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Crónicas galantes

La eternidad ya está aquí

Si alguien nos dijese que va a crear una réplica virtual de su padre y que podremos vivir indefinidamente en cosa de un par de décadas, tal vez lo tomásemos por loco. Cuestión distinta es que lo afirme el director de ingeniería de Google, Ray Kurzweil, doctor honorario en 15 universidades.

Kurzweil se ha ganado el derecho a la duda, no tanto por los títulos que acumula como por lo atinado de sus profecías. A diferencia del Nobel Paul Krugman, que falla más que la Bruja Lola, el científico estadounidense predijo hace un cuarto de siglo la extensión universal de Internet y la irrupción de los teléfonos móviles que han revolucionado nuestra vida. Nadie pudo imaginarlo entonces. Ahora pronostica que de aquí a veinte o veinticinco años estaremos en condiciones de vencer a casi todas las enfermedades y de congelar -e incluso revertir- el envejecimiento.

Tan convencido está Kurzweil de esos vaticinios que, a sus 67 años, quiere asegurarse de vivir hasta ver cumplida su profecía mediante la ingesta diaria de 150 pastillas de vitaminas y otros complementos dietéticos. Su objetivo es llegar con vida al momento en que la ciencia permita recrear todos los mecanismos del cuerpo y así se garantice a los hombres (y mujeres) una vida mucho más larga que la de Matusalén.

Tamaña proeza, que podría hacer quebrar el sistema de pensiones, se conseguirá según Kurzweil gracias al avance exponencial de la tecnología. Los nuevos adelantos se sucederán a tal velocidad que, allá para el año 2029, un teléfono móvil igualará en complejidad a la mente humana. Y de ahí a que los hombres interactúen con los ordenadores no hay siquiera un paso.

Todo ello permitirá hacer una copia de seguridad del cerebro y almacenarla en la nube para cuando perdamos la cabeza y nos haga falta reconfigurarla. Pero no solo eso.

Podremos crear también un avatar de alguien que haya muerto de modo que se reencarne virtualmente por medio de procedimientos informáticos. La resurrección (virtual) de los cadáveres dejará de ser una promesa de la Biblia para convertirse en un acto de lo más corriente, al alcance de cualquiera que eche de menos a un familiar o a un amigo.

El propio Kurzweil asegura que podrá devolver a su padre a la vida sin más que programar un software con su ADN, sus vivencias, sus gustos, su manera de hablar y demás características del difunto. "Será un avatar tan realista", dice, "que me parecerá estar hablando con mi padre de verdad".

Se trata, sin duda, de una competencia poco leal con los médiums y demás brujos que ofrecen contactos con las ánimas del Más Allá a cambio de que el cliente pague un módico estipendio en el Más Acá. Los espíritus que se manifestaban en el tablero de la güija perderán todo interés, una vez que la tecnología de Google permita la reencarnación virtual de cualquiera de ellos sin más que invocarlos por vía cibernética.

Tal prodigio queda eclipsado, como es natural, por la posibilidad de extender indefinidamente la vida que el gurú Kurzweil nos anuncia para dentro de casi nada. Si acertase -y ya lo ha hecho más de una vez-, estaríamos en vísperas de alcanzar la eternidad en este mundo. Esa eternidad que, con su infinita memoria acumulada, se haría insoportable para los seres humanos, según conjeturó Borges. Por si sí o por si no, conviene ir preparándose para una inacabable jubilación. Y sin paga.

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