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ANÁLISIS

El Águila de Triana

Coronaba la esquina de la calle Travieso desde 1928, cuando fue colocada por Antonia Medina, viuda del primer médico de Santa Brígida | Allí permaneció hasta 2015

El Águila de Triana Pedro González-Sosa

En la esquina formada por la calle Travieso con la de Triana permaneció en tiempos pasados simulando vuelo con sus alas abiertas -que entre 1991 y 1994, estuvo ausente del aquel lugar para su reparación por estar muy deteriorada- la que fue conocida como Águila de Triana que se convirtió desde 1928 en otra referencia y ahora en ausencia definitiva, aunque nos consta que está a buen recaudo en poder de su propietario. Esta figura formó parte -igualmente como el reloj- de la postal antaño nostálgica y evocadora de la populosa más importante vía comercial de la ciudad con comercios, algunos desaparecidos, que abrieron y mantuvieron durante varias décadas importantes hombres emprendedores como Tomás Lozano, Manuel Campos, Luis Rivero y Francisco Lisón, por recordar algunos, y otros establecidos por foráneos que se integraron plenamente entre nosotros llegados desde fuera de la isla, desde la India como Chellarán, Metharán o Chanray y de Alemania, como Oscar Ernts o Juan Pflüger, cuyos herederos generacionales continuaron hasta que pudieron con los negocios. Hablamos de la populosa vía en uno de los momentos, tal vez, de mayor esplendor porque al tiempo que albergaba los grandes y clásicos establecimientos comerciales de la época vivían muchas de las conocidas familias de Las Palmas en suntuosos edificios de encantadoras fachadas, algunas modernistas, proyectados por Laureano Arroyo o Fernando Navarro.

La popular y entrañable Águila fue mandada colocar en 1928 por Antonia Medina Rivero, ya viuda del médico que había sido de Santa Brígida y San Mateo Isidro Ezquerra Corrigüela, natural de Zaragoza y que terminada su carrera intentó emigrar para establecerse en algún país suramericano embarcando en Cádiz en un barco que hacía escala en Las Palmas. Y aquí llegó el joven galeno en 1888 cuando tenía 28 años, hospedándose en la fonda que en Santa Brígida tenía José Medina con cuya hija llamada Antonia, de 16 años, casó en 1891 época en la que el Ayuntamiento satauteño ofertó cubrir por primera vez la plaza de médico de la villa. Allí estuvo nuestro recetando hasta que en 1893 no pudo reprimir la idea de hacer el suspendido viaje ‘a las américas’ embarcando para Venezuela, donde permaneció tres meses y a su regreso el ayuntamiento le descontó el importe de su sueldo durante el tiempo que había pedido de excedencia. Enfadado don Isidro, se presentó igualmente para ocupar, también por vez primera, la plaza de médico ofertada por el ayuntamiento de San Mateo de donde regresó, nos dicen, más tarde de nuevo a Santa Brígida y allí falleció en 1912 a punto de cumplir sesenta años.

Ya viuda de don Isidro, Antonia Medina en aquel lejano año de principios del siglo XX abrió tres tiendas en la calle de Triana para que fueran explotadas por sus tres hijos varones: a Mauricio lo puso al frente de calzados La Campana (artilugio que fue desmontado por los años sesenta y que nos dicen se encuentra en una finca de Santa Brígida), establecimiento situado en la esquina Triana-Torres; a Rafael, en otra tienda de calzados conocida como Peletería La Gloria establecida en la esquina sur de Triana-Travieso y enfrente, en la otra esquina, en 1928, a Isidro, la sombrerería El Águila, razón por la que se ocurrió a la señora poner un ave gigante para llamar la atención. Para solicitar la autorización del ayuntamiento hubo de aportar para su aprobación un dibujo original.

La viuda de Ezquerra encargó la hechura del águila a su vecino de la calle Luis Millares y funcionario del Banco de España Antonio Cabrera Marrero, que había estudiado Bellas Artes en Madrid, que daba clases de dibujo en el Colegio de San Agustín y se dedicaba como afición a la restauración de algunas imágenes religiosas, quien encomendó a su vecino al latonero Manuel Alemán Arroyo, conocido como Manolito el latonero, la construcción del armazón de hierro, el cuerpo y las alas, que configurarían su estructura. Terminada ésta el bueno de Antonio Cabrera, ayudado por su mujer y su hijo Benigno se ejercitó en la materialización de la figura para lo que empleó arpillera, escayola (también conocida en aquella época como ‘blanco de España’) y engrudo. El Águila se colocó con la debida licencia municipal entre agosto y septiembre de 1928 permaneciendo hasta 1991, bastante deteriorada por las inclemencias del tiempo durante los sesenta y tres años que allí había permanecido. Algunos comerciantes de Triana, con la ayuda de Jesús Gómez Rodríguez, consideraron necesaria su reparación que efectuó desinteresadamente Manuel López Marrero, quien se cuidó de respetar la figura original limitándose a reparar el pico, las garras y ponerle ojos de plástico, además de reforzar sus alas con malla y alambres galvanizados y proteger sus materiales con pinturas antióxido. De nuevo en enero de 1994, el Águila volvió al lugar donde la escultura había sido colocada más de medio siglo antes y allí continuó para deleite de los viandantes y referencia de la populosa y comercial vía capitalina hasta que en 2015 hubo de desmontarse por su deteriorado estado. Pero sabemos dónde se guarda esperando, algún día, su reposición.

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