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Cine 'Ático sin ascensor'

Magia reprimida

El principal mérito que puede reconocérsele a Ático sin ascensor de Richard Loncraine es ofrecer un espacio de esparcimiento para que dos actores de la talla de Morgan Freeman y Diane Keaton, que interpretan a un matrimonio interracial que a lo largo de un fin de semana intenta vender su apartamento de Brooklyn donde han vivido más de 40 años, campen a sus anchas. Él es un pintor de cierto renombre y ella es una profesora retirada. Ambos quieren mudarse a una nueva vivienda más accesible y mejor adaptada a personas de edad avanzada. Mientras esperan ofertas por su apartamento, recuerdan juntos los años vividos.

La película de Loncraine tiene sus mejores momentos en la sobria descripción de la cotidianidad del matrimonio, en el subrayado musical de David Newman, otrora compositor de Anastasia; incluso en las miradas a Brooklyn y Manhattan. Pero, en conjunto, la película se deja tentar demasiado por la nostalgia y la complacencia, incapaz de narrar en profundidad nada de lo que propone. Centrándonos en la puesta en escena, eso que antaño caracterizaba la existencia del cine, es plana, de recetario cumplimiento, aunque de curiosos y esporádicos detalles.

Ático sin ascensor está realizada de modo simple, buscando constantemente mirarse a sí misma con ironía y punto de dramatismo. Nada nos llama la atención de los personajes, nada nos atrapa, nada molesta ni tampoco sorprende. A falta de conocer la novela de Jill Ciment en la que está basada, Heroic measures, lo que ofrece Ático sin ascensor parece, a nivel formal, una puesta al día de las películas neoyorquinas de Woody Allen: Annie Hall, Manhattan, Interiores. El problema es que Loncraine no es Allen (pese a la presencia de Diane Keaton) y, salvo contadas ocasiones, no consigue extraer esa magia reprimida que sin duda encierra su película.

Con todo, Ático sin ascensor deja un regusto amargo en la boca. Tenía alicientes, interés, extraordinarios actores, personajes que filmar a la altura de los ojos, como diría Howard Hawks. Se queda en muy poco, en una película rutinaria, sin pericia, aunque con algún buen plano, de los más inspirados de Loncraine a lo largo de su prescindible carrera. Sus limitaciones se notan más porque lo que cuenta no tiene nada de bagatela y el resultado sí lo es. Está claro que la comedia, con o sin Diane Keaton, no vive precisamente su mejor momento.

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