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Crónicas galantes

Pitágoras y los políticos de letras

Poner de acuerdo a dos españoles es tarea ardua; a partir de tres el asunto se convierte en imposible y si los que discuten son cuatro, crece ya el riesgo de tumulto e incluso de guerra civil.

Fácilmente se entenderá que las conversaciones a tres bandas para formar gobierno hayan concluido de manera abrupta, entre reproches de los neoliberales de Rivera a los neocomunistas de Iglesias, de los socialdemócratas de Sánchez a este último y del líder de Podemos a todos los demás. España y ellos son así, señora baronesa.

Estas cosas ocurren porque los políticos de aquí tienen, en general, una formación propia de la rama de letras. De otra manera, ya habrían advertido al día siguiente de las elecciones que no había posibilidad aritmética alguna de sumar una mayoría suficiente para gobernar, salvo que los españoles fuesen alemanes. Descartado un pacto entre Rajoy e Iglesias, la única opción consistía, precisamente, en imitar el ejemplo de Alemania mediante un gobierno de conservadores y socialdemócratas como el que allí encabeza nuestra estricta gobernanta Angela Merkel. El socialista Sánchez decidió que eso era metafísicamente imposible y, en lugar del modelo alemán, apostó por los de Portugal y Grecia. Después de mucho marear la perdiz cayó en la cuenta de que ni los números le cuadraban ni su deseado socio de Podemos está por la labor. Si fuesen de ciencias, Sánchez y sus interlocutores conocerían sin duda la aplicación del teorema de Pitágoras a un triángulo tan imposible como el que pretendían formar el PSOE, Podemos y C's. Lo que el matemático sostenía es que en todo triángulo rectángulo, el cuadrado de la longitud de la hipotenusa es igual a la suma de los cuadrados de las respectivas longitudes de los catetos. Igual de clara estaba la posibilidad de que los tres formasen gobierno.

Pitágoras nos suena a chino a los de letras, bando en el que probablemente militen los tres líderes que durante los últimos meses se han afanado en buscar la cuadratura del círculo como vía de acceso a Moncloa. Quizá por eso se empeñasen en desafiar a los números, aun sabiendo que estaban afrontando un problema matemático de imposible resolución.

Podría haber sido peor, naturalmente. Si los negociadores lograsen su propósito por algún mágico procedimiento ajeno a la aritmética, hay que imaginar la dificultad de ese variopinto Consejo de Ministros para elaborar y aprobar un simple decreto. Las deliberaciones podrían prolongarse durante horas o tal vez días.

La culpa de todo esto la tienen -dirán ellos- los electores que tan malévolamente repartieron sus votos entre cuatro partidos. De este modo pretendían acabar con el bipartidismo, sin advertir que, en realidad, estaban creando una nueva hidra de cuatro cabezas.

Visto lo visto, tal vez algunos electores empiecen a recordar con nostalgia los tiempos del baile a dos, cuando los conservadores y los socialdemócratas se repartían el poder y la pasta por riguroso turno. Cierto es que tanto uno como otro partido tendían a meter la mano en la caja a medida que se prolongaba su estancia en el gobierno; pero eso ya estaba más o menos asumido. Lo que ahora han descubierto los votantes es que los milagros no existen. Ni en aritmética, ni en política.

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