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Juanjo Jiménez

LA MÁQUINA CHINA

Juanjo Jiménez

EE UU, planeta independiente

D onato Trompeta lo ha vuelto a hacer. Ayer ofreció un mitin en Florida en el que entró por la puerta grande. Y cuando se dice grande, es grande, tanto como la puerta de un hangar. Aterrizó con el Jumbo uno y con la misma enfocó la proa hasta el garaje de aviones, momento en el que se abrió la cancela del 747 y bajó como una aguililla hasta posarse en la tarima colocada para su disertación.

Allí, en el lugar en el que se aparcan las aeronaves para su revisión y pasar las tempestades se ubicaron las gradas donde le esperaba su público, en una puesta en escena que para un cierto gremio de americanos no es gratuita. Y es que el americano estándar tiene fijeza por lo grande, lo aparatoso, el exceso.

Hay quien sostiene que es por las interminables llanuras del medio oeste para adelante. Por eso sus coches durante muchas décadas, hasta que no llegó la primera gran crisis del petróleo que estalló el 23 de agosto de 1973, eran tan, tan largos, que antes de salir el chófer, el capó ya había llegado al destino. Y como no tenían que coger curvas, al menos en el sentido europeo de una curva, sus chasis se limitaban a un larguero en escalera, unos vetustos amortiguadores de ballestas -que aún hay marcas que siguen usando-, y un eje trasero rígido, que es de todos los ejes traseros, el más primitivo.

Encima de todo este conjunto colocaban un tresillo tipo muebles Amaranto con esquinero, florero y con un volante enfrente, y a pulpiar. Pero eso sí, sin obviar fundamentales detalles para el americano XL. Como el posavasos tamaño gran vaso, fruto del juicio de la anciana Stella Liebeck contra McDonald's que se inició en 1992 cuando la señora no encontró en su Ford Probe un lugar donde posar su café y leche, que puso entre sus piernas con el resultado de quemaduras de tercer grado en el 6% de su cuerpo y ocho días de hospitalización.

Liebeck recibió casi tres millones de dólares de indemnización, y el público en general unos posavasos Gulliver, aunque no tanto como para incorporar en ellos los auténticos baldes de roscas que se meten entre pecho y espalda.

Con todo tan grande, en un país que desde la costa este a la oeste oscila entre los 4.000 y los 6.000 kilómetros -lo que implica una emisión a la atmósfera del Air Force One de más de seis toneladas de CO2 al aire, para llevar a un único Trompeta-, hay que entender que el 98% de la información que recibe el americano básico sea del propio país, sin pajolera idea del resto del planeta. National Geographic, en una encuesta que realizó después de tres años de guerra con Irak, con 120.000 soldados americanos desplazados al campo de batalla, concluyó que el 68% del personal aún no sabía ubicarlo, pero tampoco Nueva York, que resultó tierra ignota para el 50% de los participantes. Por eso, cuando ayer Donato se bajó del aparato y anunció un falso y gran atentado terrorista en Suecia, ese atentado será 'real' a efectos prácticos para la mitad de la población, la que le ha votado, la que piensa en formato de grandeza, la de la excepcionalidad norteamericana, la que vive una realidad alternativa como planeta independiente y que solo necesitan de un señor que lo haga todo a lo grande, desde mentir a bajarse de un avión para sentirse protegida, independientemente de la calidad de sus neuronas.

Algo que había anunciado Bush en la Universidad de Yale, cuando animó a los malos estudiantes con el célebre: "No se preocupen, que ustedes también pueden llegar a ser presidentes de Estados Unidos".

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