En un inteligente artículo publicado la semana pasada en un medio digital, los economistas Luis Quiroga y Toni Timoner reivindicaban el uso del trilema para solucionar la crisis de discurso político que afecta al Partido Popular. En lugar de afrontar la dicotomía entre la tecnocracia -representada por la exvicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría y su equipo de abogados del Estado- y el discurso más ideológico -y conservador- que defiende Pablo Casado, el triángulo Estado-nación-sociedad concede una mayor transversalidad y, por tanto, un mayor mordiente a cualquier propuesta política. El Estado se refiere al cuidado de la Administración, a la calidad de las leyes y de las instituciones, a la prudencia presupuestaria y al buen hacer general de las políticas públicas. La nación nos remite en menor medida al nacionalismo que a la patria y sus virtudes. Frente al nacionalismo, que depende siempre de un mito determinado sobre cómo debe ser y comportarse un pueblo, el patriotismo tiene más que ver con el apego a una tradición y con el respeto a las gentes que habitan un país. Por eso mismo, se puede hablar de un "patriotismo constitucional" o de un "patriotismo ciudadano" y, en cambio, resulta mucho más difícil referirse a un "nacionalismo constitucional" sin ceder a algún tipo de retórica populista o pseudorreligiosa. Finalmente, el trilema apunta hacia la sociedad, que implica la atención a las demandas ciudadanas y a los sutiles -y no tan sutiles- cambios que se van sellando de generación en generación: el envejecimiento de la población y sus implicaciones, el feminismo como vector de transformación social o la necesaria flexibilidad de la economía para afrontar la globalización, por citar unos cuantos ejemplos.
De Soraya a Casado, el PP se encuentra inmerso en un dilema que afecta al fundamento mismo de su existencia. Soraya goza de los privilegios del poder y juega a la carta ganadora de ese prestigio. Casado, en cambio, prefiere situarse ligeramente fuera del sistema y subirse al carro de la audacia contra el establishment, que tan buen resultado le ha dado a Pedro Sánchez en su asalto a la secretaría general del PSOE. Casado interpreta mejor los instintos básicos del conservadurismo español, que reclama ley y orden por un lado y terapia neoliberal por el flanco de la economía: léase, bajadas generalizadas de impuestos, mayor flexibilidad laboral y una administración pública por lo general más pequeña. El político madrileño sabe que representa a una nueva generación que sube con fuerza pero que no ha sido bien tratada por el actual PP, cuyas bases además necesitan el apoyo emocional de un discurso próximo a las raíces modernas del partido, que tienen más que ver con Aznar que con Manuel Fraga, su fundador, o con su último presidente, Mariano Rajoy. La debilidad de Soraya -su lejanía de las bases populares y su falta de pedigrí ideológico, por así decirlo- constituye el punto fuerte de Casado, del mismo modo que la debilidad de éste -su falta de experiencia y de currículum- supone una ventaja para la exvicepresidenta.
Pero, más allá de quién gane el Congreso, el PP ha de acercar su mensaje al mencionado trilema que nos presentan Quiroga y Timoner: Estado, nación, sociedad; o, lo que es lo mismo: experiencia, símbolos comunes y un discurso social integrador que hable de oportunidades. Todo ello forzosamente bajo un prisma internacional que nos aleje del espejo noventayochista y de su obsesión por las esencias de España y sus enfermedades. De lo que suceda depende también la calidad democrática en nuestro país.