La Provincia - Diario de Las Palmas

La Provincia - Diario de Las Palmas

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Manrique, el último arquero

El pintor Alberto Manrique cumple 89 años volcado en su pasión por las artes plásticas

Una vida dedicada en cuerpo y alma a la pintura. QUIQUE CURBELO

"Para mí, pintar es tan necesario como respirar". Así define la que es su gran afición Alberto Manrique de Lara Díaz (Las Palmas de Gran Canaria, 1926) en el taller de su estudio en Tafira. Se encuentra rodeado de los que siguen siendo sus compañeros en la infatigable labor que ha desempeñado durante toda su vida: pinceles, blocs, lienzos y demás herramientas que se han puesto al servicio de su innegable capacidad artística. Mañana cumple 89 años y, tal y como él mismo reconoce, aún le quedan por delante muchos colores que mezclar. "Mientras me sea posible, no pararé", garantiza.

La pintura ha sido siempre una parte esencial de su ser. De hecho, desde pequeño ya lo practicaba por pura devoción. "Hacía unas porquerías horribles, pero mi padre me felicitaba y eso me animaba a seguir", cuenta.

A través de cientos y cientos de cuadros y dibujos que ha elaborado a lo largo de su vida, se ha dedicado a numerosos estilos, y son varias las etapas que figuran en su haber, como el surrealismo, el simbolismo, el constructivismo, la figuración y el realismo fantástico, además de haber empleado distintas técnicas, en especial la acuarela y el óleo. "Yo no he creído nunca que tenga que tener un estilo propio, sino que he tenido lo que me gusta. Puedo estar pintando un paisaje y al instante siguiente me pongo con un cuadro raro o hago un dibujo extraño. Hago lo que me gusta y lo que me divierte. No sé a qué vertiente o época pertenezco, ni me importa. No quiero ser ni moderno ni antiguo, yo lo que quiero hacer es pintar", expone.

Para Manrique, padre de ocho hijos -seis varones y dos hembras-, el cuadro es como una conversación con el público que lo contempla. "En mi opinión, en el cuadro hay que contar algo, expresar lo que yo siento en ese momento y comunicárselo a la persona que lo mire", opina. "Cuando miro mis propias obras, soy muy crítico y tengo algunas que no me gustan nada", agrega, "pero mi intención es hacerlo siempre cada vez mejor".

Aunque considera que siempre ha perseguido ser original, nunca ha perdido de vista el hecho de que "cuando alguien no es original pero quiere serlo, acaba en la extravagancia, porque es la única manera que tiene para serlo. Por eso lo que yo siempre he buscado es ser yo mismo en el terreno de la pintura".

Fue su padre quien quería que se convirtiera en arquitecto. Este deseo lo llevó a Madrid a estudiar la especialidad, cuando tenía 17 años. Allí estuvo durante tres años, pero abandonó los estudios "porque no me gustaba la carrera". Le transmitió a sus padres que había llegado a la conclusión de que "la arquitectura no era lo que yo me había imaginado: te metían a estudiar tantas matemáticas que acababas loco; y eso que a mí me gustan, pero no tanto", comenta Manrique de Lara, que igualmente admite que su estancia en la capital española le sirvió para "quitarme parte del pelo de la dehesa: aprendí mucho y aproveché para acudir a exposiciones, conciertos, ballet... y a todo lo que mis posibilidades económicas me permitían ir".

Tras esta experiencia regresa a la Isla y se dedica a dar clases de matemáticas, geometría descriptiva y dibujo en multitud de colegios y academias. "He sido siempre un buen profesor, porque soy paciente y no soy una persona histérica", sostiene.

En aquel momento, cuando tenía 25 años de edad, "mi padre me dijo que si no quería que no hiciese arquitectura", explica, "pero que estudiara una carrera, la que fuese". Y así lo hizo. Se decidió por aparejador, "porque se podía estudiar aquí y entraba dentro de lo que yo más o menos conocía", señala.

