La Provincia - Diario de Las Palmas

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Historia

Guardias a pedales

La historia de la creación de una sección montada en bicicleta de la Policía Local de Las Palmas de Gran Canaria comienza en 1910

Pedro Socorro.

Durante el verano de 1912, en plena efervescencia por la división provincial, los ciudadanos de Las Palmas vieron a doce guardias municipales montados en unas fabulosas bicis niqueladas que venían equipadas con unos curiosos timbres: peras de aire sujetas al manillar. Los sonidos de aquellos modernos velocípedos se hicieron pronto tan familiares en la ciudad como la campana del tranvía o el eco sobre los adoquines de los cascos de los caballos y mulas con sus cargas destinadas al mercado. Tras los pasados días que la Policía Municipal de Las Palmas de Gran Canaria celebraba el 155 aniversario de su creación vamos a recordar cómo aquel revolucionario medio de locomoción se convirtió en un auxiliar poderoso para la vida laboral de los agentes locales, causando la admiración de los niños y la envidia de algunos de los ciudadanos de a pie.

La historia de la creación de una sección montada en bicicleta de la Policía Local de Las Palmas de Gran Canaria comienza en 1910, un año muy relevante en lo que se refiere a iniciativas y actividades destinadas al fomento y desarrollo del turismo, balnearios y servicios de transportes terrestres en la Isla, constituyéndose en esa fecha la Sociedad de Fomento de Gran Canaria. En medio de aquellos acontecimientos que mejoraron la vida social y económica de Gran Canaria y convirtieron a la capital en una estación invernal de Europa, surgió la idea de que los guardias podían cumplir el servicio a golpes de pedal. La iniciativa partió del dinámico alcalde, Felipe Massieu y Falcón, abogado y vecino de El Monte Lentiscal (Santa Brígida), que andaba muy preocupado por mejora la vigilancia en la carretera del Puerto y que la chiquillería no molestase a los viajeros y turistas europeos, predominantemente ingleses, que recalaban en el muelle de Santa Catalina a comienzos del siglo XX.

La seguridad en la zona del Puerto era una necesidad sentida desde 1889 entre las autoridades municipales poco después de culminarse el puerto del Refugio y que comenzara a recibir barcos que cubrían las rutas transatlánticas. El capital inglés tenía una fuerte presencia alrededor de las compañías suministradoras y empresas consignatarias y los presupuestos municipales se preocupaban de una serie de obras de urbanización, primer proyecto de Avenida Marítima siguiendo el trazado de una carretera firme de tierra y mejoras en las principales calles con adoquinados.

Con el nuevo siglo, el crecimiento paulatino de la ciudad, que ya contaba con 44.000 habitantes (la tercera parte de la población insular), determinó una reorganización, con ampliación de la plantilla y distribución de sus efectivos por distritos. La tendencia dominante fue aprovechar la celeridad de ese medio de transporte para la vida laboral que ya daba excelentes resultados al servicio de Correos y a varios miembros del Ejército, encargados de la correspondencia. Las Palmas vivía con optimismo el inicio de un nuevo siglo y su primer edil ansiaba ofrecer la imagen de una policía moderna como base del fomento del turismo tan en boga en aquellas fechas, pues significaba una nueva fuente de riqueza para el pueblo grancanario. Fue en el pleno ordinario del miércoles 13 de abril de 1910 cuando la Corporación Municipal acogía la buena nueva del primer edil.

"El Sr. Alcalde expuso la conveniencia de que haya en la Guardia Municipal una sección de agentes ciclistas, único medio de ejercer la vigilancia especial en la carretera del Puerto, para impedir que los foráneos sean molestados por las bandas de chicos que en aquel trayecto se reúnen, abuso imposible de corregir con el escaso número de guardias disponibles, y se acordó, con el voto en contra del señor Sánchez Torres, que por ahora y a reserva de aumentar su número en el presupuesto venidero, se destinen dos agentes a prestar servicio en bicicleta en la expresada carretera".

Aquel gesto político parecía un mensaje de modernidad y cosmopolitismo de los nuevos tiempos que se vivían en la capital. Así que con el voto en contra de un concejal a quien no debían gustarle aquellos artilugios, dos guardias municipales comenzaron a patrullar por la zona del Puerto sobre dos bicicletas que el Ayuntamiento adquirió con el dinero de la partida de gastos imprevistos, atendiendo los requerimientos de los vecinos con rapidez y eficacia en un casco urbano que se hacía más extenso día a día. Dos años después llegaron las otras diez bicis y el nuevo servicio ciudadano fue ampliando su radio de acción, organizándose la primera sección movible de la policía en toda su historia.

Para entonces, había pocos coches de motor circulando por las calles capitalinas, aunque el tráfico era confuso y molesto. Los munícipes tenían fundadas esperanzas en la nueva sección montada para poner orden en aquel caos donde los vehículos que protagonizaban la circulación eran, sobre todo, carros de dos o cuatro ruedas tirados por varias caballerías que ocupaban casi por completo las zonas laterales que dejaban libre el paso del tranvía entre el Puerto y el casco antiguo de la ciudad, que en ese tiempo se había electrificado.

La incidencia del tráfico en las vías canarias y los problemas que empiezan a acarrear las bicicletas con los peatones, sobre todo debido a los numerosos atropellos, obligan a los ayuntamientos a tomar medidas al respecto en los primeros años del siglo XX. La Laguna de Tenerife, siempre tan adelantada en este aspecto, creó, el 10 de enero de 1912, el primer reglamento de circulación municipal, dedicándole a las bicis uno de sus apartados, concretamente el quinto, en el que advertía:

Las bicicletas motociclos o triciclos no podrán circular por las aceras y en el interior de la población y sus paseos, debiendo moderar la velocidad todo lo que sus máquinas consientan, avisando frecuentemente al público con timbres o bocinas, y durante la noche quedará terminantemente prohibida la circulación de los que no lleven en la parte delantera un farol con luz linterna.

Había que tener precaución con los peatones, dueños entonces de todos los espacios. Un año después llegarían a Gran Canaria los primeros campamentos estivales de los exploradores, al implantarse en la ciudad los Boys Scouts, cuyos integrantes disponían de sus respectivas bicicletas, pues los ejercicios físicos y paseos en bici formaban parte de sus más saludables prácticas. Poco a poco, en torno a la bicicleta surgieron nuevos comercios, sociedades que realizaban exhibiciones, excursiones y competiciones para satisfacción de aquellos afortunados que empezaron a descubrir que el mundo era verdaderamente maravilloso cuando te dejabas llevar por el pedaleo y sentías cómo el aire golpeaba tu cara.

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