La Provincia - Diario de Las Palmas

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reflexión

Réquiem por dos folcloristas

(A la memoria de Vicente Hernández y Domingo León)

Como cada 12 de septiembre en que se celebra la festividad de la Virgen de La Paz en mi pueblo de El Pinar, isla de El Hierro, me encuentro con Domingo León en la plaza de la Iglesia, desde hace más de 50 años, vestido de bailarín, bailando con los bailarines de el Pinar el Baile de la Virgen, con elegancia y estilo inimitable, incansable, al igual que lo ha venido haciendo cada Bajada cuatrienal de la Virgen de los Reyes, desde la Ermita de la Dehesa hasta la iglesia de la Concepción de la Villa de Valverde, y en la casi totalidad de las festividades de los pueblos de las islas. Este día de la Paz, nos volvimos a dar un abrazo fraternal, y después de haber estado bailando hasta los 70 años, por primera vez no vistió su honroso traje de bailarín, y me dijo: "Este año no me verás bailar, como tanto me admirabas". Le contesté: "Domingo, los años no perdonan, pero yo sólo quiero seguirte viendo cada día de la Paz, en la Bajada y en la fiesta de San Simón en tu Sabinosa natal", que es también un pueblo de los piñeros. Al despedirnos, después de subir juntos la intensa calzada con la procesión de la Virgen, me hizo esta conmovedora confesión que la llevaré clavada en mi corazón para siempre: "Desearía morirme bailando el Baile de la Virgen, de repente, sin enterarme, para que no sufra mi familia". Por la tarde, ensayando en Sabinosa su folclore, el corazón se le paró, agotado de lo mucho que lo ha dado, fiel a la popular copla: "Corazones partidos yo no los quiero, si doy el mío, lo doy entero". A las 10 de la noche, paseando en solitario por mi pueblo me dieron la noticia de su muerte. Me quedé desorientado, paralizado, titubeante, caminando sin rumbo, y se me vino a la cabeza la Elegía de Miguel Hernández: "Un manotazo duro, un golpe helado, un hachazo invisible y homicida, un empujón brutal te ha derribado".

Era parco en palabras, siembre afables y serenas, con una sonrisa que ocultaba, sin queja ni lamentación alguna, el sufrimiento por la salud de sus hijos. Su voz tenía el timbre inconfundible de la bondad humana. Insuperable maestro del folclore herreño, que enseñó a varias generaciones de jóvenes, y divulgó por todo el archipiélago, también desempeñó tareas federativas en la lucha canaria, que practicó en su juventud, en las que dejó su huella indeleble. Unas semanas antes moría en Sabinosa, ya nonagenario, Vicente Hernández, arquetipo de bondad y humildad, como mi padre, del que era primo hermano. Como Valentina y Domingo, un icono del folclore de Sabinosa, al que se recordará siempre cantando puntos cubano y recitando las poseías que improvisaba. No he conocido personas más nobles y buenas que Vicente y Domingo, para los cuales todos los seres humanos eran como hermanos. Encarnaron las virtudes humanas que el sabio emperador romano Marco Aurelio, aconsejaba: "Compórtate con aire de simplicidad, bondad, de entereza, de gravedad, de seriedad; sé amante de lo justo, religioso, benévolo, y sincero en el afecto, constante y esforzado en el cumplimiento de tus obligaciones".

Vicente y Domingo se han ido, pero se quedarán los bailarines bailando el Baile de la Virgen y el tango herreño, con los tambores y pistos tocando. Como se lee en una frase grabada en una lápida romana de las termas de Caracalla: "Les recordaremos siempre, en invierno y en verano, cerca y lejos, mientras vivamos y después".

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