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RESETEANDO

Javier Durán

Noticias de Santa Pola

La fotografía de Dani Gago con Rajoy abandonando el Congreso de los Diputados con un gesto ostentoso de despedida, casi de un hombre que sacude la mano en la cubierta de un barco, ha resultado ser una ecografía extrema de cuál era el futuro que rumiaba en sus adentros: apartar casi cuarenta años de carrera en distintos cargos públicos para retornar a un destino tan de novela de Balzac como es su plaza de registrador de la propiedad en Santa Pola. Ya en los preliminares y en el día después de la moción de censura se especulaba con la idea de que no renunciaría al acta de diputado para conservar su condición de aforado. Pues tampoco han acertado. El expresidente no considera necesario tener un cinturón de seguridad frente a las hijuelas del caso Gürtel que aguardan en los tribunales.

Rajoy es una persona de hacer servicios a la patria, con una alta estima con lo público, algo que a la vista de la corrupción que maduró a su alrededor -la germinación venía de atrás- constituiría una afirmación carente de sentido. A estas alturas, su máxima incisión está en la depresión que le provoca ver cómo sus hechuras a partir del sentido común del que siempre ha presumido se han roto por el caos de la corrupción. El tamaño del boquete es tan enorme que hasta descarta quedarse a defender desde la tribuna su legado. Estamos ante un cadáver político azotado no por una gestión nefasta ni por un cambio en la tendencia de voto, sino porque le han disparado un obús en la misma línea de flotación de sus principios: sus pensamientos tan superlativos sobre una idea de España calmada, acorde con su inconsciente de individuo de orden, creyente, respetable, jerárquico y juicioso han saltado hechos añicos para ser reemplazados por los intereses de una banda de malhechores que recibió su confianza y a la que apoyó, aunque fuese con su omisión.

¿Cómo se va a defender Rajoy ante la Historia en mayúsculas? Adolfo Suárez murió entre los secretos y los olvidos de su enfermedad; Felipe González superó la guerra sucia contra ETA del GAL y quedó indemne frente a la suerte carcelaria que corrió Barrionuevo; Aznar es el único de la trágica foto de Azores que todavía mantiene que era necesario la intervención de Irak; Zapatero anda entre conferencia y conferencia explicando por qué España estuvo a punto de ser intervenida con una prima de riesgo disparada y con llamadas al orden de Angela Merkel y hasta del mismo Barack Obama. El líder socavado del PP parece que no está ahora mismo en las claves de la posteridad, en demostrar sus aciertos, y que prefiere -siempre ha sido así- los aires provincianos, la felicidad que alcanza un servidor público al ver a sus vecinos disfrutando del gesto ecuánime de un registrador que lleva a sus espaldas una mochila llena de sabores y sinsabores. Rajoy ve en el sello bien puesto sobre el documento público el sentido de este país: si se ponen mal, España no funciona.

Santa Pola no es un mal destino una vez que ha estado durante una larga etapa apartando mierda. En pulcritud, esta marcha robinsoniana resulta difícil de creer, más bien tiene toda la pinta de la acción de un despechado por el trato que ha recibido. Ya no por los promotores de la de la censura, sino por los que han destrozado los mimbres sobre los que se había construido.

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