La Provincia - Diario de Las Palmas

La Provincia - Diario de Las Palmas

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

ANÁLISIS

Nuestra Señora del Pino

La aparición de la imagen de la patrona es similar a los hallazgos que tuvieron lugar en la península según iba progresando la reconquista

Imagen de la Virgen del Pino sin sus mantos. | | LP/DLP

Que la devoción a la Virgen del Pino ha calado hondamente en la sensibilidad de nuestro pueblo, es algo fuera de debate. Puede resultar discutible el variopinto significado de las romerías, la siempre curiosa ofrenda de exvotos o incluso determinadas manifestaciones de la sensibilidad religiosa; mas parece evidente que el nombre del Teror que acoge la imagen de la Virgen, patrona principal de la Diócesis Canariense (provincia de Las Palmas), es un referente inequívoco de cohesión social en nuestra provincia, de expresión y vivencia espiritual en no pocos, y de manifestación festiva para muchos, y siempre conservando su personalidad canaria.

Nuestro historiador José Viera y Clavijo (1731 – 1813), tras explicar en su Historia General de las Islas Canarias (XIII.1) que el nombre adjudicado a la Virgen lo fue por el pino donde se descubrió la imagen, nos relata cómo tuvo lugar aquel memorable hallazgo:

«Fíjase (el hallazgo de la imagen) al fin de la conquista de Canaria y en tiempo de su obispo y conquistador don Juan de Frías. Hasta entonces no tenía esta grande isla imagen aparecida como las de Tenerife y Fuerteventura; pero es tradición que los gentiles ya habían observado cierta luz que solía rodear aquel árbol, sin que se hubiera atrevido a reconocerla. Atrevióse el prelado. Subió al pino y encontró una hermosa y devota estatua de Nuestra Señora, de cinco palmos de alto, con su santísimo hijo sobre el brazo izquierdo».

Parece ser que no era buena señal para Gran Canaria el hecho de que las islas hermanas tuvieran su imagen prodigiosa (La Virgen de la Candelaria en Tenerife, y la Virgen de la Peña, en Fuerteventura), y esta isla nuestra no dispusiera de la suya propia; aunque ello no fuera por menosprecio a esta tierra, porque ya había señales que, a los ojos sencillos, anunciaban el cercano prodigio. Y continúa diciendo nuestro historiador:

«El pino sí que era un prodigio. Sobre ser eminente, de ramos muy frondosos, y su tronco de una circunferencia de cinco brazas y media, tenía en la primera distribución de sus gajos un círculo de culantrillo de pozos tan fresco y tan lozano como si estuviese en un peñasco regado de algún manantial. De este frondoso círculo nacían dos árboles dragos, cada uno de tres varas desde la raíz a la copa, y en medio de ellos, se dice, estaba la santa imagen sobre la peana de una piedra, cuya calidad no pudo averiguarse nunca».

Resulta evidente una aparente confusión en el relato, por cuanto en el primer párrafo se sitúa la imagen de la virgen aparecida en el pino donde se encaramó el obispo Juan de Frías, mientras al final del mismo se nos sugiere que la imagen estaba escondida entre la vegetación de la pequeña fronda formada por el pino con su culantrillo adherido al tronco, los dragos y las plantas alimentadas por el mismo manantial que regaba el peñasco que hacia las veces de peana. Aunque también pudiera entenderse que la peana de piedra, tal como se entendió el relato popular, estuviera encajada entre las ramas del gran pino y flanqueada por los dragos.

Independientemente de las leyendas que puedan adornar el origen de la venerada imagen, podemos encontrar una base histórica al estilo de cuantos hallazgos similares tuvieron lugar en todo el suelo peninsular de España según iba progresando la reconquista hasta finales del siglo XV, sin pretender con ello cuestionar un punto de autenticidad o la base espiritual que sustenta la devoción. Nosotros nos permitimos ofrecer algunas pistas históricas que puedan servir de fundamento para el planteamiento de una nueva hipótesis interpretativa.

