Una semana después del inicio del camino por territorio inexplorado pocas certidumbres en el horizonte. Salvo que se sepa leer entre letras y discursos. Y eso supone una gran incertidumbre porque se apela a la intuición o al olfato. Absolutamente nadie sabe. Las palabras de quienes están al frente de la nave son claras. Lo peor está por llegar. Acaba el tiempo de la pedagogía. Si lo peor está por llegar hay que prepararse. Para las dramáticas noticias que nos llegarán sobre la lucha sanitaria. Para las terribles circunstancias económicas que deberemos afrontar. Para un confinamiento más largo de lo establecido en estos momentos y más largo de lo que podamos sospechar. Hay que reorganizarse. Todos. Nadie va salir del todo indemne. Es evidente que las administraciones públicas, las de mayor conocimiento y capacidad para hacer frente al embate están la tarea de minimizar daños, humanos y económicos. Pero cada uno de nosotros tiene que ponerse también a la labor. La de reconvertirse por sí mismo, por los que quiere y, si se ve con fuerzas y ganas, por el resto. Llegó esa hora. En este tiempo nadie está solo, los miedos y dudas son compartidos. Cada cual los gestiona como puede. Pero nadie debería sentirse solo. Parece intuirse que el golpe va a ser tan brutal que o salimos juntos, que habrá alternativas y soluciones o caemos por separado. Es hora, o así lo creo, de elevarse, de desprenderse de lo superfluo y ponerse a salvar vidas y empresas. Más allá hay horizonte. Habrá que alcanzarlo.