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Entrevista | Antonio Rodríguez Suárez

"Se habla de fueros para importar, pero Canarias los necesita para exportar"

"Cuando llamé a mi padre para decirle que había vendido la empresa de tomates me dijo que estaba loco", rememora el Consejero delegado de Rodrigonsa

Antonio Rodríguez Suárez, con el retrato de su padre al fondo. JUAN CASTRO.

¿Qué recuerdos guarda en la memoria de sus comienzos en el Puerto?

Mi padre tenía la concesión del transporte militar y me mandó con mi hermano Pepe a la caseta que tenía en el Muelle Santa Catalina, bajando a mano izquierda. Creo que una era de Antonio Armas y otra era nuestra. Yo tenía entonces 15 años y estaba estudiando el Bachiller, pero mi padre no entendía lo de los tres meses de vacaciones y me dijo que me fuera con Pepe. Mi hermano llevaba todo ese negocio de transporte y yo aprendía con él. Cuando mi hermano necesitaba algo del puerto franco, que entonces estaba en un caserón frente al Elder, iba yo y le traía los papeles listos y preparados ya para el embarque de las mercancías. Aprendí mucho con él.

Y sin embargo, acabó yéndose a Londres con solo 20 años. ¿Por qué?

Yo terminé el Bachiller, pero no quise, como todos mis amigos, irme a Madrid a la universidad, porque sabía que si iba no terminaba ni en diez años. Entonces mi padre, en 1949, me envió a Londres. Fui en un barco de Fred. Olsen que llevaba muchos plátanos para allá y precisamente cumplí años llegando a Inglaterra, el 26 de julio. En aquella época, Londres era nuestro gran mercado. Hubo un par de años en que todos los canarios hicimos un gentlemen's agreement para no subir los precios, porque Inglaterra estaba muy mal, muy mal, y después de dos años el país ya empezó a recuperarse.

¿Cómo era la vida en la capital británica de aquel muchacho recién llegado de Gran Canaria?

Al principio trabajaba con la empresa que recibía la fruta de mi padre, que eran los señores Plácido y Juan Víctor Mederos, de Tafira. Llegué en verano, pero cuando entró el frío? eso hay que pasarlo. Sobre todo en febrero, que es el mes más frío. Tenía unos cuantos amigos allí, como Laureano Romero, Antonio Ramos o Manolo Soria, que tenía la oficina encima de la mía, en el número 29 de James Street, que es la calle que sale de la estación de metro hacia el centro de Covent Garden.

En total, ¿cuánto tiempo permaneció residiendo en Londres?

Hasta 1970, aunque a partir de 1965 iba y venía porque conseguí para Canarias la marca de cigarrillos Benson & Hedges. Los directivos de la fábrica me recomendaron que pasara un cartón de cigarrillos todos los meses a los VIP de Las Palmas y de Tenerife. Fue muy buena estrategia. Cuando perdí la marca, mis amigos ingleses me recomendaron a la fábrica de Imperial Tobacco, que tuve hasta hace poco. Vendí mucho también, mucho. Esa fue mi primera diversificación.

Y en un momento determinado aparecen en su vida Irlanda y la mantequilla?

Sí. Yo seguía con tomates, pero en los mercados a las 11 ya no había nada que hacer, así que me dediqué a buscar cosas. Los canarios se iban al pub a jugar a los dardos, pero yo era más práctico. Yo iba también al pub, pero era muy malo con los dardos, así que me dediqué a lo mío, que era lo que me interesaba. Viajaba mucho a Irlanda, porque teníamos un comprador de tomates allí, y conocí la mantequilla, fantástica mantequilla. La cogí cuando empezaba, cuando las centrales lecheras habían creado el Irish Dairy Board.

Usted trajo a Canarias otro producto que también ha acabado formando parte de la memoria sentimental de muchos canarios, la mortadela Citterio. ¿Cómo llegó a ella?

Yo iba a merendar todas las tardes a una cafetería italiana en Londres, Il Piccolo, en Leicester Square, y me comía siempre un buen bocadillo de mortadela que era fantástica, así que pregunté de qué marca era. Los italianos, que son así, me dijeron que era la mejor marca del mundo, y me dieron la dirección. Conocí a Enrico Citterio, hijo del fundador de la empresa, don Julio Citterio, y con él he tenido muy buenas relaciones hasta la fecha.

¿Pasó mucho tiempo entre la decisión de comenzar a importar La Irlandesa y la de la mortadela Citterio?

No, fue casi todo al mismo tiempo. Con los tomates canarios al principio tuvimos la competencia de Alicante, pero se fueron mudando a Águilas, en Murcia, y después a Almería. Yo le decía a mi padre que los tomates no tenían vida, que nosotros tardábamos ocho días en llegar al mercado cuando ellos tardaban 24 o 36 horas con un diferencial en precio de 100 pesetas en cestos de seis kilos, una fortuna. Un día me encontré con el director general de Hijos de Diego Betancor y me dijo que estaba comprando negocios. Para mis adentros pensé que no sabía dónde se estaba metiendo. Todavía se ganaba dinero y mis compañeros me decían que me estaba precipitando, pero yo pensaba que era una oportunidad que no podía perder. Le vendí el negocio mientras mi padre estaba en Madrid con mi hermano Pepe de vacaciones. Cuando lo llamé me dijo que estaba loco y vino corriendo, pero le planteé que en los tomates no teníamos nada que hacer.

¿Qué le llevó a volver a Las Palmas de Gran Canaria?

Porque tenía que atender lo que estaba haciendo. Aquí no había leche líquida y nosotros llegamos a importar anualmente 4.000 toneladas de leche en polvo, aunque el que más vendía era Lita. Eran buenos competidores míos, muy amigos, y vendían 6.000 o 7.000 toneladas al año. Ahora seguimos empaquetando leche en polvo, pero poquito. Yo vendo a Melilla desde hace 40 años un contenedor todos los meses. Así ha sido el negocio, ha ido evolucionando estos años y ahora lo lleva un sobrino mío.

Tras esta larga carrera, ¿qué le llena más de orgullo?

A mí me llena de orgullo haber acertado con que teníamos que marcharnos del negocio del tomate. Me acuerdo de Tomás Rodríguez Quintana, un gran exportador de La Aldea, que me decía que todavía se ganaba dinero. Yo le decía "Sí, pero ¿hasta cuando?". ¿Y ahora quién queda? Bonny, Silvestre Angulo que tiene un poco y una cooperativa de La Aldea. No queda casi nadie y éramos 80 exportadores de tomate.

¿Cómo ve el sector del tomate ahora mismo?

Se está acabando, están pasándolo muy mal. El otro día se publicó que Fedex está haciendo una regulación de personal, pero es que no tienen otra. La compañía con la que tenía el contrato está fallándole mucho y eso repercute en el mercado. Bonny, que es el más fuerte de todos, ha seguido manteniendo su estructura tanto en Inglaterra como en Rotterdam, pero ¿hasta cuándo? Es una pena.

¿Cree que, al Igual que su empresa, el Puerto se ha diversificado en estas décadas?

Sí, pero la pena es que cuando se habla de los fueros de Canarias siempre se habla de los fueros para la importación, pero Canarias los necesita para la exportación. No podemos competir con Almería y encima el Mercado Común nos hace competir con Marruecos, que no paga jornales. Nos han hundido, así como los plátanos sí lo han logrado todavía. Todavía, porque hay que tener mucho cuidado: los jornales del plátano que viene del Ecuador son como tres nuestros y lo pagan al mes. Ahí no hay quien compita, pero ese es un empeño del Mercado Común.

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