Cada vez hay menos espacio en los medios de comunicación para esa gente que vive en la miseria, atada a las listas de espera; los que han atravesado una y mil veces el umbral de la pobreza, esos ciudadanos desnortados que no tienen para donde virarse, que malviven abandonados a su suerte y que de pronto se han quedado siquiera sin la posibilidad de tocar en una puerta de papel, en una emisora, en una televisión que les responda y recoja su caso, su denuncia, su protesta. Ya no; los medios de comunicación viven una crisis de caballo con tiradas que bajan, redacciones que se recortan e inmersos en el periodismo de la desesperación, un periodismo en el que lo primero son los números pero los que piden y demandan ayuda no existen. Son los invisibles del periodismo.

Aposté, desde que me dedico a esta profesión, por el periodismo social tan denostado en ocasiones por los que han preferido informar de alta política; esos que desprecian a los marginados, a los que nadie escucha porque para algunos es más gratificante y postinero entrar en despachos de lujosas moquetas que hacerlo en una vivienda destartalada a escuchar qué necesita, de qué se queja el vecino.

No culpo a las empresas porque hoy hacen malabarismos para sobrevivir, pero me preocupa especialmente que el periodismo social, tan necesario siempre y ahora más, haya sido arrinconado. No son días para las malas noticias y no lo son para dar protagonismo a gente pobre, pero si el periodismo es contar lo que ocurre ahí fuera miren y verán que hay decenas de historias sangrantes, todas ellas dignas de ocupar espacios estrella en un medio de comunicación. Pero los tiempos han cambiado y el periodismo social, también.

Esta semana escribo preocupada porque creo que no es ese el camino. O al menos no es el mejor porque la ausencia de ese periodismo ha dejado muda a una legión de canarios que busca una brecha que les permita entrar y denunciar un caso extremo, una vivienda que no se entrega, una familia que pide ayuda, un desahucio, una mano que les corresponda. No veo en los medios lo que escucho en la calle y me pregunto si no sería conveniente reflexionar sobre el trabajo que hacemos y pensar que tal vez, cuando suba la marea, seamos nosotros los pedigüeños. En mi agenda cada vez figuran casos más desesperados que piden ayuda.