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La columna del lector

A Antonio Ramos Gordillo

Amigo Antonio... esa definición con la que me honras desde hace tiempo, ese término que define a aquellos con los que podemos compartir todo lo que conforma nuestra vida, lo bueno y lo malo, alegrías y penas, fue lo que me llevo hace unos días a asistir a tu ingreso más que merecido en la Academia de Medicina de Canarias.

El salón del Colegio de Médicos se llenó por completo, y se llenó de lo que tú querías y como tú querías, de tu familia, tu esposa, tus hijas, ese núcleo del que te alimentas a diario y del que tanto presumes, de aquellos que te precedieron, tus profesores, y de aquellos que te seguirán, tus alumnos, pero sobre todo se llenó de tus amigos, dice mucho de ti llenar un salón de actos de amigos, y también se llenó de ausencia, Antonio, de aquel que desde el cielo mira orgulloso cómo recoges lo sembrado durante tantos años de buen hacer.

Escucharte como siempre fue un privilegio, la lección como no podía ser de otra manera fue magistral, y como no podía ser de otra manera nos transmitiste, nos renovaste a los que son médicos y a los que no lo somos, la firme creencia en que la salud es junto al honor uno de esos valores a cuidar con mimo y esmero pero sobre todo nos renovaste la creencia de que no existe el triunfo fácil, que no existe el logro sin esfuerzo, sin sacrificio. El dopaje es y será siempre una estafa, un engaño, una injusticia para aquellos que luchan a diario por superarse, por crecer, no solo como deportistas sino como personas sin más ayuda que su propio esfuerzo, su propio sacrificio y el apoyo de sus seres queridos.

Te temblaron las manos al recoger los nuevos distintivos de tu cargo de académico, te tembló la voz al agradecer la presencia de tantas y tantas personas queridas, y a nosotros nos tembló el alma al verte, sonreír, emocionarte, al comprobar una vez más que alma tan grande vive en ti a pesar de que como tú dices... creciste pero poquito.

Un beso... amigo

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