Un lugar de paz un poco más allá de la ciudad

El Sendero Azul, que discurre entre la Cícer y El Atlante, permite cambiar en unos minutos el ruido de la urbe por el sonidos y el color del mar en su rompiente

El restaurante de la zona, El Mirador del Atlante, abrió sus puertas hace dos meses y se ha convertido en un lugar de peregrinaje gastronómico

José A. Neketan

José A. Neketan

El conocido como Sendero Azul, que conecta la zona del Auditorio Alfredo Kraus con la escultura de El Atlante, es para muchas personas una válvula de escape del ritmo y la bulla de la ciudad. El trayecto se cubre en pocos minutos y ofrece una imagen de la bahía en la que la vista recorre la punta de El Confital, la playa de Las Canteras y el barrio de Guanarteme. Las grúas del Puerto de La Luz también quieren salir en la foto y emergen desde la otra parte del istmo. 

El paseo muestra en algunas zonas desperfectos producto del deterioro provocado por el paso del tiempo. También hay algunos tramos que obligan a desviarse al estar señalados con una cinta de balizaje y malla de color naranja de obra. Pero allí parece no moverse nada. El sonido del embate de las olas es capaz de disipar el ruido de los coches que pasan por la autovía GC-2.

Algunos usan el camino para hacer deporte y otros para un paseo. Acompañados o solos, se sientan, contemplan y escuchan el mar, regalándose un poco de tiempo y rompiendo la monotonía. Al paso les sale la escultura de El Atlante, del artista grancanario Tony Gallardo. Una obra realizada partiendo de una especie de puzzle de piedra volcánica extraída de la zona de La Isleta y que alcanza casi los nueve metros de altura. Fue declarada Bien de Interés Cultural (BIC) en 2018.

El Atlante abre sus brazos al horizonte del océano Atlántico y a la vez parece acoger a la gente que transita por el lugar. La mayoría de las personas que ayer paseaban llevaban bien aprendido el nombre de la obra, no así el nombre de su autor.

Conchi hizo una parada junto a la estatua, y recordó el tiempo compartido con Tony Gallardo

Conchi decidió ayer hacer una parada en el paseo cerca de la escultura. No solo sabe el nombre de la obra, sino que también conoció a Tony Gallardo en vida. «Era una persona excepcional. Lo pasábamos muy bien con él contándonos historias de su vida», comentó. Ahora, desde el lugar donde se sienta se vuelve a acordar de él. «Lo curioso es que el monumento nunca me ha entusiasmado, pero cada vez me gusta más porque siento que representa lo que era él», apuntó, y señaló el lugar desde donde mira al mar como «un sitio mágico».

Yeray y Begoña, en su visita al lugar, saldaron una deuda con ellos mismos. La pareja tenía pendiente parar un día en este paseo que siempre veían de camino a Teror, municipio en el que residen. Era la primera vez que lo visitaban, «y merece la pena», aseguraron. Ambos coincidieron en que las administraciones tienen que ponerle «un poco más de cariño al lugar, porque es una zona curiosa y a la vez tan bonita». Yeray también tiene en su memoria la casa de madera que había sobre la peña de la gaviota, antes de que construyeran la autovía. Sobre la escultura de Gallardo, comentaron que la gente la relaciona con el lugar. 

Esta primera visita vino acompañada de una recompensa. Habían reservado mesa en el Mirador del Atlante, el restaurante junto al paseo que tras un largo tiempo cerrado en este lugar privilegiado de la ciudad volvió a abrir sus puertas hace solo dos meses. Sus expectativas sobre local eran altas. 

Un balde de viejas

En uno de los salientes del risco que da a la mar estaba Yeray echando unos lances con su caña de pescar. Algunos metros más arriba su madre, Conchi, sentada en una silla plegable puesta en un lugar más seguro, no le quitaba ojo. Pasado el mediodía ya tenía cinco o seis viejas en el balde. El almuerzo estaba más que arreglado.

