaba a la gente con el salvavidas».

De chica embarcaba de polizón en el propio barco de su padre, escondida en los tambuchos

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Al fin y al cabo también es como un chinchorro, tirar un cabo al horizonte y traer la pieza. Así fue como un día le llaman de un trajín en la playa de San Borondón. Un señor ahogándose. Ella a lo suyo, a tirar a lo lejos el flotador para que el incauto se agarrara. «Pero era tanta la gente que había que no me hacía caso a las señas de que se fuera a un lado para que no pasara por encima del marisco. Y ahí estaba, todo el mundo jalando hasta que pasó por encima del bajío tragando agua”, y emergiendo en la arena como al que pasan por un rallador de limones. «Me dio tentación de risa», eso sería al principio, porque luego confiesa: «me revolcaba de la risa».

Lucía es una fiesta, pero de armas tomar. Quizá por eso le pusiera a su segundo barco el nombre de La Espada, de seis metros y medio, con el que ya tenía sus folios, sus papeles «y cotizando en la Seguridad Social». «No salía de allí», ni de nada que flotara, al punto que cuando en los años 70 tuvo a su cuarto hijo la cogió en la marea. «Es que el embarazo», explica, «te da sus avisos porque empieza con dolores, y por eso no me preocupaba», el caso es que el aviso la coge embarcada al punto que al llegar a tierra toda mojada se sube en el furgón de Juan Betancor, que la lleva al hospital «y a las dos horas ya estaba nacido allí».

Evidentemente la costa de Telde, a pesar de lo acrecentado de su litoral, no tiene las dimensiones para una mujer del coraje de Santana Bolaños y a medida que pasa el tiempo y mejora sus barcos, siempre con el apoyo de su marido y padre de sus cuatro hijos, Silverio Quintana Reyes, de Madrelagua, Valleseco, enfila aguas de más adentro, desde la costa de San Agustín, de Playa del Inglés. Y en Tarajalillo, donde se asentó durante 16 años en una caseta, ella sola con su marido, «a hacer la vida de siempre», al punto que eran sus hijos, que quedaron viviendo en La Garita, la que le llevaban la ropa y los que iban allí los fines de semana para hacerles la comida. «Ella no es de su casa, sino del trabajo», ilustra Lucía hija, que junto con Fefi, Nené, y el ya citado Carlos es la mejor pesca que se ha llevado al tambucho en vida la gran patrona de La Garita.

Lucía se retiró no muy tarde de la mar, cuando ya le pasó su último gran barco a su hijo. Pero el acumulado de sardina, boga, chicharros, pejeperros y arañas que capturó en aquella vida a flor del marisco lo convirtió y acrecentó en cinco barcos, uno detrás del otro, tres casas, un apartamento y «cuatro hijos bien criados», lo que la convierte en la reina absoluta del salitre. “No, ya le digo yo que lo mío es trabajado, la lotería no me la he ganado”, y rianga otra risa.

Libertad, coraje y valentía

La última vez que la paró una patrullera en el mar fue cuando le pasó el barco ‘La Carmita’, de 14 metros de eslora, a su hijo Carlos, que heredó la querencia por los mares. «Era en Castillo del Romeral, y me preguntaron, pero ¿usted no se jubiló? Le digo, sí, pero vengo a enseñar a mis hijos. Se marcharon, y hasta la fecha, porque los padres tenemos que enseñarlos para que ellos sepan». Lucía ya no se embarca, pero salvo covid mediante, siempre se enrola todos los años por las fiestas de la Virgen del Carmen para recordar desde cubierta una vida de libertad, coraje y valentía en el azul de su Atlántico.

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