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cartas a gregorio

Manuel Ojeda

Del amor y el dinero

Querido amigo: No hace mucho, en una de esas fiesta de cumpleaños con gente joven, se me ocurrió preguntar lo que les gustaría que sucediera para que, de algún modo, pudieran sentirse más felices, y todos aspiraban a conseguir un objetivo relacionado con el dinero.

Algunos dijeron directamente que les gustaría que les tocara la Primitiva, otros querían tener un apartamento propio, un coche de marca o un ordenador de alta gama, pero a nadie se le ocurrió decir que le gustaría encontrar el amor de su vida o, por ejemplo, que se descubriera una vacuna eficaz contra el cáncer.

Y es que, como dice la canción, el dinero hace girar el mundo, Gregorio, y ya no hay nada que te haga feliz que no se pueda comprar.

Para bien o para mal, nos hemos casado con el dinero y, como todos los matrimonios, prometemos serle fiel en la alegría y en la tristeza, en la salud y en la enfermedad hasta que la muerte nos separe.

Lo malo en esta clase de matrimonio es que no hay divorcio, y aunque puedes tener una relación extramatrimonial con algún banco, podría salirte muy caro. También puedes darte un revolcón de vez en cuando pero, igual que en la relaciones amorosas, casi nunca vale la pena.

De todas formas, siempre será mejor un ligue rápido que una relación que a la larga te comprometa, porque, tanto en el amor como con el dinero, los escarceos deben estar sujetos al cortoplacismo, si no quieres que se desmadre tu prima de riesgo...

No sé cómo hemos podido llegar a esto, Gregorio, pero el amor así condicionado es tan sucio o más que el dinero.

Florido era un funcionario de Telde que en los años ochenta tuvo algún problema de dinero y, cuando lo estaban investigando en el Ayuntamiento, alguien le dijo: "Señor Florido: el dinero es una mierda..." Poco después y cuando ya salía de su despacho, se dirigió a aquella persona y le dijo: "Por qué no se echa usted una buena cagada sobre mi mesa, amigo..."

Antes pensábamos que la juventud era el tiempo ideal para enamorarse, por disfrutar a esa edad de la santa inocencia de querer sin presentir, como en el tango de Discépolo, o por la falta de experiencia en esas vicisitudes amorosas.

Pero ya los jóvenes no se casan ni se comprometen con nadie. Solo somos los viejos los que nos enamoramos pero, como dice mi primo Manolo: "No es justo que nos quiten la fuerza y nos dejen las ganas..."

En las circunstancias que se encuentran hoy los jóvenes, va a ser difícil que puedan celebrar sus bodas de plata, oro o platino, ni que les pase lo de aquel matrimonio que, cuando cumplieron 50 años de casados, él le preguntó a ella si era feliz, y su mujer le sonrió y dijo: "Ojalá te hubiera conocido antes..."

Un abrazo, amigo, y hasta el martes que viene.

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