La Provincia - Diario de Las Palmas

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A tiempo y a destiempo

¿Despertará Europa?

Esta semana ha sido una semana particularmente intensa para el papa Francisco. El pasado martes viajaba a Estrasburgo y dos días después ponía sus pies en Turquía, donde se encuentra actualmente. Han sido el quinto y sexto viaje internacional del Papa. Unos días excepcionales. Jamás un viaje al exterior de Italia había sido tan corto -menos de cuatro horas en la ciudad alsaciana- ni nunca dos viajes internacionales habían sido programados con tanta inmediatez. Todo ha estado condicionado por la agenda de los políticos europeos y por la festividad de mañana, día 30, en la que la Iglesia ortodoxa celebra la fiesta de S. Andrés, a la que el patriarca Bartolomé había invitado al obispo de Roma.

El viaje a Estrasburgo adquiere particular importancia. No ha sido un viaje pastoral sino político. Y, como tal, ha sido interpretado por la prensa internacional.

¿Este papa, venido desde la otra punta del mundo, puede decir algo nuevo a la vieja Europa? ¿Su voz, tenue y susurrante, será capaz de despertar a esta Europa "herida, cansada, pesimista, y asediada"? El obispo de Roma, llegado del Nuevo Mundo, parece vestir un traje hecho a su medida, un vestido provocador que invita a la esperanza y despierta preguntas. El último discurso de un Papa en la sede de las Instituciones europeas fue el de Juan Pablo II en 1988. Todavía existía el muro de Berlín. Han pasado los años y la arrogancia de aquellos tiempos ha dado paso al euroescepticismo, el paro, el cansancio, en definitiva, a la carencia de sentido de un proyecto que se tambalea "en un mundo más proclive a reivindicar que a servir".

Usando la imagen de un poeta italiano del siglo XX, el Papa describe a Europa como "un álamo que siempre ha crecido hacia lo alto, animado por el deseo insaciable del conocimiento, del desarrollo, de progreso, de paz y de unidad". Pero recuerda "que si las raíces se pierden, lentamente el tronco se vacía y muere... y las ramas -en otro tiempo vigorosas y fuertes- se pliegan hacia la tierra y caen". "Aquí está tal vez -prosigue el Papa- una de las paradojas más incomprensibles para una mentalidad científica aislada: para caminar hacia el futuro hace falta el pasado, se necesitan raíces profundas, y también se requiere el valor de no esconderse ante el presente y sus desafíos. Hacen falta memoria, valor y una sana y humana utopía".

El Papa ha hablado con palabras claras y severas, pero respetuosas con las competencias de los parlamentarios a los que se dirigía. Ha sido crítico, muy crítico con la actual situación, pero, al mismo tiempo, ha puesto sobre la mesa propuestas de esperanza: "La Europa que contempla el cielo y persigue ideales; la Europa que protege y defiende al hombre; la Europa que camina sobre la tierra segura y sólida, es un precioso punto de referencia para la humanidad". Francisco provoca, pero sobre todo, convoca a asumir nuevos desafíos: "Abrir caminos a la trascendencia", afirma explícitamente, porque la raíz de la dignidad humana no está en su ciudadanía, ni en su capacidad económico-productiva, ni en sus múltiples habilidades funcionales...La dignidad de la persona no está en lo que hace, sino en lo que es, es decir, en su identidad esencialmente trascendente, en su condición sagrada. No es difícil imaginar la reacción y la mueca displicente de ciertos "laicistas" al escuchar estas palabras que, seguramente, atribuirán al confesionalismo del que las pronuncia, si es que no abandonaron previamente sus escaños como anunció hace días algún grupo, más tolerante con el Dalai Lama, con representantes de lobbys financieros o con Conchita Wurst, ganadora de eurovisión 2014, que también han hablado en el hemiciclo. Pero el papa Francisco lo tiene claro: la radicalidad trascendente de la persona es antes un valor antropológico que teológico; de ahí el carácter relacional de la persona, que es tanto más consciente de sí misma cuanto más se descubre frágil y necesitada. Sin el reconocimiento de esta dignidad trascendente nos perdemos y los derechos del hombre se convierten en reivindicaciones de no se sabe qué, alimentando la indiferencia frente a los que no cuentan.

La Unión Europea reagrupa a 47 países, 820 millones de habitantes, diversos hasta en su religiosidad. Pero mientras las críticas a la unión se multiplican, los políticos sólo saben unirse para defenderse, en lugar de unirse para defender los valores de una Europa que debe ser mucho más que un mercado.

El papa Francisco no ha perdido el viaje. Y sus palabras han sido acogidas por los parlamentarios con entusiasmo. Ha sido interrumpido una docena de veces por los aplausos. Los ha habido de todos los colores según los temas aludidos, y eso es un buen dato. Europa necesita creer en sí misma, volver a sus raíces y entroncar su discurso con el proyecto de sus fundadores. Europa debe refundarse, necesita un "aggiornamento" del sótano al ático, de lo social a lo espiritual.

Hay posibilidades. El discurso del Papa aporta una bocanada de oxígeno imprescindible en estos tiempos de perfil bajo. Abrir o cerrar las ventanas de Europa al mundo es vital, está en juego perder o conservar el "alma de Europa". El Papa apuesta por abrirlas.

Europa puede seguir siendo un regalo para la humanidad. Nosotros, cristianos, tenemos también el deber de apoyar y sostener este sueño.

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