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Jugando a los barquitos en La Luz

Alargar el Reina Sofía "porque hay que crecer" es un error de libro. Esa es una solución del siglo XX para un desafío del XXI. La alternativa es concentrar todas las prolongaciones en La Esfinge

Que el PP y el PSOE respalden el proyecto de alargar el Reina Sofía trescientos metros más hacia el infinito no es ninguna garantía de acierto. La inmensa mayoría de los despilfarros del gigantismo ruinoso de este país ha sido responsabilidad de los gobiernos, de todos los ámbitos, populares y socialistas.

La disculpa del "hay que crecer" no basta para justificar una inversión. Esa filosofía del crecimiento por impulso ocurrente ha llevado al desastre. Ha sido uno de los factores determinantes que han profundizado y agravado los efectos de la crisis financiera mundial. Los despilfarros faraónicos, los delirios de grandeza, el cuento de la lechera, han acabado con una reacción en cadena por el mal uso de los fondos públicos.

"Es que vamos a perder fondos europeos", se argumenta. Si los europeos hubieran sabido en qué delirios y caprichos se iban a emplear sus impuestos no los habrían echado al pozo sin fondo del despilfarro español.

Aún resuenan los aplausos y parabienes por la inauguración del tramo de autopista entre Puerto Rico y la playa de Mogán. ¿Pero de verdad ha sido una obra cuerda y necesaria? Lo que era necesario era sustituir la estrecha y peligrosa carretera vieja, que en alguna de sus curvas ponía a los autobuses y camiones con dos ruedas en el abismo.

La alternativa razonable, la prudente administración del erario, era construir otra acorde con el tráfico actual y una progresión razonable de la imd. Bastaba con dos carriles y un tercero para vehículos lentos donde fuera preciso. Ahorrar la mitad de los túneles, y la mitad de los desmontes, y la mitad del asfalto, cubriendo empero la demanda real, es mejor política que tirar los millones en excesos cuando hay otros servicios públicos deficitarios y no atendidos. Ah, pero Europa paga. ¿Qué habrían hecho en idéntica situación con sus negocios los grandes empresarios? Esa es la respuesta.

Prolongar 300 metros el dique ex exterior -ya no lo es, ahora es el de en medio- es una solución del siglo XX para unas necesidades del siglo XXI. Donde hay que concentrar los esfuerzos ya no es el Reina Sofía, sino en La Esfinge. Es La Esfinge el que tiene que crecer esos 300 metros, y otros 300, y otros más. La prolongación del Reina Sofía puede incluso ser contraproducente para la zona de fondeo de proximidad. Además, el abrigo que se ganaría con una Esfinge que caminara en paralelo por fuera conseguiría los fines que se utilizan para justificar el alargamiento del Reina Sofía. Sobre un plano, o una foto aérea, se ve a simple vista.

Se dice que algunos días al año el oleaje en un atraque abierto al sur sureste de la terminal de contenedores sobrepasa los límites de la seguridad que exigen las normas portuarias. Lo cierto es que, aparte de las molestias del mareo episódico, no ha habido accidentes ni partes a los seguros imputables a esta causa. Y si en efecto hubiera un problema, quizás lo que haya que hacer sea pensar en globalidad con mentalidad de futuro. ¿Y si lo que hay que hacer es trasladar la terminal de contenedores a un lugar con mayor superficie de almacenamiento y maniobra y más atraques para diversificar la oferta? Esta zona que es tanto más practicable cuanto más se prolongue La Esfinge es la trasera del Reina Sofía, desde su arranque hasta el quiebro.

La plataforma que resultaría del relleno -que ya se ha iniciado- es la alternativa ideal de futuro para el tráfico de contenedores en buques de última generación que han multiplicado la carga de teus, y que por lo tanto tienen más eslora, más manga y más calado, razones que solo permiten el trabajo de las grúas con marea baja.

A La Luz hay que verlo con visión global y de porvenir abierto. Es un error actuar pieza a pieza, proyecto a proyecto, sin tratamiento de conjunto; y en todo lo posible, hay que combinar su desarrollo con el derecho al horizonte de la ciudad.

No es sensato que uno o dos atraques justifiquen una desproporcionada inversión -como matar moscas con misiles-, cuando una planificación imaginativa produciría muchas más ventajas. Por ejemplo: desmontar muelles entre el Castillo y Santa Catalina para crear una nueva dársena de pasaje y cruceros con atraques en batería. Estas actividades producen más beneficios al entorno urbano y comercial que en el extrarradio.

Es verdad que en estos tiempos de restricciones y penurias un proyecto es un proyecto, y una obra es una obra. Pero el interés a cortísimo plazo de los beneficios profesionales o empresariales no puede ignorar por dónde van las cosas. A veces la rectificación del rumbo marca la diferencia entre el encallamiento y la llegada al destino.

Y es ahí donde radica el gran error causante de muchos males: la ausencia de debate y de una confrontación enriquecedora de ideas sobre la ciudad y su puerto.

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