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Conciertos Crítica

'Ángel de luz', estreno de Laura Vega

Es probable que ningún estreno de música contemporánea haya tenido en Las Palmas una acogida tan apoteósica como la tributada a Ángel de luz, de Laura Vega, que ha satisfecho por igual a los que aman o huyen de los nuevos lenguajes.

La fuerte personalidad de esta compositora, su dominio de las formas y el trabajo exhaustivo y milimétrico que dedica a la escritura, le permiten asumir sin desnaturalizarse las tendencias y estéticas más interesantes de las últimas décadas del siglo XX y lo que va del XXI.

Ángel de luz es, igualmente, el título de la séptima sinfonía de Rautavaara, primer creador finlandés que, después de Sibelius, ha sabido poner la música de su país en el centro de la atención mundial. La "escuela finlandesa" se apoya hoy en dos columnas generacionalmente distantes: Einojuhani Ratavaara, nacido en 1928, y su discípula Kaija Saariaho (1952).

En este doble concierto para percusión, orquesta de cuerda y arpa, no ha querido Laura Vega (1978) ocultar la proximidad a esa escuela sino, al contrario, subrayarla desde el mismo título, representativo de una concepción espiritual e intensamente poética de las estructuras sonoras. De análoga voluntad y con diferentes lenguajes nacen las obras de la rusa Sofía Gubaidulina (1931) y el estonio Arvo Pärt (1935), también líderes de la modernidad.

Una vez referenciados los contextos , es justo añadir que su absorción por Laura Vega origina una música profundamente personal. Su poética se alinea con la reacción frente al serialismo integral, que "legaliza" todo lo proscrito por aquél recuperando los elementos del patrimonio histórico que convienen a la idea para darles nueva y distinta vida.

Un enorme dispositvo de percusiones, primordialmente membranas y placas, despliega en la diversidad el discurso solista sin dejarse llevar de alardes espectaculares.

La coherencia y necesidad de esa caligrafía proteica se imponen en la sensibilidad oyente combinadas a una orquesta de cuerdas que responde al impulso percusivo, y lo apoya en admirable distribución de los formantes cantabile con un oído envidiable el timbre y el color.

Las cinco familias de arcos están subdivididas en toda la pieza y llegan por momentos a escindirse hasta en diez partes de violín: microarmonía generadora de un espectro micropolifónico que proyecta en la perfecta musicalidad los contenidos poético-espirituales presentes en la imaginación de la compositora en el tiempo de la escritura.

Sin perjuicio del puntillismo y la expansividad acompañada o cadencial de los dos magistrales solistas (Francisco Navarro y David Hernández, integrantes del Dúo Per-QT), la serenidad contemplativa es pura belleza en las dos primeras partes de la obra (Entre tinieblas, Ángel de luz) y asume en la tercera (Rituales primitivos) ejecutadas todas ellas sin solución de continuidad, el acento épico que también es habitual en la moderna escuela finlandesa.

En resumen, una composición extraordinariamente inspirada y vertida en muy inteligente escritura.

Durante el encuentro previo al concierto, se quejó seriamente Laura Vega del muy escaso tiempo y cuidado con que son ensayados los estrenos absolutos. Por desgracia, tiene toda la razón.

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