Dicen algunos que las cosas están tan mal que sólo pueden ir a mejor. Como soy de naturaleza escéptica, no acabo de creérmelo. De Guindos y Montoro, sin embargo, ilustran el presente y pergeñan el futuro con altas dosis de optimismo basadas en la hipotética recuperación de España. En cualquier caso, no se puede negar cierta inquietud ni tampoco cierto estado de confusión generalizado.

Pero eso era anteayer, hasta que los ex presidentes de Gobierno decidieron hablar de sus libros. A partir de ese momento, nuestros ojos se abrieron a la luz: los pesimistas empezaron a abrigar optimismo y los desesperanzados corrieron a echarse en brazos de la esperanza. El abuelo Cebolleta blandía como un arma el liderazgo en tiempos de crisis, y el Cid Campeador recordaba los años de la mayoría absoluta. Uno en busca de las respuestas que no encuentra Rubalcaba, el otro esgrimiendo el compromiso del poder a cachiporrazos contra su discípulo Rajoy.

Los dos, Cebolleta y Campeador, se muestran dispuestos una vez más a salvarnos, ofreciendo la experiencia de un legado tan reciente que resulta fácil de identificar en los claroscuros actuales. Ellos creen que no, que tienen una lección política que dar al partido y a España. Quieren que miremos al futuro volviendo la vista al pasado.

Todo esto resultaría posiblemente edificante si no fuera porque la batallita del liderazgo de Cebolleta y el galope frenético del Campeador parten de la idea de un país que ellos contribuyeron a enfangar tolerando la corrupción en cada uno de los estratos. Así todo, el presidente de los GAL y el del Gürtel han empezado por hablar de sus libros para explicarnos a grandes rasgos, y por si no lo habíamos comprendido hasta ahora, el partido y la España que tienen en sus privilegiadas cabezas de estadistas jubilados.

La opción más saludable es tomárselos a broma. Tampoco hace falta leer sus libros teniendo otras cosas en la vida por las que preocuparse.