Queda documentado por nuestro historiador Julio Sánchez en su obra Misión Evangelizadora de la Iglesia en las Islas Canarias, que los primeros intentos de evangelización de las islas se remontan a la segunda mitad del siglo XIV, animados por los papas de Aviñón, cuando refiriéndose a nuestras islas se insta a:

«Instruir a los paganos con la doctrina y el ejemplo…, y por la celosa habilidad de dichas personas, puedan ser instruidas aquellas gentes en la misma fe y ser agregadas a la unidad de la Santa Madre Iglesia».

Es también en esa época cuando se erige el primer obispado canario con el título de Islas Afortunadas, y se nombra a los primeros obispos, estableciendo su sede en Telde. Cuatro fueron los obispos que se sucedieron, aunque ninguno de ellos llegó a pisar tierra canaria. Pero fue también entonces cuando se produjo una expedición misionera compuesta por treinta sacerdotes (regulares y seculares), de buena conducta que pudiesen predicarles en su lengua o por medio de intérpretes o que llevaran consigo…, anunciando el glorioso nombre de Nuestro Redentor Jesucristo y el Sagrado Evangelio.

El proyecto evangelizador no cumplió su objetivo, bien porque la conducta que los aborígenes observaban en las expediciones europeas que llegaban a nuestras costas no eran ejemplares, bien porque, a pesar de la más que probable pacífica y positiva acogida que los aborígenes dieran al mensaje evangélico, posteriormente lo identificaran con los abusos sufridos por parte de los asaltantes, mercaderes y esclavistas, lo que dio lugar a que, hacia el año 1393 acabaran con la vida de trece misioneros arrojando luego sus cuerpos a una sima volcánica.

Continuando con la hipótesis basada en los hechos históricos mencionados, encaja perfectamente dentro de lo verosímil, que al producirse la desconfianza y persecución de los aborígenes hacia aquellos primeros evangelizadores, no faltaran creyentes (aborígenes o misioneros) que decidieran proteger los objetos religiosos, particularmente los iconos más significativos como pudo ser la imagen de la Virgen, y los ocultaran eligiendo para ello cualquier lugar fuera de los ojos y del alcance de quienes pretendieran destruirlos. Y en ese sentido, los entornos de Teror, alejados de las tierras del sureste por donde se habían introducido los misioneros, y al cobijo de árboles corpulentos y vegetación exuberante dada la abundancia de aguas, les ofrecieran suficiente seguridad para poder confiar a ellos la protección de la imagen.

Luego, con el paso del tiempo transcurrido entre el martirio de los misioneros (finales del siglo XIV) y el momento del hallazgo por el obispo Juan de Frías el 8 de septiembre de 1481, tendría lugar lo impactante de su hallazgo; y a partir de ahí se iría tejiendo una piadosa red de leyendas tanto en referencia a la imagen, como sobre el entorno donde fue encontrada, como sobre el impacto espiritual entre las gentes.

El mencionado historiador Julio Sánchez sostiene que hasta tres imágenes de la Virgen del Pino pudieron venerarse en Teror a lo largo de los siglos, desconociéndose en la actualidad el paradero de aquella primera. No es improbable que el estado de la misma tras los años que permaneciera oculta, mas el deterioro propio ocasionado por el paso del tiempo, aconsejaran el encargo de una réplica que sustituyera la primera.

Con motivo de la división eclesiástica de Canarias en 1819, al erigirse en Tenerife la Diócesis de San Cristóbal de La Laguna (Diócesis Nivariense) se replantean los patronazgos comunes y particulares de todo el archipiélago, por lo que el día 16 de abril de 1914 se proclama patrona principal de la Diócesis Canariense (Provincia de Las Palmas) a la Santísima Virgen del Pino, siendo también reconocida como Patrona específica de Gran Canaria.

Compartir el artículo

stats