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OBSERVATORIO

Sólo son sombras

El pasado 17 de noviembre moría en una cárcel de Parma el capo mafioso Salvatore Totó Riina. Tenía 87 años y sufría un grave problema pulmonar. Llevaba en prisión 24 años. Del clan de los corleoneses, dirigió la Cosa Nostra desde los años ochenta. Su debut fue el asesinato del general Carlo Alberto Della Chiesa en 1982, que había sido enviado a Palermo para dirigir la lucha antimafia tras haber desarticulado las Brigadas Rojas. Y nunca reconoció ni se arrepintió de nada de lo que se le imputaba. A su muerte acumulaba 26 condenas a cadena perpetua. Se le relacionaba con más de 150 asesinatos, 40 de ellos cometidos por él mismo. Dice Nando Delle Chiesa, hijo del general asesinado: "Su muerte nos alivia pero se lleva a la tumba claves que explicarían aquellos años y sobre todo, los nombres de los políticos implicados".

Curiosamente, el declive de Totó Riina comenzó tras sus asesinatos más sonados. Esto lo cuenta Peter Robb en ese solvente e inmenso fresco que se titula Medianoche en Sicilia (1996). "Me decían que Palermo olía a jazmín proveniente de las hermosas mansiones Liberty edificadas por los ingleses en el siglo XIX. A los pocos meses descubrí que a lo que más olía Palermo era a muerto", escribe Robb. La primera decisión de Riina que se volvió en su contra fue dinamitar la presunta conexión de la Cosa Nostra con la clase política. El 12 de marzo de 1992 ordenó el asesinato de Salvo Lima, líder de la Democracia Cristiana y mano derecha de Andreotti en la isla. Lima era considerado el hombre la Cosa Nostra en Roma. Su asesinato dejaba bien claro que ni Maxiproceso Antimafia, iniciado en 1986, ni órdenes políticas: la Cosa Nostra iría por libre y no perdonaba. Esto lo comprendieron los magistrados Giovanni Falcone y Paolo Borsellino, que lideraban la lucha antimafia.

El sábado 23 de mayo de 1992, Giovanni Falcone y su esposa, la magistrada Francesca Morvillo, se dirigían en secreto por carretera desde el aeropuerto de Palermo a la capital. Pese a la vigilancia policial un potente explosivo les reventó a ambos junto a varios escoltas. Borsellino llegó a Urgencias justo para ver morir a su amigo. Lloró. Y también lloraba su hija por lo que le oía decir a su padre: "Giovanni es mi escudo contra la Cosa Nostra. Lo matarán primero y después me matarán a mí". El periodista Giorgio Bocca describió una imagen poderosa del funeral de Falcone: vio a Borsellino acercarse al ataúd, "con su toga negra y la camisa blanca bordada y me pareció bellísimo, como un antiguo caballero jurando fidelidad sobre su compañero caído". La situación política se deterioraba. Borsellino trató de dar con los asesinos de Falcone. Pero no pudo ser. Solía pasar los domingos con sus amigos y por la tarde visitaba a su madre. El 19 de julio de 1992 acompañado de cinco escoltas iba a entrar en casa de su madre en el centro de Palermo. Cuando apretó el timbre, la explosión de un coche bomba les hizo pedazos a él y a todos los escoltas. Sobre las ruinas de aquella casa lloró Antonino Caponnetto, fundador de la Sección Antimafia de la Magistratura de Palermo: "Todo se ha acabado, todo se ha acabado..." repetía. Pero no. Era todo lo contrario. Cuenta el periodista Bocca que tras los funerales de Falcone y Borsellino "volví a ver rostros de italianos honrados y valientes y muchos jóvenes donde antes sólo veía máscaras grasientas de un poder mediocre y corrupto". La sociedad siciliana no transigió con las muertes de Falcone y Borsellino. Y surgieron ciudadanos que se enfrentaban al poder mafioso. De ellos da cuenta el periodista Vicent Chilet en un reciente artículo donde cita a Leticia Battaglia sin cuyas fotos aquellos años en los que en Palermo moría más gente que en Beirut serían incomprensibles; al periodista Dino Paternostro, al que le quemaron el periódico pero nunca se fue de Corleone; al locutor de radio Giovanni Impastato, primer corleonés asesinado por la Mafia por rebelarse contra su propia familia, cuya historia se narra en la película Los cien pasos (2000). Y varios héroes más que apostaron por cambiar aquel caos donde no era posible expresarse, ni esquivar la miseria, ni quitarse el miedo de encima. Tras ellos la sociedad siciliana logró que el Estado italiano ordenase el día a día en la isla y que fuesen los tribunales los únicos que dictasen sentencias. El influjo de la Mafia en la vida de la isla ha decrecido mucho pero no ha desaparecido. Pero ya no es la Sicilia de Robb.

Suele haber un ingrediente clave para explicar cómo ciertos individuos no se someten a un poder espurio y son capaces de reaccionar contra aquello que coarta sus libertades. Se trata de coraje.

Sobre el coraje acaba de publicar un buen ensayo el psiquiatra italiano Paolo Crepet, preocupado por la sociedad que crece al calor de la digitalización. Crepet habla de "la República del like". Y llama a pelear por conservar los valores humanos, los valores que nos diferencian de las máquinas. "En la República del like", escribe Crepet, "la rebelión es fundamental. No la rebelión iconoclástica que destruye todo por el hecho de hacerlo sino la capacidad de que cada uno decida usando su cabeza. La libertad digital ha aumentado el acceso a la cultura pero es una libertad limitada por instrumentos cada vez más homologantes. Se trata de aprovechar lo bueno del progreso y de luchar contra aquello que frene el talento, la creatividad y el coraje de expresarse."

Crepet propone refundar el coraje, "la mayor urgencia social en este tiempo". Y va desgranando: el coraje para educar, para decir no, para reinventarse, para indignarse, para ser periodista, para convivir con el miedo, para enfrentarse a la realidad, etcétera.

Coraje para convivir con el miedo, sí, porque el coraje sin miedo es propaganda. Decía Napoleón que no hay peor enemigo que "el miedo de las tres de la mañana", cuando la soledad y los temores crecen hasta que la alborada los diluye. Y entonces vemos que tras ellos no había nada. Que sólo eran sombras construidas sobre inseguridades, odios, maldades o amenazas de quienes no permiten que nunca crezca nada.

Crepet llama a recuperar el valor de la escritura y espacios de debate que nos devuelvan la fuerza que da la vergüenza y la capacidad de resistencia que la vida reclama: es imposible conocer la felicidad sin saber qué es el sufrimiento y por ello no es posible expulsar la realidad en la virtualidad. Y que parte del "cansancio de vivir" del burgués contemporáneo "arranca de preferir la irresponsabilidad de la ficción antes que la formidable belleza de la concreción".

Decía San Agustín que "la esperanza tenía dos raíces: la rabia, para darse cuenta de los problemas, y el coraje, para enfrentarse a ellos". Sólo el coraje nos permitirá respetar el pasado, comprender el presente y construir el futuro.

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