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tropezones

Micrófonos no cerrados

Muchos recordarán la plancha que se tiró el presidente Reagan, cuando a punto de leer un discurso por la radio, se despachó en plan de broma con el manifiesto: "Amigos americanos, me alegra comunicarles que hoy acabo de firmar la legislación oportuna para declarar a Rusia fuera de la ley para siempre. Empezamos el bombardeo en cinco minutos". Efectivamente, el micrófono no estaba cerrado.

Más cerca en el tiempo, comentaban Sarkozy y Barack Obama sobre el primer ministro de Israel Netanyahu. "Yo no aguanto a este tío. Es un mentiroso", se lamentaba el presidente francés. A lo que le replicaba el americano: "¿Y tú de qué te quejas? Yo he de lidiar con él todos los días". Lo que desconocían los dos líderes mundiales era que su conversación, a mi- crófono no cerrado, era trasladada a la sala de prensa, abarrotada de lo más granado de la prensa mundial.

No hace falta recordar episodios parecidos en nuestras latitudes, sobre temas como "aprender economía en dos días" o exabruptos sobre huevos, recogidos asimismo por micrófonos supuestamente cerrados.

El que me vengan estos ejemplos a la memoria tiene que ver con una situación parecida de la que en este caso fui la víctima no hace mucho. Invitados a cenar a casa de unos amigos mi mujer y yo, pulsamos para entrar el telefonillo en la cancela del jardín, que nos fue oportuna-mente abierta. Tras la agradable velada y abundante banquete regado con excelentes vinos, franqueamos ya de vuelta la puerta del jardín, comentando la jugada, ya fuera del alcance del oído de nuestros anfitriones. Ya saben: "¿La carne estaba bien, pero un poco cruda, no te parece?" "¿Sí pero te has fijado el bajón que ha pegado Encarna?" y comentarios por el estilo, sin ningún afán de ofender pero típicos en la complicidad de cualquier chismografía conyugal.

Pues bien, nos vinimos a enterar más tarde, merced a indiscreciones de los nietos de nuestros amigos, que el telefonillo del jardín solía dejarse con el micrófono abierto. Y no sólo eso, sino que era de alta tecnología y de largo alcance, pues parte de la diversión de nuestros anfitriones consistía precisamente en escuchar regocijados los comentarios "off the record" de sus invitados, al llegar y al salir de su chalet.

Como los lectores quizá hayan intuido, el objeto de estas experiencias no es sólo el de entretenerles, sino también de trasladarles cierta información, y como en este caso, de ponerles en guardia.

Vamos, que si a Uds. les consta que el tío Arturo está más sordo que una tapia, y se permiten por ello algún comentario improcedente, están advertidos de que no se debe descartar que en fecha reciente haya adquirido uno de esos audífonos de última generación, que, aunque apenas visibles, permiten percibir el vuelo de una mosca a tres kilómetros.

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