Nicolás Maduro sostiene que el envío de ayuda humanitaria a Venezuela es intolerable, porque en el país no existe una emergencia dramática, sino graves dificultades que el Gobierno poschavista puede afrontar. Quizás para asombro de Maduro y su equipo, sin embargo, los venezolanos siguieron manifestándose para solicitar esa ayuda que era detenida en la frontera colombiana. Hace pocos días el comandante en jefe reconsideró la situación y acto seguido dio la bienvenida a un contingente de ayuda humanitaria de la Rusia de Putin: carne enlatada y aspirinas que no están corrompidas por el gen imperialista. De la misma manera el concierto fronterizo de Alejandro Sanz y otros cantantes españoles y latinoamericanos ha sido respondido en la otra rivera del río Táchira por un escenario en el que participan simpatizantes de la dictadura. Un veterano del heavy-metal, Paul Gillman, ha apelado al corazón de los venezolanos contra el IV Reich que se les quiere imponer (sic). Gillman está un poco despistado, lo cual no es raro en los metaleros sexagenarios. A quien hay que apelar no es al corazón, sino al estómago. O con más exactitud: es el estómago de los venezolanos, aguijoneado por el hambre y por el sentido más elemental de la dignidad civil el que apela a la situación dramática a la que el régimen chavista ha arrastrado a Venezuela.

He leído en algún lugar que Nicolás Maduro no es de izquierdas, pero que Guaidó, por supuesto, es el imperialismo. Se me ha antojado una síntesis perfecta de los perjúmenes de ciertas izquierdas europeas, cuyo límite interpretativo se detiene ahí: estamos dispuestos a reconocer que nuestro chico nos ha fallado, y es una verdadera lástima, pero quien pretende sustituirlo es mucho peor: es el Mal. Es desesperante que la realidad sea tan inasumible. El problema con Maduro y su vomitiva mafia no es que sean mucho, poco o nada de izquierdas: es que están arrasando Venezuela, arruinando, matando diariamente a Venezuela. El problema es que comer hoy decentemente en el país linda con el lujo. El problema es que no hay medicinas, no funcionan los ambulatorios, los hospitales tienen los servicios de diagnóstico o de cirugía casi bloqueados. No sé si lo logran entender los santamente obsesionados en salvaguardar sus categorías ideológicas. El problema es que la violencia callejera es endémica y hace años que te matan para quitarte los tenis y esta violencia se entrecruza y a veces está conectada con una violencia criminal y extrajudicial por parte del Ejército y de las fuerzas de seguridad. El problema son cientos de miles de familias que se han visto rotas y separadas cuando unos han podido escapar a Colombia, a Perú o a Brasil y otros se han debido quedar para seguir viviendo de milagro.

Y el problema que convierte a todos los problemas en una condena perpetua a sangre y fuego es que los responsables de esta inmensa calamidad no tienen ninguna intención de ceder el poder. Ni con elecciones ni sin elecciones. Como suele ocurrir en las dictaduras, chiquitines. Por eso la designación del presidente de la Asamblea Nacional como presidente encargado es quizás la última estratagema viable para que, a través de la presión interna y externa, los dirigentes chavistas se vean impelidos ? no invitados ? a marcharse antes de que borren Venezuela del mapa. Me importa un carajo que Maduro sea de izquierdas, le guste el dulce de Guayana o sepa bailar los vallenatos. Es un inepto, un asesino y cómplice de asesinos, el máximo responsable y grímpola de un pérfido sistema de corrupción y fraude político, un farsante, un líder torpe, cruel y huevón. Que vaya. Fuera. Ya.