El mal uso conceptual de algunos vocablos los ha hecho sospechosos. El perfil de quien los usa puede radicalizar las diferencias de sentido y propósito en términos como patriotismo, solidaridad y algún otro de estirpe análoga. Sea cual sea la palabra que lo designe, parece indispensable en esta coyuntura electoral de España un reflejo social que armonice las distintas posiciones en la necesidad de ser solidarios con nosotros mismos. Y se cita esta noción en la línea de Ortega, la del contrato "in solidum" o el firme compromiso que articula la vida en común. Sin ceder un ápice en el respeto a la diferencia, y, por tanto, a los postulados abstencionistas mejor o peor definidos por conductas como la del 15-M, el movimiento vertiginoso de los actos forzados por la economía en crisis aconseja reacciones inmediatas y tan distantes del dogmatismo como sea posible.

A mi ver, que es el de un ciudadano más, el contrato social "in solidum" indica el camino de las urnas y la emisión de votos válidos. Por muy enconada que parezca la pugna del poder, tengo la impresión de que llegar a él es menos deseable que nunca en la historia de nuestra democracia. Todas las previsiones de ejercicio aparecen disminuidas por la agresión de "los mercados", la discapacitada soberanía, el deterioro convivencial provocado por la merma de servicios o atenciones sociales y una amenaza de colapso integral como nunca pudimos imaginar las generaciones posteriores a la guerra. Para evaluar estas cosas en relación con la responsabilidad de gobierno tal vez haya que tener corazón y cabeza de político. El que no lo es ni desea serlo verá absolutamente temeraria la voluntad de tomar las riendas de un problema con altísimas perspectivas de fracaso y muy débiles opciones de sobrevivir dignamente. La retórica de la política como sacrificio se ha hecho tan real que, cualesquiera sean sus móviles, los gladiadores voluntarios son "morituri" por definición y solo por salir a la arena merecen gratitud.

Me parece que esa gratitud debería sustantivarse en el voto válido como respuesta mínima y primaria, sea como sea el color que cada cual defiende y a despecho de su escepticismo frente al sistema. La finalidad es propiciar un gobierno "fuerte", por muy eufemístico que suene hoy este adjetivo. Un gobierno que tenga al menos la legitimidad exigible para encarar el apocalipsis cotidiano, sin amanecer cada día bamboleado por huracanes que no controla y sin otra salida que un "gabinete de técnicos". Con sus equipos de catedráticos y pensadores, los actuales primeros ministros de Italia y Grecia han olvidado el sano consejo de Platón respecto a los filósofos que llegaban a la República: darles caballos para que volvieran por donde vinieron.