Dos series de éxito han puesto de moda retroactiva a los contrabandistas, que son gente de perfil romántico -como los piratas a los que cantaba Espronceda- y siempre dan bien en pantalla. No hay más que ver al Sito Miñanco de la ficción: mucho más apuesto y sexy que el de verdad, aunque los dos se den un aire.

La tele les ha proporcionado a los matuteros, gallegos mayormente, una gloria audiovisual algo tardía que acaso les devuelva, ampliada, la fama de la que disfrutaron en los papeles y telediarios allá por la época del juez Baltasar Garzón.

Cierto es que esta notoriedad los pilla ya un tanto mayores, pero bien pudiera ocurrir que no la desdeñasen. Nadie ignora que los mafiosos italoamericanos empezaron a hablar como Marlon Brando tras el exitoso estreno de El Padrino, fascinados por la fuerza del personaje. Ya se sabe que la realidad imita en ocasiones a la ficción, sobre todo cuando ésta es de calidad.

Popularidad no les faltó a los contrabandistas en su día, por más que fuese de orden estrictamente local. En la época del tabaco, apenas llamaba la atención que los chavales de las rías declarasen ante las cámaras de TVE su decidida vocación profesional de ejercer el contrabando cuando fuesen mayores. "Como mi padre", añadía orgulloso alguno de los críos entrevistados en el colegio.

Los contrabandistas eran entonces gente honrada, en opinión de un miembro del gremio que fue elegido alcalde de su pueblo por los vecinos. "La más honrada que existe", sostenía en una entrevista el citado prócer. Prueba de ello, a su juicio, era que, en sus tratos comerciales, "se daban la mano y no hacían falta papeles".

Sería injusto, sin embargo, reputarlos de meros tratantes de feria. En realidad, fueron pioneros de algo tan moderno como el branding o construcción de marca. El Winston de patente americana y fabricación búlgara, por ejemplo, pasó a convertirse en "rubio de batea", que era toda una denominación de origen muy demandada por el consumidor.

Más allá de esa anécdota, bien se les podría considerar unos adelantados del libre comercio y el capitalismo sin fronteras que ahora patrocina el régimen de Pekín frente al reaccionario Donald Trump.

Años antes de que la Unión Europea suprimiese los aranceles entre sus Estados miembros, los contrabandistas gallegos ya prescindían de aduanas y otros engorros burocráticos para importar su tabaco de matute por la furtiva vía del mar. Los Oubiñas, Miñancos y Charlines bien podrían alegar que en su momento lucharon contra el monopolio franquista de Tabacalera. Eran ellos quienes defendían la causa del pueblo fumador, abasteciendo al público de tabaco a buen precio.

Siempre en vanguardia, los contrabandistas extendieron y diversificaron su área de negocio en el nuevo marco comunitario. Abandonado el viejo "chollo do fume", se pasaron a la práctica del import/export, trayendo fariña, chocolate y otros productos ultramarinos desde Colombia y Marruecos, para distribuirlos después en el mercado europeo sin fronteras. Traspasaron, literalmente, la raya: y ahí comenzó su decadencia.

Medio olvidados aquellos tiempos, la tele los devuelve ahora a la actualidad gracias a la fuerza de la imagen y a unas tramas tan realistas como bien construidas. Quizá sea un involuntario tributo a su papel de pioneros de la libre circulación de mercancías que hoy sustenta la filosofía de la UE. Quién sabe.