A raíz de la reunión secreta entre Mariano Rajoy y Artur Mas, muchos concluyeron que el presidente catalán aparcaba su soberanismo para lograr oxígeno del Gobierno central (vía flexibilización del déficit y negociación de un nuevo sistema de financiación, dada la situación de "emergencia" de las finanzas catalanas). Pero Mas y sus portavoces matizaron, poco después, que la consulta soberanista seguía en pie (a lo largo de 2014).

Determinados comentaristas creen que el problema catalán acabará como siempre, durante estos últimos 35 años: ofreciendo dinero para acallar sus demandas.

Pero ocurre (como no se cansa de repetir el ministro Montoro) que, esta vez, no hay dinero: lo que se dé de más a unos, deberá restarse a otros (en un momento en el que todas las autonomías sufren de escasez de ingresos).

Además, supone no entender la dinámica en la que está atrapado Artur Mas. Tras el fiasco de anteriores modelos de financiación y después de la apuesta independentista, las clases medias catalanas (grueso del electorado de CiU y ERC) no aceptarían la vuelta al regateo pujolista y es dudoso que se conformaran con un pacto fiscal que otorgara a Cataluña ingresos como los del concierto vasco.

Como es imposible que el presidente Mariano Rajoy ofrezca algo parecido (ante las presiones de sus barones y de autonomías como la andaluza), el choque será difícil de evitar durante la temporada 13-14 (antes de que tenga lugar el referéndum escocés, previsto para dentro de diecisiete meses).

Por todo ello (y a la espera de si Mas aprueba sus presupuestos en mayo), es probable un clima menos hostil entre Gobierno y Generalitat hasta después del verano, con el primero intentando evitar la quiebra de una zona que supone el 19% del PIB y el 25% de las exportaciones en España. Porque, de lo contrario, tendríamos a la troika (FMI, UE y BCE) llamando a nuestras puertas.