Yeray aprovechó el día para echar unos lances con su caña de pescar en el paseo junto a El Atlante

Yeray aprovechó el día para echar unos lances con su caña de pescar en el paseo junto a El Atlante / LP/DLP

Conchi conoce bien a su hijo. Comentó que tiene todos los permisos para su actividad, el de pesca y el de mariscador, que le permite coger cangrejillos, también conocidos como jacas, cuando baja la marea mientras no supere los 100 gramos por día. Y es que esa es la carnada preferida de ese sabroso pescado tan apreciado en la gastronomía de las Islas.

Desde arriba y sin que Yeray pueda escuchar la conversación, aseguró que si él ve que la pieza no supera el tamaño la devuelve al mar. Dicho y hecho. Recogió carrete, desenganchó a la vieja que parecía tener una buena medida y una vez en sus manos la evaluó en segundos y procedió a devolverla a la marea para darle al pez una segunda oportunidad. 

Madre e hijo llegaron ayer desde el barrio marinero de San Cristóbal a probar suerte en esta parte del paseo, y no les fue nada mal. Un par de capturas más, recogieron bártulos y arrancaron para su casa a darse un homenaje. Conchi explicó que las prepararía fritas, en un caldo de pescado o jareadas.  

Entre la gente que ayer decidía visitar el paseo, Robi llegó en su patinete. En solo cinco minutos alcanzó al destino desde Guanarteme. Se descalzó, se sentó en el muro y puso la vista y el resto de sus sentidos en el mar. «Cada día nos da una imagen distinta, que es lo que lo hace tan especial. El cielo es diferente, el cmar también lo es y me encanta cómo rompe en el acantilado», aseguró. Para ella «es una maravilla tener una situación privilegiada porque ves el mar con una cierta altura»

La joven confesó que descubrió esta zona de la ciudad hace solo algunos meses. Un día salió a dar un paseo con la patineta porque le apetecía dar una vuelta y llegó hasta aquí, donde se sentó un rato. «Me pareció un lugar agradable y ahora vengo con frecuencia, y cuando tengo un ratito me escapo. Así veo el mar y me da un poco el aire». Robi pidió que se prestase más atención a la flora y la fauna del lugar, «que está mal atendida», y también arreglar algunos desperfectos del paseo y limpiarlo de las piedrillas que sueltan las rocas con el paso del tiempo. Un acceso más fácil para que lo puedan disfrutar personas con movilidad reducida era otra de sus demandas. 

Juan y Leila también tenían ayer en su agenda la visita al sendero en su agenda. Juan, de Madrid, veía en El Atlante un ángel, mientras que su pareja, de Santa Brígida, destacó la paz que le aporta el sonido del mar. «Además, no es una imagen estática porque todo el rato se mueve y cada momento es diferente», apuntó.

El Mirador del Atlante

La apertura del restaurante El Mirador del Atlante, hace solo dos meses, ha vuelto a convertir esta zona de la ciudad en un lugar de peregrinaje gastronómico por la calidad de la oferta de su carta y el espacio natural privilegiado donde está ubicado. Luis Ortega es uno de los tres socios que dirigen esta nueva etapa del local, que es una concesión del Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria.

El restaurante junto al paseo abrió hace dos meses y los fines de semana se llena de comensales

Tras una fuerte inversión, «mucho más de lo previsto por las deficiencias técnicas del inmueble», y con una plantilla formada por diez personas, el gerente afirmó que no han parado de llenar el local desde que se puso en marcha. Entre sus especialidades, las carnes, que cocina a la vista de la clientela en las brasas del asador del local, y también los arroces que elabora un cocinero especializado en esos platos. Ortega aseguró que están muy contentos con la respuesta que ha tenido la reapertura. El local abre de martes a sábado de 13.00 a 24.00 horas, y el domingo, de 12.30 a 17.00 horas. El lunes cierra.

Otro de los atractivos de esta zona de la ciudad está a la espalda del mar. En una de las partes del paseo azul hay un panel explicativo de la evolución morfológica de esa parte de la Isla a través de los diferentes estratos que están a la vista del visitante. Se puede distinguir el paso del tiempo, de los 13 millones de años a los 3 millones. También adivinar el nivel máximo que llegó a alcanzar el mar.

Sobre ese imponente risco hay quien prefiere despegar los pies del suelo y subir más alto para tener otra vista del océano y del paseo. Los parapentes bailan aprovechando las corrientes de aire que regala la misma marea que hipnotiza a los paseantes.  

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