Comercios históricos de Las Palmas de Gran Canaria

El bazar San Bernardo cumple 64 años con nuevos propietarios y muchos recuerdos

En 1960 Octavio abrió junto a su mujer en la calle San Bernardo una tienda de aceite y vinagre que se transformó en un bazar

Hace siete años cambió de dueños aunque no de clientes

Muchos clientes recuerdan con cariño a Carmita, una de las empleadas del Bazar San Bernardo, que se ganó el corazón de los vecinos y los más pequeños en Las Palmas de Gran Canaria. Carmita era la cuñada de Octavio, el propietario del negocio que abrió sus puertas en 1960. Nació como una tienda de aceite y vinagre y con el tiempo se transformó en el bazar donde muchos niños del barrio recuerdan comprar sus golosinas. «Muchas personas ya entradas en los 50 que me dicen que el bazar incluso huele como cuando eran pequeños», comenta Maribel Scutaro, propietaria desde hace siete años, pero que se ha convertido en testigo indirecta de la historia de este pequeño negocio gracias a los recuerdos de los clientes de toda la vida, que ella siente parte de su familia. 

Octavio fundó la tienda con su esposa, con la que tuvo cinco hijos, mayormente criados en la tienda. Sin embargo, el fallecimiento prematuro de su mujer le dejó solo ante la tienda y la crianza de los pequeños. Por lo que, su cuñada Carmita comenzó a trabajar en el negocio para ayudar a la familia. «Era muy cariñosa, muy amable, le encantaban los niños y los atendía muy bien porque cuando compraban algún dulce les dejaba entrar al mostrador para escoger», cuenta la actual propietaria, que a pesar de no conocerla sigue escuchando las historias que cuentan los más asiduos.

Cierra de seis meses

A Carmita le afectó una enfermedad y falleció, por lo que Octavio volvió a quedarse con el negocio. En 2009 uno de los hijos comenzó a gestionarlo, pero cuando se mudó tuvo que cerrar durante seis meses. Otro de los hijos reabrió el negocio y empleó a dos personas para atender a los clientes. En enero de 2017 al fallecer el padre, sus hijos anunciaron el traspaso del local. «Porque su finalidad era que estuviera abierto para que su padre viera que seguían con la tradición porque ya era un señor mayor», explica Scutaro. 

En abril de ese mismo año, Scutaro solo llevaba cinco meses en la capital al mudarse desde Venezuela. «Fue un reto porque tuve que emigrar a los 50 años y dejar todo lo que tenía para empezar de nuevo», cuenta. En el país latinoamericano se dedicaba junto a su marido al sector de la automoción, contaban con varias tiendas de repuestos, a los que dedicaron 23 años de su vida. «Es completamente distinto, pero yo me siento muy contenta con el bazar porque considero que es un trabajo dinámico, converso mucho con las personas y todas las que entran son excelentes, muchos amigos sinceros», apunta. 

Escapar de la inseguridad

Para Angelo Siracusa, su marido y también propietario del negocio, el cambio no fue tan drástico a pesar de ser sectores tan diferentes: «Lo difícil es tratar con el público, pero como uno ya viene con experiencia en eso lo demás viene dado. Además, mi padre tuvo un supermercado allá, uno conoce ya cómo colocar los productos, así que de eso me encargo yo porque nací dentro del supermercado».

La familia emigró para escapar de la creciente inseguridad que afronta Venezuela. «Iban por el hijo mío y allí el secuestro es muy normal, así que nos avisaron y de verdad que cuando te tocan a uno de tus hijos no te importa lo que dejas atrás», comenta Siracusa. Primero llegó su mujer con sus hijos a Gran Canaria y luego él estuvo un tiempo viajando entre ambos lugares. Hasta hace dos años cuando volvió a viajar para intentar vender pertenencias y gestionar papeleo y no cree que regrese más. 

Mientras Siracusa detalla su viaje entran algunos clientes y él sin necesidad de mediar palabra les ofrece los periódicos que leen diariamente. Ya conoce la rutina y los gustos de los consumidores que pasan por el lugar todos los días sin falta, e incluso de aquellos que son esporádicos. «A muchos de ellos le guardo el periódico aunque no sean consecuentes igual lo reservo porque a veces no pueden venir temprano y hay periódicos que se agotan rápido», apunta. 

Scutaro fue la primera que tuvo que aprender estas rutinas, ya que comenzó a trabajar antes de que llegara su marido. «En el bazar tenían la costumbre de que con los clientes de tantos años cuando llegaban le tenían todo apartado porque ya sabían qué querían, así que yo tenía que aprender», detalla. No fue difícil, ya que en seguida se adaptó a aquellos clientes que incluso se convirtieron en amistades. «En los laterales tengo unos espejos y antes de que entren ya les tengo preparado lo que suelen llevarse», destaca. 

Como en casa

Ha conseguido familiarizarse tanto con el trabajo que lo considera su primera casa porque a su domicilio solo pasa «para dormir». Desde que llegó mantuvo el mismo horario que ha tenido el bazar desde 1960, por ello, abre a las 7.30 horas y no cierra hasta las 20.30 y también trabaja los sábados y domingos. El espacio, sin embargo, fue remodelado para darle un toque más actual. Redujeron el espacio del mostrador para que los clientes pudieran acceder más fácilmente a todos los productos. «Hemos incluido más mercancía diferente a lo que tenían tradicionalmente, por ejemplo, en golosinas ya hay más variedad, antes era lo más básico porque han salido productos nuevos y hay que intentar traerlo, es lo que la gente lo pide, igual que con las bebidas», explica Siracusa. 

A pesar de los cambios, los clientes se siguen sintiendo igual de cómodos, casi como si nada hubiera cambiado. «Todos se han quedado con nosotros porque han visto la receptividad por nuestra parte y la buena atención», comenta Siracusa. Scutaro incluso toma café con algunos. «Me visitan como si fuera mi casa», asegura encantada.

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