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IFachada de uno de los barracones. | | LP/DLP

San Bartolomé de Tirajana

Unas 43 familias de El Matorral siguen en barracones tras 22 años de espera

«Cuando vienen los políticos nos reímos, sabemos que no nos van a sacar de aquí», dice Esther López | El Ayuntamiento cedió una parcela a Vivienda en 2020

En El Matorral no creen en la palabra de los políticos porque se han cansado de esperar a que se cumplan las promesas de trasladarles de los insalubres barracones en los que viven a unas viviendas dignas. Han pasado 22 años desde que 43 familias fueron alojadas en estas casas prefabricadas de chapa y madera adonde llegaron de las cuarterías que ellos mismos levantaron en su día en El Moral, Tarajalillo , Calderín o en otra parte de El Matorral. Se creyeron que esto iba a ser algo temporal, pero ahí llevan atrapados más de dos décadas. Es la estampa de la pobreza, de una desigualdad que cuesta comprender hoy día en San Bartolomé de Tirajana y que se esconde a poca distancia de los hoteles y apartamentos en los que se ofrece lujo y confort a los visitantes, y donde el turismo genera tantas oportunidades de empleo y negocios.

Una de las últimas visitas políticas que recibieron los vecinos de El Matorral fue la del equipo de Alejandro Marichal hace dos años. | | LP/DLP

Aunque el Ayuntamiento de San Bartolomé de Tirajana cedió al Instituto Canario de la Vivienda, organismo dependiente del Gobierno canario, hace dos años una parcela municipal en Juan Grande que estaba destinada a un colegio y se le cambió el uso a residencial social para que se puedan construir viviendas donde alojarlos, el proyecto sigue en el aire. «Cuando vienen los políticos nos reímos porque no confiamos ya, porque sabemos que no nos van a sacar de aquí. Cuando hay elecciones vienen y ya después se olvidan», señala Esther López, una de las vecinas de este pequeño poblado de El Matorral donde no existe ni una tienda, ni una parada de guaguas, ni un sitio donde pueden jugar los niños. Entre los invernaderos, «escondidos de la civilización» como remarca, la vida bajo estos techos es tan dura como endeble. El calor ha hecho que unas velas decorativas que en su día compró Esther se hayan derretido, y que para soportar el asfixiante calor que aprieta bajo los techos tenga que tener encendido un ventilador todo el día, aún «con lo cara que cuesta la luz». Otra batalla es la de las cucarachas que si se cuelan entre los techos ya no hay quien las detenga. Hay vecinos que han tenido que pagar en varias ocasiones a una empresa de fumigación para librarse de estos insectos que se habían adueñado de todos los rincones. Las paredes son tan finas que se oye al vecino extender el papel de aluminio en la cocina.

A sus 59 años Esther cuenta que ya ha perdido hasta la ilusión de vivir en una casa nueva, con techos y paredes de cemento. «Han jugado tanto tiempo con nuestros sentimientos que ya te aburres», señala. Además, remarca que los que habitan en estos barracones son familias que perciben escasos ingresos, y pese a esto han intentado arreglar hasta la tarima del suelo cada vez que se ha levantado, algo que se ha convertido en un remedio interminable que han dejado por imposible esperando que llegue el día de no estar ahí.

También se queja del engaño del que han sido víctimas por parte de los gobernantes Daria Lemes. Hasta se atreve a lanzar un aviso a los candidatos de las próximas elecciones municipales. «Espero que no vengan a vendernos el mismo cuento de siempre porque si lo hacen va a haber problemas», advierte.

«Vine por dos años y llevo dieciséis. Tengo dos hijos: un niño de 17 y otra de niña de 16, que se ha pasado aquí toda su vida. Así que imagine, vivir aquí es duro n o, lo siguiente», añade con tono de enfado esta vecina, que llegó desde Calderín, en El Tablero. Se queja de que aparte de las condiciones de estas infraviviendas, sus hijos sufren de asma debido a que el azufre de los invernaderos de tomates que tienen al lado lo invade todo. «La ropa del tendero huele a azufre y si tienes una ventana abierta ya se mete ese polvillo por todos lados».

Para entrar y salir de este poblado hay que andar un rato o disponer de coche porque la parada de guagua más cercana está junto a la prisión de Juan Grande. El único servicio municipal que hay es la recogida de residuos sólidos, y los niños se tienen que conformar con jugar entre el polvo que se levanta en los callejones de tierra.

Para soportar las olas de calor de este verano, que en esta zona del sur de la isla han apretado bastante, Daira Lemes tuvo que poner un aparato de aire acondicionado porque «vivir bajo estos techos de chapa es como freírse, peor que estar dentro de una sauna». Pero el remedio se lo fastidiaron los ratones porque se han comido hasta los cables que van por encima de todos los techos. «Ni Internet tienes aquí si te dejan sin cable los ratones», apostilla.

El edil de CC, Alejandro Marichal, ahora en la oposición, visitó a estas familias a comienzos del mandato cuando se hacía cargo del departamento de Urbanismo, y se comprometió a buscar una solución. Según explica, fue a raíz de conocer en qué condiciones viven estos vecinos de El Matorral cuando promovió la cesión al Instituto Canario de la Vivienda de una parcela en Juan Grande donde estaba previsto construir un colegio. De esto han pasado dos años y, de momento, no hay ningún proyecto en marcha para levantar las viviendas sociales. Lo mismo dice que ocurre con otras parcelas previstas para otras 15 casas en Castillo del Romeral, y otras 20 en San Fernando.

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