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OBSERVATORIO

Cartas distópicas

Hemos ganado y, sin embargo, hemos perdido. En nuestra lucha con /c ontra el bípedo implume hemos logrado desarmarlo y destruirlo. Pero justo por eso hemos perdido nuestro principal apoyo, el soporte de nuestra existencia. Ahí fallamos. No supimos verlo. Pero ellos habían fallado mucho antes.

La guerra del bípedo contra aquel planeta comenzó pronto: consumieron, agotando recursos desde sus inicios. Eran un cáncer para su planeta. En realidad, nada de su entorno podía llamarse natural: en todas partes se encontraba la huella del bípedo en el que mayoritariamente habitábamos. Porque si ellos habitaban el Planeta, nosotros, las bacterias, habitábamos en ellos.

Nuestra fortaleza vino de dos frentes. Por un lado, ellos, infectando la llamada Amazonia, lograron que nuestra especie se unificara hasta ser, literalmente, Uno: la Bacteria. Con muchas variantes, sí, pero dotados de una única conciencia, propósito y estrategia. Nuestra fuerza se demostró ya entonces con las muertes que aquel choque bacteriano supuso para los industriosos y agresivos primeros habitantes de la selva hasta dejarla oculta bajo la apariencia de una selva virgen. No lo había sido: el bípedo había cortado árboles, construido diques, montado plataformas y urbanizado de forma general. Pero la Bacteria, nosotros, no habíamos podido unificarnos completamente: sus bacterias, a las que estaban acostumbrados, no eran las bacterias de los bípedos colombinos que llegaron del otro lado del mar y aquel encuentro de nuestras especies supuso nuestro primer gran fortalecimiento. De la Unidad provino nuestra primera posibilidad de vencer.

Pasó el tiempo y el bípedo encontró que tal vez podríamos estar ganando la guerra e inventó nuevos productos bactericidas. No es que los descubrieran. El bípedo llevaba milenios atacándonos con las fuerzas de que podía disponer en cada momento. De hecho, los primeros bípedos ya usaban alguna forma de antibiótico, no químico e industrial como después hicieron, pero sí natural y no por ello menos antibiótico. Eso sí, abusó de tales productos hasta hacernos inmunes a los mismos y, a partir de ese momento, nuestra victoria estaba cantada. Su exceso de higiene también intervino.

Destruyeron su planeta y emigraron a otros varios, pero llevándonos consigo en sus viajes. Éramos millones en cada uno de sus cuerpos y no nos preocupaba si estaban mejor o peor alimentados, si se dedicaban a una cosa u otra. Cierto que lo que ellos llamaban sexo era una de las fuentes de nuestra fuerza. Nosotros nos fortalecíamos, y más al disponer ellos cada vez menos de lo que llamaban antibióticos eficientes. Había supuestos antibióticos, pero lo que conseguían era hacernos todavía más fuertes pues nos inmunizaban todavía más y permitían que nosotros explorásemos nuevas variedades y formas de atacarles en lo que ellos llamaron "nuevas enfermedades" y nosotros "hacia la victoria final".

Tuvimos un momento de pánico y fue cuando observamos que eran capaces de producir máquinas parecidas a ellos mismos, pero contra las que no podíamos hacer nada. Robots las llamaban. Creían, ingenuos, que habían llegado al estadio final. Y se volvían a equivocar. Con bípedos cada vez menos abundantes (nosotros los matábamos), los robots carecían de mantenimiento y, también ellos, morían.

Pero no nos dimos cuenta de que nuestro triunfo era nuestro fracaso: al ser cada vez más escasos, nos íbamos quedando faltos de habitación y alimento con lo que también nuestro número comenzó a disminuir ya que concentrarnos en otras especies vivas no compensaba lo que estábamos perdiendo.

Había algo más. Algo estaba sucediendo en el universo, no solo en los planetas en los que habíamos convivido en los bípedos. Comenzamos a sentir que el espacio se reducía. Algo así como si los planetas se estuvieran acercando y las agrupaciones de planetas también. El proceso se ha ido acelerando y empezamos a temer que no solo nos hemos quedado sin nuestra alimentación principal y tengamos que malvivir de sucedáneos, sino que es posible que el universo se esté contrayendo a marchas forzadas hasta el punto de que su concentración haga imposible del todo la existencia de la vida. Podría pasar en cualquier momento.

Nota: Lo que antecede solo son suposiciones fundadas. Soy, creo, el último humano en el Universo y quiero dejar constancia de lo que ha podido suceder y de lo que pasa por la conciencia de quienes, finalmente, nos han vencido: las bacterias. Pongo, pues, en su boca imaginaria lo que creo que ha pasado, añadiendo que la Bacteria pudo tener un importante aliado, a saber, el Hongo. Lo dejaré en una burbuja que pueda sobrevivir a la hecatombe que parece que se va a producir. Ripushaniña.

José María Tortosa.

Sociólogo

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