Ese sonido cadencioso, ese traqueteo de una máquina de coser, ha sido el telón de fondo de su vida. También lo son el silbido quejoso del viento a su paso por su pueblo natal, Soo, lugar donde se asomó al mundo el 10 de noviembre de 1931, cuando la claridad del solajero y la oscuridad de las penurias se mezclaban para las gentes de Lanzarote.

La vida de María Dolores Cáceres Díaz, estaba destinada, como la de tantas otras gentes humildes, a depender de los azares de la naturaleza y de su esfuerzo y su sudor para extraer fruto de la tierra quemada de Lanzarote. Felizmente casada a los 21 años con don José Morales Toribio, se mudó tras el enlace matrimonial a Tinajo, donde reside desde entonces. En un momento de su vida, como un manantial casi inesperado, María comenzó a hacer camisas de franela, una actividad en la que ha llegado a ser una maestra artesana reconocida por todos y que la ha hecho merecedora de un homenaje que, como siempre, lo es también para todas esas personas que han dado cuerpo y alma a las tradiciones de esta isla.

Hay quien deja pasar los segundos de su vida como arena que se pierde entre los dedos, sin crear nada. No es el caso de María Cáceres Díaz. Un día cualquiera tomó la decisión de agarrar las tijeras, el metro y la máquina de coser entre sus manos y crear un universo de franelas azules como el mar, canelas al igual que un día de calima o parecidas al color de su querida perrilla, Arena. También las ha hecho a cuadros, a rayas, realizadas todas con el mismo cariño y la misma pericia.

María, de algún modo, ha sido un ángel protector. Las prendas que ha confeccionado han protegido a muchos jóvenes estudiantes de Lanzarote del frío húmedo de La Laguna, e incluso del tiempo inglés. Sus pulcros trabajos han cubierto a niños y niñas de los pies a la cabeza, chinijos y chinijas que se han dormido y despertado arropados por sus pequeños trajes. Con los guantes que ha modelado se han protegido las manos los campesinos y las campesinas.

Sus gorros, asimismo, han ayudado a las mujeres a cubrirse durante sus tareas de ese sol lanzaroteño, tan bello pero que tantas veces cae sobre los habitantes de esta tierra como si fuera oro fundido.

Y también han servido para guarecerse de ese viento que se mueve sin cesar por estos parajes atlánticos, como si buscara algo que no acaba de encontrar a pesar del paso de los siglos.

Precisamente siglos atrás, esos mismos vientos tuvieron que ser testigos de la historia según la cual la Virgen de los Dolores, patrona de Lanzarote, detuvo a los ríos de fuego, ordenando a esos mensajeros del infierno que frenaran su avance y proteger así a sus feligreses. Cada domingo, María acude a misa, andando desde su vivienda. Ella tan sólo ruega por lo realmente importante. "Le pido que me dé salud...".

EL MISMO SONIDO. Habita la mujer en una vivienda en la que vive rodeada de recuerdos, unos en color, otros en blanco y negro, de pimenteras, de parras, perseguida por la perrilla Arena, que desapareció durante un año entero y luego, un buen día, apareció de nuevo, y no deja de demandar mimos. Desde el lugar en el que todavía se escucha el ruido tan familiar y hogareño de la máquina de coser, en un cuarto en la azotea, se divisan las montañas que cercan y hacen de centinelas del pueblo de Tinajo. En el lugar, en definitiva, donde María Cáceres ha protagonizado otra de esas pequeñas historias de Lanzarote, a veces tan olvidadas.

El fin de semana, en la Feria de Artesanía de Mancha Blanca, será la protagonista del homenaje que cada año rinde a alguno de los artesanos y artesanas de Lanzarote la Consejería de Industria, Comercio y Consumo del Cabildo. Será su día, su hora. Será llegado el momento de descubrirse ante la mujer que ha obrado el milagro de hacer que el tiempo se detenga en una humilde y tersa camisa de franela. Será un día bordado.