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CC MetroJosé Carlos Guerra

CC MetroJosé Carlos Guerra

Los últimos del Metro viven el futuro del centro con «miedo y angustia»

Los propietarios de los locales que aún resisten en el ruinoso edificio comercial de Playa del Inglés temen quedar en la calle tras el ultimátum de derribo

Corría el año 1974 en una Gran Canaria que aún no contaba ni con un Patronato de Turismo y que todavía no superaba el millón de visitas anuales cuando se inaugura en una Playa del Inglés que era la joya de la corona del Archipiélago el centro comercial Metro, justo en el epicentro del entonces vanguardista destino de sol y playa.

Su ubicación de privilegio lo situaba en la trasera de uno de los iconos que sí han logrado pervivir en el tiempo a día de hoy, el templo ecuménico de El Salvador, cuya construcción finalizó en 1971 y cuya concepción catapultó al arquitecto Manuel de la Peña.

Todo ello sobre la denominada plaza de Maspalomas, en realidad un gran nodo que comunicaba y por tanto era paso obligado, para acceder al gigantesco arenal y a las áreas residenciales.

Las grabaciones en Súper 8 de la época retratan a un centro comercial presidido en su cubierta superior por la discoteca Why Not, cuyo rótulo compartía espacio con el neón Metro Shopping Center en grandes letras, festoneado de terrazas repletas de turistas sentados en butacas de mimbre disfrutando de la cocina local mientras sonaba el clarinete, el saxo, la batería y el banjo del grupo Los Patri, ataviados de impoluto blanco.

En el interior del Centro Comercial MetroJC Guerra

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Por las escaleras que daban a sus tres niveles inferiores, otros regueros interminables de visitantes yendo y viniendo por sus más de 170 locales, ocupados por joyerías, modernas boutiques, tiendas de electrónica, salas de juegos, boleras, bares, supermercados, clubs nocturnos, dos oficinas bancarias, más restaurantes e incluso una pista de patinaje. En los años 70 y los 80 ofrecía la imagen del éxito en un mundo que aún estaba por conocer la esencia de los centros comerciales del futuro.

Pero no tarda mucho en quedarse en un punto de encuentro al que le comienza a pasar factura su condición de pionero. Las nuevas infraestructuras comerciales del sur va minando paulatinamente el atractivo del Metro. A ello se une, como recuerdan dos empleados de uno de sus últimos seis negocios que quedan en funcionamiento, el auge de la cercana Maspalomas y su bulevar.

Con el cambio de siglo su suerte estaba echada. Propietarios que cerraron el negocio porque sus hijos o herederos no estaban por la labor, a los que se iban sumando los que ya no cuadraban las cuentas. El mantenimiento se resentía. Y a principios de la década de los 10 del presente siglo, se quema, “yo creo que quemaron”, apostillan sin querer dar nombres, ni siquiera el suyo, un cuadro eléctrico en el primer sótano, una parte baja que terminan denominando como las catacumbas.

A los dos años, en junio de 2013 arde la discoteca Kopas, situada en la parte superior. Al año siguiente la situación del inmueble ya resultaba caótica, y apuntaba a ruina. Los propietarios solicitan al Ayuntamiento de San Bartolomé de Tirajana, de hecho, esa declaración de ruina, pero la corporación se niega a incoar el expediente y no es hasta 2021 que el Tribunal Superior de Justicia de Canarias anula el decreto municipal que negaba a la comunidad de propietarios lograr esa certificación.

A lo largo de esos ocho años el que fuera el rutilante centro comercial que irrumpió en el núcleo del punto más turístico de Gran Canaria se ha ido convirtiendo en un auténtico agujero negro, en la postal de la distorsión a la vista de los millones de turistas que transitan por el municipio a lo largo del año, y del que se hacen eco en las redes sociales multiplicando exponencialmente el impacto.

Foto Pacific, Confecciones Mariam, Steak House El Gaucho...,sus carteles rotos, desvencijados, cuando no colgando de las paredes se mezclan con pilas de sillas y mesas entongadas, fluorescentes rotos, vallas tiradas en el suelo, y, al fondo, donde las catacumbas, restos de basura de hace años, piedras, botellas, bloques enteros sacados de las paredes, cables y gatos, palomas y otras faunas.

El Ayuntamiento sureño ha dado ahora un plazo a los propietarios de 30 días para que apuntalen el edificio y lo vallen en todo su perímetro como paso previo a la demolición, algo que ya se anunció también en 2012 pero que nunca se llevó a cabo.

Y el nuevo ultimátum ha llenado de zozobra e inquietud a los resilentes del Metro, a día de hoy, una tienda de productos de cosmética, otra de productos naturales y terapias alternativas, un hipermercado y tres bares.

Uno de ellos es propiedad del que, el resto de presentes llaman «presidente en funciones», el alemán Marko Lemansky, propietario del bar Liliput, y que confiesa, como los demás, estar «asustado».

Lemansky lleva décadas en el bar, desde que lo retomara de su padre, que lo abrió en 1978, y asegura que hasta el momento no ha recibido ninguna comunicación del Ayuntamiento sureño, si bien desde otro establecimiento cercano apuntan que las notificaciones se envían «a la anterior junta que ya no está reconocida», lo que da pie a visibilizar un conflicto entre propietarios al que también achacan buena parte del declive del centro comercial.

Un toma y daca que se ha ido convirtiendo en la dejadez de muchos de los viejos dueños, «cuando todos deben tener su responsabilidad», apunta el alemán, que con el tiempo ha terminado en un callejón sin salida.

Por paradójico que parezca, el centro comercial, solo una pequeña parte de su perímetro externo, ya que el interior y las plantas bajas se encuentran encapsuladas por vallas, bloques y paredes ciegas que impiden el paso, tiene su trasiego.

El propio Liliput se va llenado a medida que se acerca el mediodía. El hipermercado es un entrar y salir de clientes, y de hecho, Marko apunta que suele tener a cuatro trabajadores fijos para atender a una clientela que es incluso superior a la del año 2019.

Es decir, «que esto funciona», como añade otro propietario, que además se pregunta el por qué en su momento el Ayuntamiento frenó en 2013 un proceso en el que podrían haber reflotado el centro comercial Metro, «después de gastarnos miles de euros en un proyecto arquitectónico para ello».

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