Sintetizar 57 años con la persona que has compartido la mitad de tu vida y a la que acabas de perder hace unas horas es un momento doloroso porque uno se halla aún en esa fase en la que no sabe si sufre un sueño o es que la realidad se ha impuesto en toda su dureza. María del Puy Martín Ágreda, viuda de Ildefonso Gallardo Navarro, catedrático de Matemáticas, que falleció el lunes a los 88 años de edad, contuvo ayer las lágrimas con valentía para hacer ese ejercicio de memoria con el que honrar a su marido, al que definió sencillamente como un "hombre bueno" como hombre, marido, padre y abuelo "con el que estuve felizmente unida" y que la apoyó en su decisión de desarrollarse profesionalmente "incluso cuando me metí en política" en un tiempo en el que no era corriente que una mujer destacara fuera de casa.

Ella y sus cinco hijos Alfonso, Lola, José Luis, Carlos y Jorge -Joaquín falleció en 1979- así como sus nietos y demás familiares recibían ayer en el tanatorio de San Miguel, donde Ildefonso será incinerado al mediodía, el cariño de familiares, amigos y de antiguos alumnos de este docente, que enseñó a cientos de hombres y mujeres, hoy ya hechos y derechos, del municipio y del resto de la Isla en su trayectoria profesional como profesor de instituto.

Nacido en Las Palmas de Gran Canaria en 1926, Ildefonso Gallardo Navarro, hermano del escultor Tony Gallardo, fallecido en 1996, se dedicó toda su vida a la enseñanza. Una vocación que convirtió en oficio y que le llevó a ejercer en la antigua colonia española de Sidi Ifni, donde conoció a su mujer y formó su familia, y que continuó, posteriormente a su regreso, por diversos institutos de la Isla. Entre ellos, el Isabel de España, Teresa de Jesús y en los centros de los jesuitas y salesianos hasta que le llegó el triste momento de jubilarse.

Una vocación a la que dedicó mucho tiempo para pensar "cómo hacer fácil aquello que era incomprensible" como él solía recordar a los que criticaban la vida laboral de los docentes y cuya frase traía ayer a colación su hijo Alfonso para explicar el cariño que reciben en estos momentos de lo que su padre sembró como enseñante. Alfonso, al que curiosamente su padre dio clase como a otros de sus hermanos, le catalogó como un profesor "atípico", que aprovechaba cualquier anécdota para usarla como ejemplo didáctico para enseñar Matemáticas, Física y Química y que era capaz de aplazar por unos instantes las clases para hacer vivir a los chicos cualquier acontecimiento que se desarrolla a su alrededor. Como el día en el que dando clase en los salesianos dejó a una lado las ecuaciones de segundo grado para que sus alumnos disfrutasen desde las ventanas el desfile de la flota americana por la bahía capitalina. Un acontecimiento que sabía que era difícil que se volviese a repetir. Su vocación fue tal que, incluso ya jubilado, estuvo un tiempo dando clases particulares.

Su familia asegura que no cesó de mantener viva su actividad intelectual tras dejar el trabajo y siempre tenía entre sus manos alguna revista científica. Una actividad que compaginaba con otra de sus aficiones: el tenis. Un deporte que practicó desde joven y que le gustaba tanto que aprendió a manejar la raqueta con la mano izquierda cuando con más de 70 años le diagnosticaron el codo del tenista en el brazo derecho.

Lo dejó a los 86 años cuando un coche le atropelló cerca de su casa y la vida comenzó a discurrir a otro ritmo para él y su familia. Un suceso que, según su mujer, le acortó la vida "aunque él no lo llevo nunca mal" y que hoy [por el lunes] ha desencadenado en la muerte que "no por esperada es inesperada".

Con Ildefonso Gallardo Navarro se va no solo un docente que colaboró en la difícil tarea de hacer de chiquillos "hombres honrados" y de provecho. "Era lo primero que le importaba. Tanto de sus alumnos como de sus hijos", puntualizaba su viuda, profesora jubilada de Ciencias Naturales. Sino uno de los últimos ciudadanos que vivió la época colonial de España en África cuya memoria oral se pierde por ley de vida sin que se la rescate del olvido.

En Sidi Ifni se fraguaron historias hermosas de ciudadanos anónimos como las de la pareja Ildefonso y María del Puy, que tuvieron que dejarlo todo de un día para otro de 1969 y comenzar de nuevo. Como también lo hicieron tras la tragedia de perder a su hijo Joaquín, con 17 años, en 1979. "Aquello nos unió más como pareja", comentaba María al señalar el puntal de la vida que hoy tiene que abandonar forzosamente como lo hizo con Sidi Ifni. La ciudad a la que nunca regresó.