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Crisis del coronavirus

La Graciosa echa el candado

Los vecinos de Caleta de Sebo asumen la cuarentena de forma unánime y sin fisuras - La policía vigila que nadie entre por barco si no es de la Isla

La Graciosa echa el candado

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La Graciosa echa el candado Concha de Ganzo

Pocos recuerdan en La Graciosa un entierro más triste. Apenas acudieron veinte personas, todos familiares directos, y guardando entre sí casi dos metros de distancia, acompañaron a pie al coche fúnebre que llevaba los restos mortales de Josefina Martín, una vecina de 93 años que falleció el pasado domingo en Caleta de Sebo.

Enriqueta Romero dice que a ella no la dejaron ir al velatorio: "ni a mí, ni a nadie, sólo la familia más cercana, hijos y nietos". Un hecho inusual, extraño. En la octava isla lo normal es que cuando alguien muere todo el pueblo pase por el salón donde se vela al difunto y después en un río de gente compungida se acuda andando hasta el cementerio. Pero estos días marcados por la cuarentena general, lo mejor es que se siga sin rechistar los consejos y las órdenes de Sanidad.

Enriqueta reconoce que en el pueblo y sobre todo los mayores están viviendo esta epidemia con auténtico pavor, "no he salido ni a ver el sol", advierte algo angustiada. Como los demás, nadie se esperaba la amenaza de este virus, "es que vino de sopetón, y ahora estamos todos aquí sin salir a la puerta".

Al rondar los 80 años y haber sufrido una neumonía, la propietaria de la pensión más antigua de Caleta de Sebo asegura que ella fue la primera en cerrar su establecimiento, siguiendo el consejo del enfermero que le viene a tomar la tensión.

En una de esas visitas, el sanitario le explicó que simplemente con el gesto de entregarle las llaves al cliente corría el riesgo de contagiarse si alguno de los visitantes que se quedaban en su hostal portara el virus. Ante ese escenario, Enriqueta Romero no dudó en cerrar su pensión días antes de que saliera publicado el decreto de alarma.

Cómo única salida ante esta situación de pánico, hay quien considera que todos los gracioseros tendrían que mudarse durante estas semanas de cuarentena al islote de Alegranza. Enriqueta explica que "allí cabemos todos, y nos podemos alimentar de lapas y burgados, después, cuando esto pase, volvemos para casa".

Desde que se estableció el estado de alarma en Caleta de Sebo se han tomado las normas en serio. Se cerraron los bares y las tiendas y en el supermercado las dependientas van con guantes y mascarillas. Además, en la entrada al establecimiento se ha colocado una caja con guantes de plástico y se les pide a los clientes que los usen, de lo contrario no podrán pasar.

El sábado anterior a la entrada en vigor de la cuarentena los gracioseros estaban preocupados porque seguían recibiendo excursiones de turistas procedentes de los hoteles de Lanzarote.

Elza Carrozza, una de las residentes habituales de la Isla, confirmaba que la avenida principal de Caleta de Sebo permaneció llena de alemanes y también de grupos de italianos a los que les encanta perderse por este territorio.

Ante el temor generalizado y las quejas de los vecinos, y además con el amparo de la ley, se comenzó a cerrar los bares y restaurantes, los jeeps que se encargan de hacer las excursiones dejaron de trabajar, lo mismo hicieron las empresas que alquilan bicicletas, que optaron por clausurar el servicio. Con la reducción de los viajes que cubren habitualmente el trayecto entre Órzola y el puerto de La Graciosa se ha terminado con esta arribada constante de viajeros.

De hecho, en la zona de Órzola agentes de la policía comenzaron desde el lunes, día 16, a pedir la documentación para evitar que sólo aquellas personas residentes o que trabajan en la octava isla podían subirse al barco.

Nieves Toledo, de 81 años, confía en que esta situación se pase. Mientras tanto se pasa el día, como todos, en casa. Recibiendo llamadas de sus hijos, de los vecinos. Y si necesita algo del supermercado se lo traen hasta la puerta. Ella tiene la suerte de vivir justo delante de la playa, y a veces sale a la terraza a ver el mar y respirar algo la brisa que envuelve a este islote.

Lo que ha dejado de poner es la televisión. Dice que tantas malas noticias la estaban poniendo mala, "con esas gentes por ahí, enfermas, la verdad que prefiero no saber".

En Caleta de Sebo resulta extraño ver a alguien pasear por sus calles de arena. Sólo lo indispensable, y si alguno se olvida para eso están los trabajadores de la ONG Emerlan, la ambulancia que recorre el pueblo recomendando a los vecinos, en varios idiomas, que se queden en casa.

También suelen pasar por delante de la vivienda de las personas mayores por si necesitaran algo. Nieves Toledo reconoce que allí lo mejor es que si les pasa algo, sólo tienen que abrir una ventana y dar un grito, siempre aparecerá alguna vecina que acuda en su auxilio.

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