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Papel vegetal

¿Pertenece el Islam a Europa?

En Alemania estalló una polémica por unas palabras de Angela Merkel, tras el atentado parisino contra la revista Charlie Hebdo, en las que la canciller afirmaba que "el Islam pertenece también a Alemania".

Merkel no hizo en cualquier caso sino repetir una afirmación en el mismo sentido del expresidente alemán Christian Wulff en referencia a la importante comunidad de origen turco o kurdo, esos que llegaron como "Gastarbeiter" (trabajadores invitados) para terminar en muchos casos quedándose y contribuir así a la riqueza de ese país.

Muchos, sobre todo en la derecha de su partido, reprocharon, sin embargo, a la dirigente cristianodemócrata que no fuera más prudente y dijera por ejemplo que los musulmanes, que no es Islam como tal, forman parte también de Alemania, lo cual habría sido más exacto.

A los partidarios de las esencias europeas les gusta presumir siempre de las raíces judeocristianas. Incluso ha habido alguien entre nosotros -el expresidente del Gobierno Aznar- que intentó sin éxito que se incorporase el reconocimiento de esas raíces en la propia Constitución de la UE.

En cualquier caso, ese elemento judío que tanto se ensalza no lo ha tenido precisamente fácil en la vieja Europa, sino que ha sido objeto de discriminación, cuando no de persecución, a lo largo de toda la historia del continente.

No hay más que pensar en los pogromos medievales en distintos países o en la dolorosa expulsión llevada a cabo por nuestros Reyes Católicos.

En Alemania, por ejemplo, hasta el gobierno del canciller de hierro, Otto von Bismarck, no consiguieron los judíos plenos derechos de ciudadanía.

La simbiosis judeo-cristiana fue, como observó el filósofo de la religión Gershom Sholem, más bien una declaración de amor unidireccional: baste recordar la identificación de tantos intelectuales judíos con la gran cultura alemana, que tanto amaron y a la que también tanto aportaron.

Esa tradición judeocristiana que últimamente esgrimen no sin afán oportunista muchos políticos europeos es algo que, como señala el periodista alemán Josef Joffe, se inscribe más bien en la historia, mucho más reciente, de los Estados Unidos de América.

Y ello gracias sobre todo a los puritanos, que redescubrieron las raíces del cristianismo en la antigua Biblia y trataron de crear allí la nueva Jerusalén, lo cual explica, por otro lado, las connivencias del sector más conservador de los protestantes de aquel país con el Estado de Israel y sus políticas.

Pero Europa, se ha señalado con razón muchas veces, es por fortuna mucho más que la herencia de dos religiones monoteístas.

Europa es ante todo Atenas, cuna de la democracia y de la filosofía; es Roma, jurisprudencia y república, es la Córdoba musulmana, medicina, poesía, arquitectura y también filosofía; es el Toledo de las tres religiones, es también el Renacimiento y el humanismo; es el liberalismo, el Siglo de las Luces y la Revolución francesa, con su declaración de derechos humanos, y -¿cómo no?- las luchas obreras y el marxismo.

Europa son asimismo las cruzadas contra el Islam, la Inquisición, las guerras de religión entre cristianos, el colonialismo, la esclavitud, la explotación de otros pueblos y los totalitarismos de distinto signo que marcaron el siglo XX.

Ésa es la compleja Europa que hemos heredado, con todas sus luces, pero también sus muchas sombras.

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