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La dudosa memoria muscular

El poeta José Luis García Martín presume en sus diarios de ser una persona de rutinas. Desde casi todos los puntos del globo publica crónicas en las que lamenta tener que romper sus hábitos para vivir en la ciudad que comparte con nosotros. Allí, nos dice, pronto establece unas rutinas que lo salvan. Nada que ver con Kant, quien para no alterar sus rutinas jamás salió de Königsberg. Cada minuto de su día tenía un destino, un único destino. Mientras, su mente profundizaba en esas raras preguntas que nos hacemos. No me imagino a un chimpancé deliberando sobre cómo comportarse y por qué. Pero nosotros lo hacemos y Kant es uno de los que con más éxito bucearon en ese mar revuelto. La rutina lo liberaba. Otros necesitan el cambio para encontrarse.

Cómo responden los músculos a esas dos formas de exigirles. Sabemos que el músculo es uno de los tejidos corporales que con más rapidez se adaptan a las exigencias. Basta recordar a los baloncestistas españoles que van a hacer fortuna a la NBA. En pocos meses se presentan con un cuerpo nuevo, más musculado, más pesado. Se sometieron a un intenso programa de fortalecimiento muscular. Son ejercicios de carga progresiva, de tal manera que cada día ese grupo muscular tiene que mover un peso mayor. Sus genes se activan para fabricar las proteínas de las que está compuesto: actina y miosina. Una señal había llegado al núcleo para que exhiba la secuencia ADN que codifica esas proteínas. El ARN copia esa secuencia y viaja a los ribosomas, donde ser fabrican las proteínas. Más actina y miosina significa más volumen muscular y más fuerza. En general, no se precisa una dieta rica en proteínas cuando se sigue ese proceso, con las que comemos normalmente basta. Pero si el programa es muy intenso puede ser necesario.

Cada ejercicio mejora la capacidad para hacer precisamente ese ejercicio. Por una cuestión de economía, el organismo solo se adapta a lo que se le pide, hacerlo para otras demandas sería una pérdida de energía. Claro está, si otro ejercicio precisa de esos grupos musculares, lo hará mejor.

Pues algunos entrenadores pensaron que la mejor forma de fortalecer los músculos podría ser con ejercicios no rutinarios. La teoría: que el músculo reaccionaría de una forma más eficiente al no acostumbrarse, al tener que "imaginar" cada vez cómo resolver ese problema. El músculo solo se activa cuando el nervio lo excita con una corriente. Entonces la actina se desliza como un ciempiés sobre la miosina, una molécula más gruesa, y el músculo se contrae tirando así del tendón que mueve el hueso sobre el que está insertado. También puede hacer lo contrario: alargarse. Es una contracción que denominamos excéntrica, muy importante. Porque para cada movimiento hay un grupo de músculos agonistas, que realizan la acción, y otros antagonistas, que se oponen a ella. En el brazo el bíceps dobla el codo mientras el tríceps se estira poco a poco, modula ese movimiento. Son las fibras que rompen cuando se les exige mucho, por ejemplo, bajando del monte. Será en el cuádriceps donde notemos dolor al día siguiente porque retuvieron, en contracción excéntrica, las rodillas.

Así que los músculos se activan por una orden del cerebro que la mayoría de las veces está automatizada: no pensamos cómo elevar, adelantar y bajar el pie al caminar. E incluso si no lo está no sabemos qué músculos ni en qué orden se activan. He podido comprobar, con electromiografía de superficie, que en un movimiento con el pedaleo cada persona tiene una forma de hacerlo, de activar los músculos. Esa variabilidad es aún mayor dentro del propio músculo, la secuencia de activación de sus fibras no es constante ni predecible.

¿Mejora la fuerza si en vez de hacer un entrenamiento de rutina los hacemos de forma variada, sorprendiendo al músculo cada día con una secuencia nueva? Basta pensar un poco en cómo funciona la activación muscular para concluir que a la misma carga global habrá la misma respuesta. Pero como la deducción en biología no siempre se compadece con la realidad, es obligatorio comprobar esa hipótesis. Y es lo que se hizo en un experimento realizado en el País Vasco. Una mitad siguió un entrenamiento de fuerza rutinario mientras la otra, los músculos objeto de fortalecimiento, vivió en un estado de confusión: nunca sabían qué tenían que hacer. Como si los músculos tuvieran memoria, entendimiento y voluntad. Se preocuparon de asegurar que al final los dos grupos, aunque no en la misma secuencia, hacían los mismos ejercicios. Y como cabía esperar, ganaron exactamente la misma fuerza.

No sé si la rutina es buena para la mente o si hay una combinación de rutina y cambio que es la ideal y ese equilibrio es específico de la persona y su tiempo. Pero en los músculos, que no tienen mente, su respuesta depende de la frecuencia y cantidad de carga.

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