Sector Primario

El invierno de los sachos calientes

La falta de agua en las cotas de mayor altura y unas temperaturas dignas de agosto arruinan la cosecha de los próximos meses

Las papas y hortalizas languidecen

Tres peones de los cultivos de Gilberto Santana dibujando surcos con sus sachos entre la hortaliza perdida por el calor y la sequía en la Vega de San Mateo.

Tres peones de los cultivos de Gilberto Santana dibujando surcos con sus sachos entre la hortaliza perdida por el calor y la sequía en la Vega de San Mateo. / LP/DLP

Juanjo Jiménez

Juanjo Jiménez

Siempre se dice que tiempo como éste nunca hubo, pero esta vez sí que es cuantificable, con el invierno más cálido desde que hay registros y memoria, como atestiguan los cultivos de medianías, sobre todo aquellos situado en las cotas más altas, como los de Gilberto Cabrera, que a 900 metros de altitud ve como pierde el año a medida que sus papas y hortalizas van menguando bajo y sobre tierra.  

Canarias vive uno de los episodios de calor y sequía más extremos de su serie histórica, y con un invierno insólito empañado en batir un récord tras otro. Así, en noviembre la temperatura media en el archipiélago fue de 20 grados centígrados, 2,2 grados por encima de lo esperado, con unas precipitaciones que dejaron de media en la Comunidad Autónoma apenas 27,2 litros por metro cuadrado.

En diciembre los termómetros dieron apenas una ligera tregua, pero no la suficiente, y de hecho la Aemet lo califica de muy cálido, con una anomalía de 1,3 grados centígrados superior a la media, e igualmente seco, con 23,3 litros por metro cuadrado en las islas, para dar paso a un enero con auténticas ínfulas de agosto, «extremadamente cálido», aupado a 3,1 grados por encima del normal umbral del primer mes del año, y rematado por una ridícula garuja de solo 4,7 litros por metro cuadrado, y una máxima en Canarias de 278 horas de insolación y un interminable episodio de calimas.

El invierno de los sachos calientes | LP/DLP

El invierno de los sachos calientes | LP/DLP / Juanjo Jiménez

Y bajo este siroco permanente, no hay lechuga que esto aguante. Es en esta solajera en la que Gilberto Cabrera mantiene el respirador asistido a sus cultivos de seis hectáreas situados en la cota de los 900 metros del municipio de Vega de San Mateo.

Cabrera anuncia debacle, ya de entrada por la voluntaria reducción de la siembra «en vista de que no tenía pinta de llover», de forma que de los 800 sacos de semillas con potencial para producir 300.000 kilos de papas que plantaba en años anteriores, ha reducido la apuesta a solo 500 sacos.

Recuerda que ya en 2023 «escapamos locos por un tiempo también muy feo», pero atisba que de aquellos 300.000 kilos que logró sacar a salvo ahora se queden en esta zafra en apenas 200.000 «y ya veremos».

Cabrera, que tiene 34 años, lleva a pie de surco desde 2008 y no tiene en el archivo de la memoria «un año tan malo», pero tampoco en la de sus padres, «que me dicen que nunca vieron llover tan poco en este febrero convertido en verano, cuando en realidad hasta ahora era la época de plantar sin regar hasta finales de marzo. De hecho, en estos dos últimos meses ya he comprado diez azadas de agua», lo que supone un gasto imprevisto de casi 4.000 euros.

Costes sin retornos

El precio de la hora de agua se ha mantenido, eso sí, pero no si se hace un repaso histórico. «Cuando yo empecé a cultivar en 2008 la hora de agua valía 18 euros, y había toda la que querías, pero ya va por los 30 euros. Eran tiempos en los que tenías la finca regada gracias a varios proveedores de sitios diferentes y en este 2024 solo me llega de uno, y que no me garantiza la continuidad.

Es agua que proviene de pozo o manantial y ellos mismos no saben si continuará dando agua, y eso sí que nunca lo habíamos oído antes», por lo que «es más necesario que nunca» que el agua de San Mateo, donde no llega la desalada, se quede en la zona, y no se envíe para el abasto en la costa, que es lo que realmente está pasando».

En la cota de Vega de San Mateo se planta papa a mediados de diciembre, se hace otra siembra en enero y una última en febrero, para recoger en mayo, junio y julio. Pero Gilberto se está pensando si plantar la última hornada, o no, los muchos sacos de semillas que aún le quedan, lo que supone otro coste sin retorno.

Es mediodía y se suponía que la entrada de los alisios iban a bajar las temperaturas, pero si lo ha hecho lo ha sido solo en unas muescas del termómetro. Sus tres trabajadores le dan al sacho dibujando surcos y vistos de lejos lucen como un espejismo junto a un sembrado de papas visiblemente alicaído, y poco más allá, las hileras de hortalizas no están para cosechar, sino para tirar directamente a la basura.

Gilberto explica que en el caso de la papa el mato no cría, que nace despareja «y no está bonita», y que también por el calor el brecol se queda pequeño, y además florece y ya no sirve desde el momento en el que se aparecen los pétalos blancos.

Igual ocurre con la coliflor, que demanda frío y agua, con la zanahoria, el puerro..., y hasta con las propias personas.

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