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Tropezones

Reflexiones viajeras XII

Soria: me temo que voy a decepcionar a más de uno, sobre todo a los que conocen la ciudad de Soria y se relamen con la inminente y entusiasta reseña que saben que la capital merece.

Pues de relamerse va la cosa, aunque no como se imaginan. Acabábamos de arribar el consabido grupo de amigos de nuestra cofradía gastronómico cultural al parador de Soria. Situado en un frondoso bosque, y asomado como una atalaya sobre la ciudad de Antonio Machado, el parador nos deparó una inesperada y gozosa experiencia en el mismísimo desayuno. Sus huevos fritos.

Todavía ahora, pasado ya más de un año, nos causa cierto rubor, al rememorar los puntos álgidos de nuestro viaje por tierras sorianas, que nuestro recuerdo se instale preferentemente en los huevos fritos de su parador. No tengo palabras para describir el aspecto y el sabor de un plato a priori tan exento de glamour : la yema tersa y untuosa, asentada en una clara en su punto justo de consistencia, y adornada en su borde por una puntilla de churruscadito encaje, una sabrosísima y crujiente aureola que nos obligó a un número de degustaciones absolutamente indecente. Podríamos haber ido a la cocina para espiar la alquimia de su elaboración, o haber sucumbido a la tentación de llevarnos entre todos la hermosa salamandra de cobre que entronizaba a las asombrosas criaturas. Pero para "nostra maxima culpa" nada de eso hicimos. Así que mi reflexión viajera de hoy por fuerza tendrá que ser: si visitan Soria, no dejen de desayunar en el parador, y de paso llévense una fiambrera para consumar el obligado secuestro de media docena de sus portentosos huevos fritos.

Santillana de Mar: como creo haber tratado en otras colaboraciones nuestra visita a Santillana de mar, y sus aledañas cuevas de Altamira, voy a permitirme, animado por la reseña precedente sobre huevos fritos, a ensalzar otra cima gastronómica, experimentada en esta ocasión en el hotel que nos dio cobijo durante varios días de estancia en Santillana: sus papas fritas.

En general nuestras giras por tierras peninsulares nos suelen brindar un alimento espiritual y cultural abundante, si bien siempre acompañado del complemento de un almuerzo regional y contundente, arribando por la noche a nuestro alojamiento con pocas ganas de cenar.

En Santillana no. Conscientes de la sabrosura evidenciada desde el primer día de las papas fritas de su restaurante, desde la hora de la merienda planificábamos ya la vuelta a casa para hacerles los honores a las papas fritas, crujientes por fuera, melosas por dentro y deliciosas en su bocado. Aquí sí tuvimos la curiosidad de indagar sobre el proceso de elaboración. Aunque sin sorpresas en cuanto a la predecible calidad de la materia prima, seleccionadas papas locales y aceite de oliva virgen extra permanentemente renovado, sí tomamos nota de la técnica de freidura, aparentemente tediosa pero de espectacular rendimiento en el sabor.

Con el aceite muy caliente y abundante, echan las papas a freír de un puñado a la vez, retirándolas una vez fritas, antes de reponer un nuevo puñado. Con ello se evita que pueda llegar a enfriarse el aceite si se aportan demasiadas a la vez y se consigue de paso ese matiz que nosotros atesoraremos en cierto modo como "el sabor de Santillana".

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