Según el último número de la revista Nature, publicado el pasado 31 de octubre, los españoles forman la tribu con más variantes raras del genoma que existe en el mundo, junto con finlandeses y afroamericanos. Según pone en el texto científico, en este país nos hemos ido mutando generación a generación hasta ser lo que somos. Más raros que el carajo.

Expongo este asunto en romería con unos compadres y echando un vistazo en derredor se comprobaba que sí, que somos un compendio de extravagancias mutantes, que celebra con voladores y carajacas estas vísperas del Apocalipsis sobrevenido.

Uno de estos compadres vestido de típico, y algo macerado el entendimiento por el carta oro, vino a relatar el caso raro de nuestro presidente del gobierno nacional, que se sirve de 68 asesores que, vaya por dios, no tienen el graduado escolar, una revelación que ofreció hace muy poquito el economista y profesor de la Universidad de Barcelona José María Gay de Liébana.

Esta coyuntura de asesorar a todo un presidente sin necesidad de preparación ni documentación alguna podría resultar extraña en cualquier otro Estado que no sea fallido, o en cualquiera otra romería, pero aquí resbala por tres principales razonamientos. Porque, A: no deja de ser una información anómala más. B: el conjunto de anomalías produce la normalización de cualquier tipo de información por muy chalada que esta sea. Y C: tenemos los genomas raros.

Lejos de ser esto un defecto, resulta una virtud. Darwin, en El origen de las especies, muestra cómo los seres vivos se van adaptando al entorno mediante este tipo de mutaciones. A lo largo de nuestro devenir y con el exclusivo fin de sobrevivir, hemos perdido el rabo, y algunos el pelo también. El español, más que otras tribus europeas, lleva siglos perdiéndolo todo. Cada vez que tenía algo grande entre sus manos, como el imperio en el que no se ponía el sol, acababa arruinándolo por corruptelas, asesores analfabetos, ineficacia, autarquía y un más que cierto mamoneo del alto mando.

El español de a pie ha ido, pues, modificando sus genomas para no encochinarse cada par de décadas, y por esto parecemos raros (aunque, entre nosotros, lo que estamos es jodidos).