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OBSERVATORIO

El hundimiento de Ciudadanos

Se anuncia que el partido de Albert Rivera recibirá su sentencia política en las urnas el 10 de noviembre. Los pronósticos vaticinan su desplome electoral. Según los últimos sondeos, perdería una tercera parte de sus votantes y dos de cada tres escaños. Además de otros múltiples factores que explicarían este balance tan negativo, el sistema electoral lo benefició en las circunscripciones pequeñas y ahora, con una tendencia del voto claramente a la baja, se da por seguro que lo perjudicará. Ciudadanos se encontraría ante sus peores resultados desde su fulgurante debut en unas elecciones generales, en 2015. En términos relativos, teniendo en cuenta que entre las recientes elecciones generales y las próximas habrán transcurrido tan solo seis meses, podría considerarse el mayor retroceso de un partido político registrado en España. La debacle de la moribunda UCD en 1982 no admite comparación, pero esta derrota tendría semejanzas con las sufridas por el CDS en 1993, por el PSOE en 2011 y por el PP y Podemos en abril de este año, todas ellas acontecidas al término de legislaturas de fuerte desgaste y que duraron al menos tres años. Aunque no sería la primera vez que Ciudadanos pierde apoyo electoral, ya le ocurrió en 2016, la caída prevista en esta ocasión es mucho mayor y, si se confirma, abrirá interrogantes sobre el futuro de esta fuerza política.

En todo caso, habrá que esperar el escrutinio. Esta cita electoral se presenta adversa particularmente para Ciudadanos, pero como se ve el panorama político es muy incierto y cambiante. Los datos de las encuestas desvelan una desmovilización superior en el espacio electoral centrista y que Ciudadanos es el partido con el porcentaje más elevado de votantes dispuestos a transferir su voto a otras siglas, de los cuales un gran número se mantiene de momento en la abstención, por lo que, siendo improbable, no se puede descartar del todo que esos electores vuelvan a votarlo. No obstante, es oportuno preguntarse por las causas de este súbito y hasta cierto punto inesperado declive del partido naranja, nacido en el ambiente hostil del nacionalismo catalán, que engulló a UPyD en un santiamén, fue el preferido del voto centrista antes de la moción de censura y en abril estuvo a un paso de imponerse al PP.

Ciudadanos irrumpió en la arena política estatal con la aspiración de acabar con el reparto excluyente de poder entre el PSOE y el PP, y sedujo a los jóvenes de clase media, urbanos y cualificados, que le facilitaron el acceso a una posición privilegiada en el sistema de partidos, en tiempos de polarización extrema, aún sin tener una definición política precisa y a pesar de la debilidad estructural que denota el hecho de no haber completado su expansión territorial, patente en las regiones donde brilla por su ausencia. Con el éxito llegaron al interior del partido las turbiedades de la política, el objetivo preeminente de gobernar, las disputas y una retórica grandilocuente y exacerbada. Ciudadanos consiguió reunir un inmenso caudal de votos en tiempos convulsos, pero no ha dejado de ser vulnerable a la volatilidad electoral propia de estos años de crisis. En las elecciones de abril, en las que obtuvo su mejor resultado, Ciudadanos tuvo entre sus votantes el mayor porcentaje de electores que habían dudado al votar o le habían concedido el voto porque lo consideraban el mal menor, y el porcentaje inferior de votantes que declararon estar plenamente convencidos de su voto.

La sociedad española, descontenta y un poco cansada del PSOE y el PP, parecía estar esperando un partido como Ciudadanos. Su oferta respondió a la demanda de un estilo político cercano a los electores, poner coto a la corrupción y hacer reformas en las instituciones. Creció rápidamente, entre circunstancias difíciles pero favorables, sin darse un tiempo para estabilizar su estructura organizativa y su posición política. Elevó las expectativas a lo más alto, se mimetizó con sus rivales de la derecha hasta ser visto como un duplicado, y acabó por confundir a la opinión pública y a sus votantes con sus cambios de dirección por sorpresa.

Las oscilaciones electorales de Ciudadanos dibujan cierta simetría con las del PP. Cuando el voto de uno aumenta, el del otro disminuye. Ha sucedido así en las tres elecciones generales en las que ha participado. Y las encuestas auguran que el 10 de noviembre pasará lo mismo otra vez. Es posible que el PSOE y el PP estén superando la situación crítica respecto a sus competidores, Podemos y Ciudadanos respectivamente, a donde los llevaron las tendencias centrífugas que surgen en toda crisis larga y profunda. Ahora los dos fijan de nuevo como prioridad la disputa del voto moderado. Vista la experiencia del Partido Reformista de Miguel Roca y Florentino Pérez, del CDS de Adolfo Suárez, de la UPyD de Rosa Díez, y la del Ciudadanos de Albert Rivera, esta pendiente de las próximas elecciones, cobra todo su sentido la cuestión, planteada por los politólogos Juan Rodríguez Teruel y Astrid Barrio, de si en España solo hay sitio para un partido de centro cuando los dos grandes están en recesión electoral. Ciudadanos creyó tener el gobierno al alcance de la mano y es probable que en noviembre deba someterse a un debate existencial. Quizá su problema consista en no haber aceptado durante algún tiempo su primer destino, el de ser tercer partido, y no haber ido con más cuidado hacia el poder.

Óscar R. Buznego. Profesor titular de Escuela Universitaria.

Departamento de Sociología

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