Josep Borrell eleva el secesionismo catalán a la categoría de espécimen televisivo, más o menos como un Sálvame de luxe con Isabelita Pantoja o el añoso umbralazo de Umbral al recriminarle a Mercedes Milá que no le preguntase por su libro. El ministro de Exteriores se cabrea con un periodista alemán que le pregunta por Cataluña, y muestra su ira poniendo sobre la mesa su libro de estilo personal, acusándolo de no estar informado y de tener unos datos muy sesgados sobre el procés. La deriva es tan grande que Josep se arranca el micrófono dejando plantado al reportero tocahuevos, que de aperitivo le entró con el estado de los presos y sus circunstancias judiciales, a lo que el veterano socialista le respondió airado con el relato de la solvencia inquebrantable de la magistratura española. No sabemos qué impresión habrá extraído la audiencia germana del berrinche de Borrell, que ha puesto en evidencia su falta de cintura y su puntito de sal con la soberbia, esa prepotencia con la que está en cierto lugares, expresando la tensión del que no está dispuesto a perder el tiempo con zarandajas del tres al cuarto porque el hijo del panadero es ingeniero aeronáutico, doctor en Economía, catedrático y muchas cosas más. Pero el borrelazo demuestra, sin embargo, que está predispuesto en exceso frente al independentismo catalán y que carece del equilibrio necesario para abordarlo sin provocar la hilaridad de las cancillerías europeas. El ministro necesita ser sometido a un rápido kit kat para el manejo de situaciones en las que está por medio el independentismo. Con él, a la tropa de Puigdemont no le hace falta hacer pedagogía ni proselitismo en tierras extranjeras, donde tratan de fortalecer la idea de que lo de ellos es un casus belli contra la libertad de los individuos. Ya Borrell les hace el trabajito.
