La Provincia - Diario de Las Palmas

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Zigurat

EEUU Enterprise

En los países del orbe cultural occidental, caso de los EE UU, es improbable que un presidente electo, pero sin tomar posesión, haga y deshaga a su antojo teniendo como objetivo particular conculcar casi todas las medidas políticas que aún corresponden al presidente Obama.

Los dos, el electo y el que es actual presidente, no se ponen de acuerdo en ninguna cuestión esencial para los intereses de EE UU y, por ende, para todo el mundo; pues sabemos que un problema político, económico, militar o de política exterior, afecta de manera directa a todo el mundo. Porque el mundo ha vuelto a ser lo que era: un páramo frío en blanco y negro, donde escenifican su guerra de plastilina los espías, esta vez sin sombrero y gabardina, pero con chándal.

El primer paso importante de Trump ha sido el nepotismo: nombrar a su yerno asesor presidencial o lo que es lo mismo presidente del consejo de administración de EEUU Enterprise, para que, con su nula experiencia política, su juventud y su ambición, lleve la empresa a resultados positivos en los asuntos más difíciles que tiene por delante su administración.

Aquí salta por el aire la democracia en su forma más barroca: el interés nacional por encima de cualquier otra región, el diálogo como herramienta para concluir conflictos de ahora y en un futuro o el bien común como servicio a la ciudadanía de los gobernantes.

Y esto no parece que vaya a suceder, más bien, que yo recuerde, en estos momentos es más fácil entrar en conflicto con las naciones que Trump considera hostiles que sentarse para intentar resolver y no enfangar lo que ya es un lupanar donde mueren millones de seres humanos, en todas las aguas, en todos los mares, en todos los desiertos, en todas las montañas del mundo.

Hay otro elemento dañino que ha estado presente en toda la campaña del magnate: el racismo y la xenofobia. Y para arreglar esa gran violación de los Derechos Humanos ha elegido a un hombre del sur, diría profundo, que por sus manifestaciones parece más un militante del KKK que de un país que ha intentado acortar la distancia que separa a los nativos americanos -¿la nación sioux o la apache?- de los que no han nacido en suelo patrio -los afroamericanos, que llegaron atados al sur antes que, por ejemplo, toda la estirpe de los Trump.

A un día del discurso que lleva aplazando un mes, Trump ha empezado a gobernar teniendo como plataforma directriz las redes sociales y ha tomado partido en conflictos que llevan medio siglo enquistados y que puede que terminen en guerras abiertas.

Su posición con respecto al derecho palestino a tener estado propio y sus declaraciones sobre Jerusalén y sus lugares santos -cuyo guardián es Jordania- no hace sino poner al borde del abismo el complicado mapa actual de la región.

Esperaremos su discurso de toma de posesión y estaremos atentos a lo que no dirá pero que todos sabemos de qué se trata. Lo único que aclara algo de este confuso traspaso de poderes es que va dejando huella donde pisa, una huella profunda que no consiguen interpretar ni los más avezados rastreadores.

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