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Calafateando

El Beethoven comprometido

Hay una tendencia cateta en algunos políticos autonómicos de "cargarse" lo que funciona. El Festival de Música de Canarias tal como está concebido parece que no es deficitario. Pero si lo fuera, ¿el mismo no es motivo de promoción internacional de nuestras Islas Canarias, situándolas en un mapa de gran nivel cultural?, sería la pregunta. No es que el genial Beethoven sea noticia porque el próximo 33º Festival tenga en cartera la puesta en escena de su Fidelio, única ópera que compuso. Lo traigo a esta columna por su compromiso con lo que le rodeó, aspecto muy poco conocido de su personalidad. Luis van Beethoven, compositor de talla universal, de una música cuyo pentagrama alcanzó las cotas más elevadas del lirismo, clásico primero, hasta el romanticismo definitivo, nunca olvidó el estrato social del que procedía. Y si hay algo que lo define es que fue un genio cuya vida resultó ser por completo atormentada: hubo de arrastrar su cruz como el Nazareno hasta el Gólgota. El genio perteneció a esa estirpe de seres humanos a los que la felicidad se muestra empecinadamente esquiva. Lo tuvo todo en contra: huraño; de impetuoso proceder; poca capacidad para alimentar la amistad; hosco en el trato cercano; un tanto repulsivo de apariencia por rechoncho y aspecto grosero, en general desaliñado, y lo que redondeaba su apariencia de misántropo, una temprana sordera que, superados los cuarenta años, le impedía oír el resultado de sus propias sonatas y sinfonías magistrales. Sin embargo, sordo como estaba ello no le impidió con su hondo oído íntimo saber la música sublime que componía. Él, a su manera, es verdad que la oía.

Cuarenta y cinco años tenía el músico alemán cuando el Destino, que no le ha dado una esposa, al menos le concede un hijo. Éste, Carlos, era una carga para su hermano, por lo que no dudó en confiarlo al músico. Lo colmataba una madre de vida licenciosa y depravada, la Reina de la Noche, para Beethoven. Luchó por separarlo de ella y se convierte en su tutor. Sin embargo, oh, ángel avieso del azar, esta esperanzadora circunstancia andando el tiempo se convertiría en causa de los mayores sufrimientos para el autor de la Pastoral: le agravó el sufrimiento que ya la vida era para él. Lo que acaba por desgarrarle el corazón fue la orientación torcida y lo desagradecido de las grandes atenciones que le prestó. Se convencería de lo inútil que era aquel grandullón libertino. Pero, desde su lado humano y su liberalidad, que no tenían límites, lo perdona todo. Como este otro ejemplo: debiendo despedir a una sirvienta desleal, le extiende sin embargo un certificado de buena conducta, papel que la joven no recoge al pensar que el mismo contenía malas referencias sobre ella. El sordo la siguió e insistió más de una vez llamándola por señas para ofrecerle su bondad, cosa que no logró. Este sentimiento bonachón de su alma acaba por hacerlo rectificar en el trato que da a su cuñada y se dice: "Dios mío, Tú que ves mi interior, sabes el daño que me hago, lo que me cuesta hacer sufrir a alguien". Terminó por permitir que visitara cuantas veces quisiera a su hijo, a pesar de que lo volvía en su contra.

"No puedo ver a nadie -decía- en la indigencia. Cuando observo el sufrimiento, o a alguien careciendo de lo necesario, es menester que yo dé lo que sea para aliviar su situación". Su bonhomía no conocía límites. Da frecuentes conciertos en beneficio de los heridos de guerra; presta a sus discípulos todo el dinero que le piden y se deja engañar por los criados. Intentó lo indecible por tener el arrimo y el cariño de una esposa que le diera hijos, viendo lo felices que eran sus conocidos en el matrimonio; pero tal vez su mala estrella para atraerse a las mujeres casaderas de su elección se debía a que era hombre de costumbres domésticas extrañas mientras componía, en sus interminables horas corrigiendo las partituras con delirio perfeccionista una y otra vez, en medio del caos, en las que se olvidaba incluso de comer. "Se encerraba en su casa, y desde fuera -cuenta Schindler, que iba con otro amigo- le oímos cantar, aullar, patear, ensayando el Credo. Después de oír largo rato aquel desastre, y cuando nos disponíamos a alejarnos, se abre la puerta y aparece Beethoven con un aspecto tan alterado y lamentable que nos llenó de angustia". Este era el auténtico autor de la Novena Sinfonía. Schubert lo venera en tiempos que tan solo escribe palabras y algunas notas musicales, con las que apresaba ideas fugitivas. Era gran admirador de Mozart, del que oyendo su Flauta Mágica, dicen que unió sus manos sobre el pecho y mirando al cielo exclamó "¡Oh, Mozart!" Éste, por su parte, decía de su colega de Bonn: "Beethoven, gracias sean dadas a Dios, puede escribir música como nadie en el mundo".

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