Simón Pérez Reyes se nos ha ido. Lo hizo al filo de la medianoche de este caluroso jueves 27 de agosto tras perder una dura batalla que emprendió hace un tiempo contra una de esas tres lacras que destrozan a la humanidad y que comienzan por 'c', después de vencer durante toda su vida a las otras dos.

Venció con rotundidad a la carretera y al corazón -incluso a esa cuarta y mortal 'c' que se ha añadido en este 2020 que se nos va a hacer inolvidable: el Covid-19 o coronavirus-; pero no pudo con ese maldito cáncer que, hace algo más de cuatro años, le afectó y que finalmente se lo ha llevado.

Se nos ha ido Simón y, con ello, se ha abierto otra gran herida en el corazón de mi familia. Porque este bonachón aruquense llegó a ser para mis hermanos -Elsa, Antonio y Alberto-, así como para quien suscribe, como el hermano mayor a quien le podías confiar tus problemas, tus pensamientos, tu vida... Fue también ese mismo hermano para quienes luego se fueron incorporando a la familia: mi cuñado, Lorenzo; mi esposa, Teresa (q.e.p.d.); y mis cuñadas, Eugenia e Isabel. Y luego, fue como el tío abuelo para las siguientes dos generaciones.

Y es que Simón era como el hijo adoptado, un tanto crecidito, sí, de mis padres, Antonio y Milagrosa, desde que llegó a nuestras vidas.

Esto sucedió casi que de la noche a la mañana o viceversa. A Simón lo destinaron como párroco al barrio, al Polígono Cruz de Piedra -provenía del Seminario Menor, donde ejercía su ministerio como formador, y era su primer destino-, a mitad de la década de los setenta del pasado siglo, un par de años después de su inauguración y de que nos mudásemos a vivir allí, procedentes de Schamann.

En el nuevo barrio formamos la pandilla y nos reuníamos en torno a la casa parroquial, donde conocimos a Simón. Luego, una mañana vino a comer a casa y, una noche, mis padres le ofrecieron nuestro hogar como cobijo para dormir y allí ha tenido ese espacio que ellos le brindaron, justo hasta su partida a reunirse con el Altísimo.

Sacerdote -se ordenó en diciembre de 1970, tras haber ingresado en el Seminario de Tafira en 1963-, maestro, escritor, lector empedernido, historiador e investigador, amante de la naturaleza y la fotografía -le encantaba fotografiar la flora y fauna de nuestra tierra allá por donde fuere-, sempiterno viajero? pero, por sobre todo, Simón era un bonachón, siempre dado a los demás, tratando de ayudar a los desfavorecidos y más necesitados.

De su afabilidad pueden dar fe todos aquellos marineros, principalmente extranjeros, que fueron abandonados a su suerte en nuestros muelles, a los que ayudó desde su llegada a la asociación Stella Maris, en la que realizó una labor encomiable. En uno de sus libros cuenta historias y anécdotas de varios de estos marineros.

De su faceta como maestro, muchas son las generaciones de alumnos que pasaron por sus aulas desde que, siendo un joven recién salido de la Escuela de Magisterio -finalizó sus estudios en 1960, con apenas 18 años y tras estudiar bachillerato en el Colegio La Salle de su Arucas natal-, iniciase su docencia en la escuela de Tenoya y hasta que, por razones de edad, accediese a su jubilación en el instituto del barrio que sería bautizado con su nombre: IES Simón Pérez Reyes -anteriormente denominado IES Bentayga-.

También dio clases en el otro colegio del barrio, el Teobaldo Power -donde ejerció de director y que mientras se construía la iglesia parroquial María Madre de la Iglesia, se utilizaban sus salones para oficiar misas, bodas, bautizos y comuniones-.

Tras su jubilación como docente, continuó con su labor sacerdotal, que en la última década desarrolló -tras pasar unos años en la Parroquia del barrio del Pilar, en La Feria, después de dejar el Polígono Cruz de Piedra- en la Parroquia Matriz de Nuestra Señora de La Luz, donde asimismo se jubiló hace poco más de un año.

En cuanto a su faceta de escritor, historiador e investigador, destaca el libro en el que refleja a todos los sacerdotes adscritos a la Diócesis de Canarias o Canariensis -la provincia de Las Palmas, que conforman las islas de Gran Canaria, Lanzarote, Fuerteventura y La Graciosa-, desde el siglo XIX a nuestros días y que fue publicado en 2014. Una ardua labor investigadora, a modo de diccionario e historia, de la que se sentía muy especialmente orgulloso, sobre todo por haberla sacado adelante con la ayuda de Antonio, 'su' y mi hermano, en las labores informáticas.

En estos últimos días antes de su óbito, desde sus aposentos de la residencia sacerdotal diocesana -a donde voluntariamente se había retirado-, había dado fin a su última obra, que casi con total seguridad verá la luz próximamente y a título póstumo.

Simón Pérez Reyes era Hijo Predilecto de su Arucas natal, donde llegó al mundo en el año 1942 en el seno de una familia de pequeños comerciantes -como él mismo siempre señalaba-.

Igualmente, en el pasado año 2019 y con ocasión de las Fiestas Fundacionales de la capital grancanaria, el Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria reconoció la labor social desarrollada por Simón Pérez Reyes y le nombró Hijo Adoptivo de la ciudad.

Este era, a muy grandes rasgos, Simón Pérez, mi hermano mayor, mi amigo, una pieza clave e importante en nuestra familia, con quien pudimos reunirnos días atrás para estar todos juntos por última vez físicamente? Porque aunque se ha ido para siempre, Simón, como nuestros otros seres queridos que ya emprendieron el camino al cielo, no ha muerto, sino que seguirá estando con nosotros en todas y cada una de las lágrimas que por él y los demás han recorrido a borbotones nuestras mejillas, en cada sollozo, en cada lamento, en cada suspiro o en cada latido de nuestros corazones?

Porque se muere definitivamente tan sólo cuando nuestros seres queridos dejen de existir en nuestros pensamientos, y eso no va a ocurrir jamás. Descansa en paz, Simón