La Provincia - Diario de Las Palmas

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tropezones

Medidas cautelares

Como conocen los lectores que tienen la paciencia de seguirme, R.F. es mi adversario dialéctico de cabecera. Pues bien: el otro día se me puso trascendente, regalándome unas reflexiones sobre la condición humana. Que si al hombre al nacer le encasquetan de entrada una sentencia de muerte. Que si es cristiano, encima le cae una hipoteca por un pecado original de sus ancestros, que sólo puede salvar mediante el bautismo. Las consiguientes abluciones sobre su cabeza, con agua bendita y todo, implican ya de por sí un riesgo de resfriado para la frágil constitución de la criatura. Si por el contrario el bebé resulta ser de familia musulmana, ya nadie le librará de una servidumbre de por vida: la de rezarle al supuesto creador todos los días del año, encima espaciando sus oraciones cotidianas en cinco episodios, para mantener en tensión permanente la omnipresente exigencia divina. Después me ilustró sobre destinos aún peores en ciertas creencias orientales, como la transmigración del alma, con desenlaces tan catastróficos como reencarnarse en una cucaracha, etc. etc.

En mi papel de abogado del diablo, que en este caso paradójicamente se tornaba en abogado del Sumo Hacedor, traté lógicamente de quitarle la espoleta a tan explosivo condicionamiento del ser humano. Pero claro, siendo todo el planteamiento de una supuesta vida eterna tras el tránsito por este valle de lágrimas una cuestión de fe, me era difícil racionalizar mis contraargumentos. Por todo ello no me quedó sino echar mano de uno de los razonamientos en el que interviene la razón para defender una cuestión de fe. Me refiero a la famosa "apuesta" del pensador Blaise Pascal. Pascal, extraordinario científico además de filósofo, era un apasionado del cálculo de probabilidades. Por ello sugirió plantearse la vida eterna tras la muerte en términos de apuesta vital. Siendo el envite del calibre de toda una vida por los siglos de los siglos a la vera de Dios, apostar por la existencia del creador, sometiéndose a ciertas servidumbres de rendimiento de pleitesía parecería una apuesta razonable. Si al término de la vida resulta que existe Dios, lo habrás ganado todo. Si por el contrario resulta que no hay nada después de la muerte, no habrás perdido nada.

Así que ya sabes, mi querido R.F. olvida tu pesimismo, y apuesta a caballo ganador. Lo malo es que tal vez al final tampoco te sea concedida la bienaventuranza... por hipócrita y calculador interesado.

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