Quede constancia desde el principio de que soy un absoluto defensor de la trilogía de 'El Señor de los Anillos' firmada por Peter Jackson, director al que, además, considero uno de los grandes talentos del cine espectáculo de la última década. Quede constancia, también, de que no he leído ni uno solo de los libros adaptados. Intenté, sin éxito alguno, introducirme en la obra de Tolkien abandonando por aburrimiento, quizás por acercarme a ella cuando no tenía la edad suficiente para disfrutarlos. Recibí con reticencia la primera entrega cinematográfica, 'La Comunidad del Anillo', pero terminé rendido ante semejante demostración de genio, épica, emoción y aventura. Tras ella, 'Las dos torres' me confirmó como fan total y 'El Retorno del Rey' se convirtió, sin lugar a dudas, en una de mis películas favoritas de la Historia del séptimo arte. Tal cual. Por eso, tras confirmarse, después de bancarrotas, Guillermos Del Toro y demás variantes, que Jackson regresaría a la Tierra Media con la adaptación de 'El Hobbit', el entusiasmo se apoderó de mi. Hasta que llegó el primer trailer, los chistes de los enanos y el aroma a película infantil. Y la noticia de que el libro se dividiría en tres films. Y las primeras reacciones de crítica y público. Demasiadas coincidencias (negativas) para mantener unas esperanzas en condiciones. 170 minutos después, se confirman las sospechas.

Vaya por delante que esta primera entrega de 'El Hobbit' bautizada como 'Un viaje inesperado', no es una mala película, ni mucho menos, pero no se acerca lo más mínimo al nivel de exigencia que requiere un proyecto como este. No se trata ya de entrar a compararla con la trilogía inicial, algo que la hundiría por completo, sino de esperar, cuanto menos, buenas dosis de entretenimiento y diversión. Y no las tiene. Una película así no puede, ni debe, permitirse unos ochenta, sí, ochenta minutos iniciales como los que tiene 'El Hobbit'. Faltos de ritmo, con permanente aroma a déjà vu, parece el tributo de un director novel a la obra de Peter Jackson. Los personajes aparecen y desaparecen, se introducen en conversaciones alargadas hasta el infinito, repletas de frases ansiosas por convertirse en legendarias pero ausentes de toda épica. Bostezos. Es evidente que estamos ante una película más apta para todos los públicos pero eso no debería justificar escenas tan facilonas como la cena de los enanos en casa de Bilbo Bolson, interpretado con la notabilidad que siempre aporta un actor como Martin Freeman. Él es, junto al Gandalf de Sir Ian McKellen, actor inconmensurable, la estupenda banda sonora de Howard Shore y Andy Serkis regalando una nueva escena memorable de Gollum, lo mejor de todo el metraje.

Una vez pasado lo peor, 'El Hobbit' termina ofreciendo lo que se esperaba de ella, un espectáculo de primera clase, repleto de acción vertiginosa, épica contagiosa e imágenes para el recuerdo. Todas ellas no aportan nada nuevo al universo que ya conocimos hace una década pero eso no impide que sea un placer regresar una vez más, perderse por las cuevas, montañas, reinos y bosques que forman una Tierra Media con la apabullante belleza de Nueva Zelanda. Es entonces, en ese tramo final, cuando Jackson saca toda su artilleria y regala puntuales destellos de genio que, si bien no permiten que le perdonemos la nefasta idea de utilizar una técnica como la de los 48 frames (evitadla siempre que podáis), reconcilia a su autor con el referente y al público con sus expectativas. Haciendo balance, esta primera entrega de 'El Hobbit', se puede considerar como una buena película de aventuras, con mucho espectáculo y poco corazón. Y eso, hablando de lo que estamos hablando, la convierte en una pequeña decepción. ¿Lo bueno de la jugada de Jackson? Que el año que viene tiene la revancha.