En una acera del Barranquillo Don Zoilo hay un soporte del que cuelga un cartel verdaderamente misterioso. Sobre fondo azul y con letras amarillas, una leyenda dice: "Silenciosos los guanches". Tiempo después de que lo descubriese, el enigmático mensaje va y viene aún en la memoria del reportero. ¿Quién habrá puesto semejante cartel en esta zona de Las Palmas? ¿Qué propósito le animaría a ello?

¿Silenciosos los guanches? Se sabe que los antiguos habitantes de Canarias tenían una lengua, y de hecho investigadores hay que han dedicado años a su estudio, fruto de los cuáles son sesudas publicaciones como Monumenta linguae canarie, de Dominik Josef Wölfel, o Estudios sobre el guanche, de Maximiano Trapero. En cualquier caso, silencioso no quiere decir mudo, y el hecho de que los guanches tuviesen una lengua no implica necesariamente que la hablaran siempre en voz alta.

A lo mejor es que los antiguos canarios habían captado ya aquello que siglos después formularía el filósofo Ludwig Josef Johann Wittgenstein en su Tractatus logico-philosophicus: "De lo que no se puede hablar, mejor es callar". O bien los indígenas tuvieron una premonición asombrosa del axioma de Groucho Marx: "Mejor permanecer callado y parecer idiota, que abrir la boca y confirmarlo". ¿Silenciosos los guanches?

En su Comedia del recibimiento, Bartolomé Cairasco de Figueroa, el célebre escritor canario del siglo XVI descendiente de una guanche palmera, representa a Doramas como un personaje un punto parlanchín, que dice cosas en lengua nativa del tenor de "aguay marana en maraguas ay ha acha aytimadas ayta ast Autindana ast Chanbeneguer ast Bentagayre", o, también, "aytamarana eunan aytamadas menenere baucane sinfeste" y, por si fuera poco, hasta "guanda deincore tamaranone tasuguiet besmia mat acosomuset tamobenir marago, aspe anhiacha Aritamogante sefeneque sefeneque" ?si el lector quiere saber qué significa todo esto, lo mejor es que compre la reedición de la comedia cairasquiana, recién publicada por el Cabildo de Gran Canaria al cuidado exquisito de José Miguel Perera. En cualquier caso, tal y como pinta al caudillo indígena el poeta y dramaturgo, la impresión es que los guanches también eran gentes que podían trincar a uno por banda y meterle un rollo de narices.

En fin, en Los guanches: vida y cultura del primitivo habitante de Tenerife, Luis Diego Cuscoy dejó escrito esto: "Al tratar de analizar la cultura guanche, nos encontramos con que, al principio y al final, fue silencio. Silencioso el poblamiento, silenciosa la ruta, silenciosa la llegada. El Hombre inaugura su vida en el Archipiélago con el silencio. Y silenciosamente se esparció por la isla y ocupó la tierra. Huellas silenciosas dejó por un lado y otro, testimonios mudos a los que es preciso interrogar". Pero, pese a que lo que dijera un arqueólogo tan sabio como aquél, las crónicas cuentan también que en las batallas, cuando se encontraban acorralados, los guanches de Gran Canaria se tiraban por un precipicio gritando ¡Atis Tirma!", y que los de La Palma hacían lo propio pero exclamando "¡Vacaguaré!". No lo susurraban, lo gri-ta-ban. De modo que estas palabras de Cuscoy? ¿Será uno de sus herederos el autor de este condenado cartel del Barranquillo Don Zoilo?

El reportero tiene un amigo que ultima un ensayo sobre los fantasmas de los guanches y que, con frecuencia, coloca los adjetivos calificativos antes de los nombres. Así, por ejemplo, para referirse a la contribución que ocupa ahora al lector, en vez de reportaje magnífico diría magnífico reportaje. Concuerda con él, entonces, lo de "silenciosos los guanches" en vez de "los guanches silenciosos". Es verdad que, como es su amigo, el reportero podría preguntarle si acaso es él el autor del cartel del Barranquillo Don Zoilo, pero no lo hace, porque no le gusta estar todo el día hablando. Igual es la llamada de la sangre ancestral.

Y, bueno, disculpe el lector por marearle, pero cuesta resistirse a recordar también que la Crónica Oventese dice, a propósito de los primitivos pobladores del Archipiélago, que "era esta jente afable y dósil y sus cantares muy lastimeros a manera de endechas cortos y muy sentidos". Y no solo con la boca, parece que también les gustaba armar jarana con cosas que tenían a mano: "quando auía esterilidad, juntaba la jente y la lleuaua en prosesión a la orilla del mar con varas y rramos en las manos, clamando en altas boses en su lengua y mirando hasia el sielo, pidiendo a Dios agua, y llegados a el mar daban en él muchos golpes con las baras y rramos".

Por lo demás, si hay historiadores que dicen que en tiempos de la colonización los guanches aportaron al mestizaje con los castellanos el 40%, ahora hay además bioantropólogos que sostienen que, como revela el ADN mitocondrial, el guanche sobrevive genéticamente entre la población canaria actual. De este modo, si uno pasa un viernes cualquiera por la noche por un bar repleto de gente del país, con el ADN mitocondrial a tope flotando en el ambiente, concluirá que el mundo guanche debió ser un precedente del Loro Parque.

Maldito cartel del Barranquillo Don Zoilo, ¿pero a qué demonios viene esto de "Silenciosos los guanches"? Quizá su autor se refiere al silencio fúnebre de los antiguos naturales y a la cantidad de charlatanes desenfrenados que hablan hoy en su nombre, empezando por este reportero. Ninguna hipótesis es descartable. Ninguna. Ni siquiera, por descabellada que pueda parecer, la de que este cartel no es una evocación de los canarios precoloniales, sino algo mucho más actual: solo un anuncio comercial de un taller de reparaciones y repuestos para coches.