Curiosamente, algunos de los que eran sus alumnos iban a cursar los mismos estudios en Tenerife. "Me dijeron que me matriculara con ellos, que iríamos juntos a los exámenes, e incluso me pidieron que les soplara las respuestas", apunta el pintor, que asegura que "al final acepté, porque éramos amigos, y lo hice. En el primer examen de ingreso a la carrera, me puse en un sitio que no me correspondía para poder ayudarlos y al final aprobaron ellos pero a mí me suspendieron. Aquello me sentó tan mal que en septiembre lo repetí y aprobé".

Una vez obtenido el título de aparejador, comienza a trabajar en varios despachos de arquitectos como colaborador, con Miguel Martín-Fernández de la Torre, Manolo Roca y Pedro Massieu, entre otros. En esa época, según cuenta el acuarelista, diseñó uno de los primeros bares que se construyeron en Playa del Inglés "para que la gente empezara a ir, porque allí no había nada todavía", asevera. También montó una constructora e ideó varios edificios que se llevaron a cabo en la Isla, entre ellos un hotel.

Entre tanto, intentando compaginarlo con su empleo de aparejador, encadenaba, como siempre había hecho, con la pintura en sus ratos libres. "Yo era pintor de domingos, no tenía tiempo para más", rememora.

Pero no era suficiente para él. "Cuando tenía unos 48 ó 49 años le dije a mi mujer que no quería seguir así porque a mí me gusta mucho la pintura y quería dedicarme a ello exclusivamente", afirma Manrique.

No obstante, antes quiso asegurarse de que verdaderamente tenía el nivel suficiente para ello, y organizó la que fue su primera exposición. La Casa de Colón acogió esta muestra de acuarelas firmadas por el artista, quien en aquel entonces apenas poseía dos años de experiencia con esta técnica pictórica. El éxito fue rotundo, pues desde el primer día se vendió toda la obra. "Me asombró", declara el artista, que afirma que entre sus referentes se encuentran algunos como Rembrandt o El Bosco.

Justo después, concretamente en 1975, organizó otra exposición en Madrid para comprobar la valía de sus trabajos a nivel nacional. "También salió muy bien", asegura. Y es entonces cuando comienza su carrera como pintor propiamente dicha. "Empezó todo el follón", comenta entre risas.

Años antes, había conocido y trabado amistad con la familia Millares. "Conocí a Manolo, a Agustín, a José María... y a la que hoy es mi mujer, Yeya", afirma. Con el propio Manolo Millares y junto a Felo Monzón y Juan Ismael, formó el grupo LADAC (Los Arqueros del Arte Contemporáneo), que organizó numerosas exposiciones.

Posteriormente, sin embargo, tal y como señala Manrique, "ese grupo se empezó a ampliar y se metió gente de la Península; yo me salí porque quería quedarme aquí, siempre he sido muy canarión". "Aunque reconozco que para mi trayectoria pictórica me habría ido mejor viviendo en Madrid, porque, por desgracia, aquí el arte no funcionó nunca del todo bien. Si bien yo, personalmente, no puedo quejarme, porque mis exposiciones han tenido éxito", explica.

Además, ha obtenido premios a nivel nacional e internacional e incluso, en un libro londinense, lo citan como uno de los 20 mejores acuarelistas de Europa. Sus obras han estado expuestas en galerías de Nueva York, Dallas, Puerto Rico, Venezuela, Holanda y en muchos puntos de la Península, aunque admite que "he insistido más en Madrid, Barcelona y Bilbao".

Su última muestra data del año 2007, pero él no ha 'colgado' el pincel. Eso sí, ahora se toma las cosas con más calma y no se dedica a pintar las casi 10 horas diarias que solía hacerlo antes. Pero no ha parado, ni mucho menos. Aunque en 2011 sufrió un ataque al corazón, actualmente se siente bien y cuida su salud. Por eso, no cabe duda de que continuará disfrutando y haciendo disfrutar con su gran pasión hasta el final.

Compartir el artículo

stats